Por: César Ramón Cuello
En los albores del gobierno
ejercido por el equipo comandado por la Presidenta de la República se insistía
en denominarlo como de inclusión social; como si esto fuera una merced al mejor
estilo monárquico, dada su condición de popular y nacional pretendiendo dejar
la impronta de dirigentes en el rol de buenos o como si ello fuera una función
que indefectiblemente tengan que asumir; actitud que por otra parte se presume esperada
graciosamente por una considerable porción del conjunto de los habitantes. Al
parecer no se tuvo, ni se tiene en cuenta, que la acción gubernamental debiera
orientarse a la generación de condiciones para que la creatividad que
proporciona la libertad permita a los miembros de una comunidad alcanzar el
mejor nivel posible respecto de su capacidad, de su esfuerzo en el trabajo
fecundo; en el marco de reglas morales que sean generalmente aceptadas; y los
ciudadanos asumiendo deberes y responsabilidades. Entendiendo por libertad,
incluso, a la versión económica del concepto, que consiste en respetar la
propiedad privada que no es otra cosa que admitir como propio, del que
honestamente lo consigue, el fruto de su trabajo.
Nuestra
sociedad, el conjunto de comunidades argentinas, sufre a esta altura de los acontecimientos,
no solamente los efectos de la inseguridad personal y patrimonial, sino también
aquellos que surgen de la falta de claridad en el horizonte que señala el
futuro. El autor dramático Roberto Cossa ha expresado con una destacable
elocuencia que "Yo quisiera estar en contra
del Gobierno, pero la oposición no me deja", ante lo cual luego aclaró que
su dicho era "una especie de preocupación", ya que fue "una
frase acuñada en los tiempos de las aguas calmas. Hoy no me expresa. No quiero
oponerme al Gobierno hasta que no aparezca un proyecto superador con posibilidades
de tomar el mando" puntualizó, según consigna Pablo Sirven en la edición
de hoy de La Nación.
Aquella “propiedad privada” está ultrajada conceptual y
materialmente, entre otras maneras, de un modo muy particular. Por un lado, desde
la esfera del poder se niega el deterioro en la moneda nacional que día a día
se produce en su principal función (reserva de valor), por efecto de la inflación.
Por otro, téngase en cuenta que la contraprestación dineraria que se recibe por
el trabajo, que es propiedad del que lo ejerce, es celada y escandalosamente
escamoteada por el fenómeno mencionado y el resultado de esta felonía va a
parar a manos de quiénes la manejan sin control social de ninguna especie.
Bien podríamos preguntarnos si este fenómeno financiero es razón
o consecuencia en el sentido de ubicarlo en un grado de prelación respecto de
los males que sufre la sociedad a la que pertenecemos: falta de respuesta ante
la demanda de puestos de trabajo dignos por parte de la población que año tras
año pretende incorporarse legalmente a la clase económicamente activa (CEA), ausencia
de tecnología autóctona, de excelencia intelectual, de infraestructura
suficiente para albergue de las familias (viviendas), para la instrucción,
salud y seguridad públicas y para el aparato productivo (ferrocarriles,
caminos, energía, instalaciones portuarias); carencia de ahorro interno para
financiar inversiones que permitan el crecimiento de aquel aparato productivo (no
simplemente de la “actividad”) y de
crédito internacional (ahorro externo) que ocupe el lugar del interno o en su
caso lo complemente. También bien podríamos agregar que adolecemos de una clase
empresarial que sea capaz en una economía abierta, de enfrentar la realidad del
planeta en tanto es necesario producir competitivamente bienes y servicios en
cantidad y calidad suficientes para abastecer el mercado interno y obtener,
además, saldos exportables (transables) para poder adquirir lo que otros países
producen en mejores condiciones de calidad y precio que nosotros. Sin dudar
podríamos afirmar también que si el setenta y cinco por ciento de los jóvenes
que egresan del nivel secundario de instrucción no interpreta lo que lee
(contando que únicamente completa el nivel secundario menos del cincuenta por
ciento de los estudiantes), tampoco tenemos reserva poblacional como para
pensar que demográficamente nuestra etnia tendrá condiciones elevadas para
estar a la altura de la naciones altamente civilizadas. Deberíamos admitir, por
último, que es bochornosa la mala impresión que provoca la sospechada
corrupción de miembros del Poder Judicial. Este conjunto de negatividades tiene
su expresión más evidente en la clase política, quizás nunca mejor descripta
que por Karl Marx quien dijo que era el conjunto de personas organizadas para
explotar al resto. Para colmo, aceptando la palabras de Cossa, no existe
expresión alguna sobre cuál es el camino que debemos seguir para sobrepasar
estos malos momentos de nuestra Patria. Es como si debiéramos conformarnos con
simples y retóricas expresiones de deseo que, más que aclarar, oscurecen el
panorama; dichas por protagonistas de todos los sectores políticos.
