domingo, 3 de febrero de 2013

Construir un buen pasado





Por: César Ramón Cuello
En los albores del gobierno ejercido por el equipo comandado por la Presidenta de la República se insistía en denominarlo como de inclusión social; como si esto fuera una merced al mejor estilo monárquico, dada su condición de popular y nacional pretendiendo dejar la impronta de dirigentes en el rol de buenos o como si ello fuera una función que indefectiblemente tengan que asumir; actitud que por otra parte se presume esperada graciosamente por una considerable porción del conjunto de los habitantes. Al parecer no se tuvo, ni se tiene en cuenta, que la acción gubernamental debiera orientarse a la generación de condiciones para que la creatividad que proporciona la libertad permita a los miembros de una comunidad alcanzar el mejor nivel posible respecto de su capacidad, de su esfuerzo en el trabajo fecundo; en el marco de reglas morales que sean generalmente aceptadas; y los ciudadanos asumiendo deberes y responsabilidades. Entendiendo por libertad, incluso, a la versión económica del concepto, que consiste en respetar la propiedad privada que no es otra cosa que admitir como propio, del que honestamente lo consigue, el fruto de su trabajo.
Nuestra sociedad, el conjunto de comunidades argentinas, sufre a esta altura de los acontecimientos, no solamente los efectos de la inseguridad personal y patrimonial, sino también aquellos que surgen de la falta de claridad en el horizonte que señala el futuro. El autor dramático Roberto Cossa ha expresado con una destacable elocuencia que "Yo quisiera estar en contra del Gobierno, pero la oposición no me deja", ante lo cual luego aclaró que su dicho era "una especie de preocupación", ya que fue "una frase acuñada en los tiempos de las aguas calmas. Hoy no me expresa. No quiero oponerme al Gobierno hasta que no aparezca un proyecto superador con posibilidades de tomar el mando" puntualizó, según consigna Pablo Sirven en la edición de hoy de La Nación.
Aquella “propiedad privada” está ultrajada conceptual y materialmente, entre otras maneras, de un modo muy particular. Por un lado, desde la esfera del poder se niega el deterioro en la moneda nacional que día a día se produce en su principal función (reserva de valor), por efecto de la inflación. Por otro, téngase en cuenta que la contraprestación dineraria que se recibe por el trabajo, que es propiedad del que lo ejerce, es celada y escandalosamente escamoteada por el fenómeno mencionado y el resultado de esta felonía va a parar a manos de quiénes la manejan sin control social de ninguna especie.
Bien podríamos preguntarnos si este fenómeno financiero es razón o consecuencia en el sentido de ubicarlo en un grado de prelación respecto de los males que sufre la sociedad a la que pertenecemos: falta de respuesta ante la demanda de puestos de trabajo dignos por parte de la población que año tras año pretende incorporarse legalmente a la clase económicamente activa (CEA), ausencia de tecnología autóctona, de excelencia intelectual, de infraestructura suficiente para albergue de las familias (viviendas), para la instrucción, salud y seguridad públicas y para el aparato productivo (ferrocarriles, caminos, energía, instalaciones portuarias); carencia de ahorro interno para financiar inversiones que permitan el crecimiento de aquel aparato productivo (no simplemente de  la “actividad”) y de crédito internacional (ahorro externo) que ocupe el lugar del interno o en su caso lo complemente. También bien podríamos agregar que adolecemos de una clase empresarial que sea capaz en una economía abierta, de enfrentar la realidad del planeta en tanto es necesario producir competitivamente bienes y servicios en cantidad y calidad suficientes para abastecer el mercado interno y obtener, además, saldos exportables (transables) para poder adquirir lo que otros países producen en mejores condiciones de calidad y precio que nosotros. Sin dudar podríamos afirmar también que si el setenta y cinco por ciento de los jóvenes que egresan del nivel secundario de instrucción no interpreta lo que lee (contando que únicamente completa el nivel secundario menos del cincuenta por ciento de los estudiantes), tampoco tenemos reserva poblacional como para pensar que demográficamente nuestra etnia tendrá condiciones elevadas para estar a la altura de la naciones