miércoles, 18 de septiembre de 2013

Un camino largo con recorrido penoso




Por César Ramón Cuello
Los economistas en general, y los que son candidatos en particular, además de los cabeza de listas que competirán en las próximas elecciones legislativas, nos “informan” que rápidamente pueden lograrse las soluciones para superar la situación socioeconómica cuyas características nos afligen; el simple análisis que lleva a cabo la mayoría de los argentinos agrupados en el setenta y ocho por ciento que repudió o no acepta al gobierno nacional, las tiene internalizadas. Las afirmaciones en cuanto a la rápida solución declamada se basan, en casi todos los casos, en los recursos que posee Argentina, en una generalidad que incluiría a los humanos y materiales.
Si tomamos literalmente dichos anuncios es posible pensar que no se diferencian en mucho de las afirmaciones de los miembros del gobierno que nos dicen que estamos en el mejor de los mundos superando a países como Canadá, Australia y Estados Unidos de América; la naturaleza falaz de estos dichos y la poca consistencia que poseen las que pregonan que en breve lapso podemos llegar a un buen puerto (nadie habla de plazos para lograr objetivos) hace que ambas posiciones nos ubican lejos de poder pensar que el paso de una posición a otra será fácil y en el corto o cortísimo plazo.
No existe lugar en el planeta que no ofrezca recursos para que los habitantes de cualquier territorio puedan obtener de ellos la satisfacción de sus necesidades, tanto individuales como sociales. Para lograrlo se trata nada más que de incorporar el trabajo necesario y los medios que permitan el mejor rendimiento de este factor, incluyendo la tecnología. Es una verdad de Perogrullo que los habitantes de Argentina tienen disponibles todos los factores de la producción. Pero, como sucede siempre, obtener buenos resultados depende de cómo se los utilice o, lo que es lo mismo, cuál es la base filosófica que le da forma a la organización social y económica, cuestión que escapa al análisis que se pretende realizar en esta nota.
La realidad de Argentina nos dice que su sistema económico proporciona alrededor de cinco mil dólares por habitante y por año, más allá de las cifras distorsionadas que proporciona la información oficial. Luego, si quisiéramos llegar a disponer veinticinco mil por cada uno de aquellos habitantes, y con ello acercarnos a mitad de camino de las naciones que están en punta en el concierto internacional, tendríamos que multiplicar por cinco la capacidad de producir o, al revés, disminuir a un quinto la población, esto es, brindar los beneficios de la actividad económica a unos ocho millones de personas. Esta opción es, lógicamente, imposible de concretar y por lo tanto, es nada más que una ilusión poder mejorar en el corto plazo la calidad de vida de los argentinos.
También tiene las mismas características la pretensión de multiplicar por cinco el resultado de la actividad económica para llegar al nivel de ofrecer veinticinco mil dólares anuales por cada habitante. Consideremos que para duplicar en el término de diez años los cinco mil dólares que actualmente se producen sería necesario que crezca el aparato productivo en forma sostenida a una tasa del siete por ciento anual;  una verdadera utopía. Nunca sucedió tal fenómeno en nuestro país y es muy difícil, tanto como imposible, que ello acontezca dadas las condiciones en que se presenta el panorama socio económico. Se deja para el razonamiento del lector calcular que tiempo sería necesario que transcurra para llegar al nivel que hemos propuesto.
Tengamos presente que el relato referido al crecimiento del cual se hace ostentación en estos tiempos por parte de los gobernantes, se trata más que nada de un rebote proveniente de las depresiones en que periódicamente cayó la actividad económica; sin que ello represente una nueva dimensión relativa del aparato productivo. Es que luego de alcanzar el nivel máximo de producción y productividad que ofrece la dimensión del sistema, invariablemente siempre hemos arribado a un amesetamiento que se ha presentado como recurrente en los últimos sesenta años.