Uno de los más penosos resultados de esta especie de caos social,
potencialmente peligrosísimo, es el lacerante impacto de la drogadicción en el
tramo social de menores recursos; que está diezmando la reserva humana de la
Nación generando una proliferación del delito que ha alcanzado niveles
insospechados algunas décadas atrás.
Se puede advertir, eso sí, que existe un elemento precario
presente en todas las situaciones negativas descriptas precedentemente: la
impunidad. Existe impunidad manifiesta respecto de la mala praxis (más de una
vez delictiva) en los actores del gobierno; lo propio sucede con los
organizadores de la producción que no purgan su acción prebendaria cómplice del
despojo a los ciudadanos; de los conductores familiares que no han preservado
del deterioro al concepto social básico: la familia es la base de la sociedad.
Se anota la condición de precaria asignándole la acepción cabal de la
expresión, es decir, que su propia naturaleza le asigna poca vida, ya que las
consecuencias de la impunidad (de la que gozan ciertos personajes) algún día se
paga aunque no sean los transgresores los que lo hagan. Los argentinos ya lo
estamos haciendo. De haber sido un país promisorio hoy estamos en una debacle
que hasta es muy difícil de describir. Todo lo que hemos hecho o estamos
haciendo mal tiene un precio que, al ser muy caro en este caso, deviene en
pobreza material, intelectual y moral. Téngase presente una vez más la pobreza
que nos rodea ya que producimos algo así como cinco mil dólares por habitante y
por año frente a los más de cincuenta mil de los primeros países. De nuestra
pobreza no pueden surgir nada más que remuneración al trabajo de pobres,
escuelas de pobres, hospitales de pobres, ferrocarriles y caminos de pobres,
policía de pobres y lo que es peor aún, intelectualidad de pobres, etc. Esto es,
si no reaccionamos a tiempo, todo lo que podamos hacer o tener será de pobres;
paradójicamente en un territorio que ofrece mucha riqueza.
Un sindicalista expresó que si los gobernantes dejaran de robar
durante dos años podríamos solucionar muchos problemas. No debe ser así, Deben
dejar de robar para siempre, si es que lo están haciendo. Y los habitantes
proporcionarse una organización social que permita e imponga control social a
rabiar. La mejor manera conocida hasta ahora, es el gobierno propio de cada
comunidad; recaudando, asignando y erogando en ellas los recursos sociales;
asumiendo de esta manera su responsabilidad el conjunto poblacional en materia
de necesidades sociales de instrucción, salud, seguridad, justicia y
preservación del medio ambiente. Con solamente el republicanismo no alcanza. Debe
descartarse totalmente el centralismo e implantar el federalismo a ultranza con
lo que, dada la cercanía del control social, tanto en el tiempo como en el
espacio, podría desaparecer la atroz impunidad que nos tiene invadido y que
provoca el despojo desmesurado de los recursos sociales. Con la vigencia plena
del control social la evidencia de lo que está mal hecho podría facilitar
reorientar constantemente la nave social y llevarla a buen puerto. Va de suyo
que no es una tarea fácil. Hasta ahora está todo en contra de que ello suceda y
la intención en tal sentido se torna utópica. Se necesita mucho esfuerzo
durante mucho tiempo y claras ideas que iluminen el camino para darle
consistencia al pasado que constantemente vamos construyendo en el presente.
Pasado que tendríamos que mirar con orgullo algún día. Por ahora nuestras
espaldas cargan el fracaso. Hagamos que el futuro lo construya, para ser dignos
de nuestro presente.
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