Por César Ramón Cuello
Informalmente circula desde siempre en el ámbito
castrense, el dicho “el superior siempre tiene razón y más cuando no la tiene”.
Esta aseveración, que también tiene vigencia implícita en todos los perímetros
sujetos a una organización, marca la necesaria subordinación al orden
disciplinario y jerárquico para humanamente garantizar el funcionamiento
orgánico de los grupos que se conforman para lograr determinados fines. Ello
con el propósito cierto de concretar otro principio básico de la
administración: evitar la dispersión de esfuerzos o, lo que es lo mismo,
conseguir la concentración de esfuerzos para obtener eficiencia y eficacia en
los procedimientos.
Llama poderosamente la atención entonces que la
más alta autoridad de la Nación en el orden de la instrucción pública no tenga
en cuenta estos principios en la ejecución de su mandato; esto es, tratar de
encauzar su gestión dentro del respeto al orden jerárquico funcional
aprovechando al máximo posible los recursos de los cuales se dispone. Es que no
solamente administra bienes materiales sino también la más preciosa reserva
para garantizar el futuro de nuestra sociedad: los educandos (niños y jóvenes);
que necesitan pertrecharse de los valores que proporciona el conocimiento para
asumir en la adultez las roles propios de las distintas funciones que asuman. Tal
el objetivo de la instrucción. La educación se recibe en el hogar.
Esta fala de atención a lo que es norma se puso
de manifiesto con motivo del asalto, más que “toma” (porque aplicar este
término sería un eufemismo que no debería aceptarse en este caso), que los
propios alumnos perpetraron en los colegios donde se supone deben concurrir
para recibir instrucción, para adquirir conocimientos.
Las leyes, escribió genialmente Montesqueau,
son las relaciones necesarias que surgen de la naturaleza de las cosas. Luego
debe admitirse que cada organización tiene las propias en la medida que parten
de su naturaleza. Las que reglamentan el funcionamiento de un establecimiento de
instrucción, si la aseveración de Montesqueau es cierta, y así se lo ha
entendido por siempre, deben ajustarse a su esencia, a su naturaleza. En consecuencia, dentro de su tramado, todos y
cada uno de los protagonistas que le dan vida a la institución, deben cumplir
con su rol. Los directivos para conducir administrativamente, los docentes para
instruir, el personal de mantenimiento y limpieza para mantener adecuadamente
la infraestructura y los alumnos para recibir y asimilar conocimientos. Tradicionalmente,
y al parecer no hay razones para que ello cambie, esta estructura de funciones
está institucionalizada; cosa que normalmente se internaliza por los actores y
se respeta. No hacerlo sería desvirtuar, desnaturalizar o quizás mejor dicho
pervertir los objetivos de la institución. Por el contrario, aceptar y luego
respetar la institucionalidad significa la posibilidad de mantenerla
fortificada y de acrecentar su eficiencia y eficacia a medida que se le pueda
ir incorporando valores positivos.
Admitir y celebrar como una “cocina de
participación democrática” el asalto perpetrado y garantía de que no “vuelva a
ocurrir lo que nos ocurrió en el pasado”, va derecho al desmantelamiento de la
institucionalidad que hemos señalado. Porque al colegio se concurre para
recibir conocimientos y no para que aquellos que deban cumplir un rol
determinado (en este caso recibir conocimientos) se pretendan arrogar otros que
no les están asignados de acuerdo a la naturaleza y leyes de la institución.
Quizás el ministro eso desee: destruir lo que
fue un sagrado lugar para incorporar conocimientos (para realizar algo distinto
existe el lugar respectivo en cada caso) y que también desee que no volvamos a
tener el sistema de instrucción que nos llevó al primer lugar en nuestra América
Latina (hoy estamos en el sexto lugar). Es muy probable que esto así sea ya que
en sus declaraciones radiofónicas dijo que “hoy se educa (sic) (debió decir “instruye”)
de otra manera”. “Antes, cuando entraba el profesor, los alumnos se ponían de
pie y quizás el docente no merecía ese trato”.
Esta última afirmación es una prueba de sus
supuestos designios; porque los alumnos se ponían de pie no tanto por respecto
a la personalidad del profesor (que en su vida privada o pública podría ser
tachado negativamente) sino por consideración a la “institución profesor” que representa en ese momento y durante el
transcurso de la clase. Quizás por ello también entiende el ministro que el
“asalto” fue una “medida extrema”. ¿Extrema para qué? ¿Para hacer lo que no corresponde
en ese lugar?
Respetar a cada Instituto de la unidad de
instrucción (colegio) era y es respetar la conformación de una nacionalidad que
el señor ministro evidentemente desconoce.
Simples disparates, tanto el asalto a los
colegios como lo dicho por el ministro.
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