Actualmente padecemos los efectos de una emisión monetaria prácticamente descontrolada que se traduce en una perversa inflación; estado deplorable en la infraestructura productiva (caminos, ferrocarriles, comunicaciones); déficit  financiero estatal, insuficiencia de recursos energéticos (petróleo, gas y electricidad), reservas en caída libre y trece millones de personas y familiares fuera del aparato productivo que viven de planes de ayuda, pensiones y jubilaciones y sin aportar trabajo efectivo, eficiente y eficaz al proceso económico, que nos deja con pocos recursos humanos  para aplicar; tenemos carencia de ahorro interno y no podemos recurrir al externo (mercado internacional de capitales) fruto de la falta de confianza; la frutilla del postre es la inseguridad personal (que mata) y la jurídica, que desalienta y expulsa la inversión extranjera Todo esto nos entrega la imagen de un país cuya recuperación se enfrenta a un largo y penoso tránsito en el futuro. Donde una muy buena parte de la población sufrirá las consecuencias de una pésima conducción estatal y una corrupción desenfrenada no solamente en el sector gubernamental, ya que cuenta con la complicidad de la otra parte del cohecho, que provoca una pobreza infernal.
Recordemos que la economía proporciona los recursos para enfrentar la satisfacción de necesidades de todo tipo entre las cuales encontramos la de brindar instrucción adecuada a los habitantes, salud, seguridad y justicia. No es esperable que ocurra el milagro de que llueva maná
El análisis precedente nos evidencia que aun colocando a la Nación en el sendero del trabajo ordenado, manteniendo en el tiempo políticas y valores morales que nos permitan superar el penoso estado de situación en que nos encontramos, el camino a recorrer será muy largo y sacrificado.
La Plata, 29 de agosto de 2013

Ver detrás de la apariencia




Por César R. Cuello
Son notorios dos aspectos que nos presenta la realidad pre eleccionaria. Uno de ellos es el optimismo en buen grado que exhiben los candidatos en sus presentaciones públicas. Si bien debe aceptarse como una táctica para inducir votos, para un observador que sigue el proceso y tiene acumulada experiencia en el tema, deduce, por un lado, que realmente el candidato cree en las manifestaciones del público cuando lo alienta a continuar avanzando y seguir haciendo lo que está haciendo. Sus convicciones, su entusiasmo, lo colocan en el plano de esa especie de delirio que poseen los políticos y creen que el triunfo los acompañará al final de la contienda cívica. Por otra parte, aquél observador advierte que las mismas personas que alientan a unos hacen lo propio con otros, sin que ello implique la intención aviesa de engañar. Al fin y al cabo si consideran medianamente honesto a quién se candidatea, el aliento sirve como una especie de agradecimiento por dedicar parte de su vida, o toda, a hacer política, que no es ni más ni menos que trabajar para cambiar la realidad con el objeto de mejorar la calidad de vida de la población. El grado de optimismo de los ciudadanos podría equipararse en este caso al del político.
Esto recuerda la confesión de un militante de un partido de izquierda que con hilaridad recuerda que estas circunstancias relatadas las había vivido más de una vez. Honestamente, junto a sus camaradas de ruta, creía en el triunfo augurado por los vecinos a quiénes habían visitado. Quedar en la cima del escrutinio era lo que esperaban. Claro que al final del recuento de votos aparecían las cifras de la realidad: Partido Uno l78 votos; partido Dos l23 votos; partido Tres, 66 votos, partido Cuatro 22 votos, partido propio 3 votos. Así y todo, este resultado no los amilanaba y por décadas sufrían y siguen sufriendo la misma experiencia. Cosas de la borrachera política.
El otro aspecto que exhiben los políticos en campaña es nada más ni nada menos el que encuadra los problemas detectados en la comunidad, y la promesa hecha con todo énfasis que tienen en sus manos o en su futura gestión las soluciones. Claro que, invariablemente, se ocupan de no especificar cómo llegarían a concretarlas, ni en qué tiempo ni a qué costo. Este fenómeno acontece con todos los candidatos, sea cual fuere la agrupación política a la cual pertenecen.
Estas circunstancias vistas según sea el lado que ocupe el observador o el papel que juegue el protagonista, merecen anotar la importancia que tiene hacer fenomenología frente a las cosas, hechos o fenómenos que se nos presentan. Es decir, tener visión crítica de la apariencia para no caer en la falsedad de los cálculos y no albergar expectativas favorables falsas en ningún caso. Porque como dicen los filósofos, actuar como tal significa, no tanto valorar la naturaleza de los hechos, sino tener conocimiento de la naturaleza de los hechos. Y es que hacer fenomenología debe llevarnos a conocer los condicionamientos que dan lugar a los mismos. De otra manera corremos el serio peligro de asignar valor nada más que a la apariencia; y muchas veces las apariencias engañan.