altamente civilizadas. Deberíamos admitir, por último, que es bochornosa la mala impresión que provoca la sospechada corrupción de miembros del Poder Judicial. Este conjunto de negatividades tiene su expresión más evidente en la clase política, quizás nunca mejor descripta que por Karl Marx quien dijo que era el conjunto de personas organizadas para explotar al resto. Para colmo, aceptando la palabras de Cossa, no existe expresión alguna sobre cuál es el camino que debemos seguir para sobrepasar estos malos momentos de nuestra Patria. Es como si debiéramos conformarnos con simples y retóricas expresiones de deseo que, más que aclarar, oscurecen el panorama; dichas por protagonistas de todos los sectores políticos.
Uno de los más penosos resultados de esta especie de caos social, potencialmente peligrosísimo, es el lacerante impacto de la drogadicción en el tramo social de menores recursos; que está diezmando la reserva humana de la Nación generando una proliferación del delito que ha alcanzado niveles insospechados algunas décadas atrás.
Se puede advertir, eso sí, que existe un elemento precario presente en todas las situaciones negativas descriptas precedentemente: la impunidad. Existe impunidad manifiesta respecto de la mala praxis (más de una vez delictiva) en los actores del gobierno; lo propio sucede con los organizadores de la producción que no purgan su acción prebendaria cómplice del despojo a los ciudadanos; de los conductores familiares que no han preservado del deterioro al concepto social básico: la familia es la base de la sociedad. Se anota la condición de precaria asignándole la acepción cabal de la expresión, es decir, que su propia naturaleza le asigna poca vida, ya que las consecuencias de la impunidad (de la que gozan ciertos personajes) algún día se paga aunque no sean los transgresores los que lo hagan. Los argentinos ya lo estamos haciendo. De haber sido un país promisorio hoy estamos en una debacle que hasta es muy difícil de describir. Todo lo que hemos hecho o estamos haciendo mal tiene un precio que, al ser muy caro en este caso, deviene en pobreza material, intelectual y moral. Téngase presente una vez más la pobreza que nos rodea ya que producimos algo así como cinco mil dólares por habitante y por año frente a los más de cincuenta mil de los primeros países. De nuestra pobreza no pueden surgir nada más que remuneración al trabajo de pobres, escuelas de pobres, hospitales de pobres, ferrocarriles y caminos de pobres, policía de pobres y lo que es peor aún, intelectualidad de pobres, etc. Esto es, si no reaccionamos a tiempo, todo lo que podamos hacer o tener será de pobres; paradójicamente en un territorio que ofrece mucha riqueza.
Un sindicalista expresó que si los gobernantes dejaran de robar durante dos años podríamos solucionar muchos problemas. No debe ser así, Deben dejar de robar para siempre, si es que lo están haciendo. Y los habitantes proporcionarse una organización social que permita e imponga control social a rabiar. La mejor manera conocida hasta ahora, es el gobierno propio de cada comunidad; recaudando, asignando y erogando en ellas los recursos sociales; asumiendo de esta manera su responsabilidad el conjunto poblacional en materia de necesidades sociales de instrucción, salud, seguridad, justicia y preservación del medio ambiente. Con solamente el republicanismo no alcanza. Debe descartarse totalmente el centralismo e implantar el federalismo a ultranza con lo que, dada la cercanía del control social, tanto en el tiempo como en el espacio, podría desaparecer la atroz impunidad que nos tiene invadido y que provoca el despojo desmesurado de los recursos sociales. Con la vigencia plena del control social la evidencia de lo que está mal hecho podría facilitar reorientar constantemente la nave social y llevarla a buen puerto. Va de suyo que no es una tarea fácil. Hasta ahora está todo en contra de que ello suceda y la intención en tal sentido se torna utópica. Se necesita mucho esfuerzo durante mucho tiempo y claras ideas que iluminen el camino para darle consistencia al pasado que constantemente vamos construyendo en el presente. Pasado que tendríamos que mirar con orgullo algún día. Por ahora nuestras espaldas cargan el fracaso. Hagamos que el futuro lo construya, para ser dignos de nuestro presente.

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