Más de una vez se es testigo de juicios provenientes del análisis de la apariencia sin recurrir a ver que existe detrás de ella. Por ejemplo, asignar a una potencia extranjera que realiza inversiones en un país menos desarrollado, la calidad absoluta de bienhechora debido al aparente progreso que habría generado aquella actividad económica. Hacer fenomenología en este caso supone establecer con la mayor claridad posible los condicionamientos que dieron lugar a la actividad y concatenar los resultados. En el caso de potencias europeas en nuestro país se les suele asignar aquel rol como consecuencia de haber incorporado el ferrocarril, introducido mestizaje vacuno y bovino, semillas, haber construido puertos, instalados centrales eléctricas, conceptos administrativos y todo cuando pudo diseñar y dar forma concreta a un aparato productivo. Analizando nada más que la apariencia no podríamos decir otra cosa que debe valorarse como positiva su incursión en el territorio nacional.
Pero, ¿cuáles fueron los condicionamientos que promovieron esa actividad económica?  Tengamos en cuenta que la acción empresaria en el sistema dentro del cual desarrollaron su actividad estaba el propósito de lucro, rasgo principal de la filosofía capitalista. Esta condición empresaria no es para nada deleznable. Al contrario, debe defenderse tal concepto porque hace al desarrollo del mejor sistema económico conocido hasta nuestros días. Siempre y cuando la moral sea la trama que sostenga la actividad y no implique el abuso de la capacidad económica para obtener provecho obsceno, utilizar la fuerza proveniente de actitudes reñidas con la ética como el soborno; y que los resultados en los negocios depare ganancias para una sola parte. En nuestra Patria se dio que los inversores extranjeros siempre tuvieron ganancias, muchas veces garantizadas, “aguamiento” de capitales, manejo discrecional de sistemas tarifarios en beneficio de los intereses de connacionales o socios eventuales y perjuicio para productores locales, sistema de trabajo rayanos en la esclavitud, taponamiento de actividades que podrían competir y proveer de productividad a la economía (Petróleo en Comodoro Rivadavia y en Cacheuta); y en cuanto a la contrapartida en el negocio, ni siquiera la parte del ratón quedó en estos lares. De la explotación del tanino en los quebrachales del Noroeste que les produjo ingentes ganancias, sólo dejaron miseria extrema; los ferrocarriles fueron abandonados prácticamente en el peor estado con la máscara de facilitar la nacionalización y otro tanto con la industria frigorífica. Ocurrió lo mismo en todos los sectores donde actuaron ya que no promovieron nunca la reinversión necesaria habida cuenta de la repatriación de capitales a los países de origen que cerraron sus economías luego de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, junto a la intención de invertir para obtener utilidades traían consigo la intencionalidad, que se constituyó en hechos, para recurrir a métodos reñidos con la moral si era necesario para alcanzar los propósitos empresarios. La debilidad del país frente a la fortaleza del propio era el arma más poderosa para conseguir sus designios. Y desaparecieron cuando las condiciones coyunturales no eran favorables.
Aunque pueda decirse que mal de muchos es consuelo de tontos, la realidad mundial en la post guerra nos muestra idénticos resultados en todo el planeta: En India, Colonias Africanas y del Lejano Oriente, Egipto, Cercano Oriente, Caribe, no quedó más que la miseria generalizada luego de haber más que explotado, exprimido, los territorios y utilizado a sus poblaciones. Y una verdad dolorosa es que una vez replegados, en sus países de origen pusieron todo el empeño para lograr el recupero del deterioro que produjo la conflagración mundial en ellos y quedó en el olvido, más que las necesidades de los pueblos, la gratitud que debían a los países explotados. Si tenemos en cuenta lo que está escrito en La Biblia: “Por sus frutos los conoceréis”, quizás entonces nunca alcanzaron el rango de benefactores.
La cultura del trabajo de la población argentina, fruto de la inmigración europea y la capacitación lograda con su sistema de instrucción implantado por hombres como Belgrano, Avellaneda, Sarmiento, Roca y Estrada, sostuvo los magros resultados obtenidos hasta el presente.
Por todos estos acontecimientos sería bueno que los habitantes pudieran hacer fenomenología frente a las propuestas políticas en este período eleccionario; para elegir bien y subir al menos un escalón en la larga y empinada escalera que debemos recorrer para alcanzar un futuro venturoso.
La Plata, 16 de setiembre de 2013 (A 58 años del derrocamiento de Perón)