Por César Ramón Cuello
Constantemente se lee y escucha a políticos
opositores, periodistas, economistas, escritores, etc., reclamar el
funcionamiento republicano en el gobierno nacional de Argentina. Efectivamente,
el sistema como tal, esencialmente, no funciona actualmente pese a la máscara
instalada desde el gobierno en el sentido que se respetan sus
condicionamientos. Para que esto suceda, cada uno de los poderes constitutivos
del esquema estatal debe funcionar con absoluta independencia de criterio; de
manera tal que ninguno se vea influenciado impúdicamente por otro para
conseguir fines que no están en concordancia con los intereses de la Nación y
sí en beneficio de intereses sectoriales. No son necesarias demasiadas
explicaciones para aceptar la distorsión que nos embarga políticamente dados
los notorios y flagrantes hechos que se cometen avasallando el orden
institucional y aceptados por quiénes no debieran hacerlo, sean legisladores, jueces
u otros miembros de la estructura del Estado y miembros de la sociedad como los
empresarios cómplices. El accionar estatal sobre la base de la forma de
república, asegura en un grado aceptable el control recíproco de los Poderes y
ello conlleva que los ciudadanos sean respetados integralmente, especialmente
en orden al esfuerzo que realizan para alimentar las finanzas públicas con su
esfuerzo; y que tanto las leyes, su cumplimiento y la garantía de su
constitucionalidad conduzcan a que constantemente se bregue por mantener y
mejorar la calidad de vida de los habitantes, se asegure su libertad y
seguridad, se promueva la paz interna, la defensa nacional, tal como lo
establece la Primera Ley.
La aparente formalidad republicana que hoy exhibe
Argentina ha producido graves distorsiones contándose como de iguales
consecuencias, por ejemplo, la facultad otorgada al Poder Ejecutivo para
disponer de casi la totalidad de los recursos tributarios para manejarlos con
absoluta discrecionalidad; limitando de la misma manera el derecho de las
comunidades que conforman la Nación a gobernarse en libertad, negando absolutamente
el federalismo que no solamente está proclamado como un inalienable derecho por
la Carta Magna, sino que constituye el reconocimiento de la dignidad personal y
grupal de los miembros de aquellas comunidades. Concentración en el manejo de
caudales públicos que da lugar a una pésima asignación y uso de recursos y
acarrea serios peligros de que se cometan actos de corrupción, como tantos
denunciados; que desmejoran la calidad de vida de los habitantes y los degradan
moral e intelectualmente. A tal punto que el panorama que ancestralmente se
visualiza en las altas esferas del gobierno ha dado lugar a la argentina
posición discepoliana de que “nada es mejor, todo es igual”.
Juan Manuel de Rosas, tildado como sangriento tirano
entre otros epítetos, se oponía a la sanción de una constitución nacional hasta
tanto las provincias de la confederación no estuvieran debidamente organizadas.
Al menos así se lo explicó en una carta a Facundo Quiroga. El propósito,
siguiendo lo hecho en América del Norte, donde al inicio de la guerra por su
independencia las trece colonias poseían organización escrita en sus
constituciones, era establecer el ente que representara a las provincias y no
que las gobernara, respetando así el concepto de federalismo, es decir, el
derecho de gobernarse por sí cada pueblo. Al final en nuestro país sucedió al
revés. A través de toda su historia la Nación Argentina vivió bajo la égida espuria
del gobierno nacional. Con ausencia total del sinónimo de federalismo, la
democracia. Concepto también desvirtuado; en la medida que se confunde un
sistema de organización social con la facultad graciosamente otorgada a los
habitantes de optar por uno de los candidatos que aparecen en el escenario de
cada elección. La esencia original del concepto “federalismo-democracia” es que
se trata del “gobierno de los pueblos” (del griego demo=pueblo;
cracia=gobierno) en la Asamblea que reunía a los representantes de cada uno de
los diez demos en que estaba dividida Grecia; donde en cada uno de éstos había
gobierno propio absolutamente. En los países más adelantados de este mundo este
sistema funciona plenamente. En los atrasados donde el despotismo y la tiranía
es moneda corriente funciona, naturalmente, el unitarismo que impone la
concentración de poder y recursos. Los argentinos sabemos de ello.
Los resultados que hemos alcanzado hasta el momento,
luego de más de doscientos años de vida independiente, hacen caer por su propio
peso que el republicanismo pretendido por todos los personajes enunciados más
arriba, es necesario pero no suficiente.
Luego de la desaparición del roquismo que intentó,
montado en la Generación del 80, instaurar el capitalismo con la limitación,
entre otras, del régimen de tenencia de la tierra (latifundio) que no permitió
el enriquecimiento de la población para dejar constituida una verdadera y
poderosa clase media, se instaló en Argentina un conservadurismo oligárquico,
con características fascistoides en la década del treinta del Siglo XX, que
tendería a reinstalarse con la sola vuelta al funcionamiento republicano hasta
ahora conocido en la República Argentina.
La democracia (federalismo en el sentido cabal de la
expresión) lleva consigo que “el ojo del amo engorda el ganado”. Nadie mejor
que el pueblo para vigilar que su esfuerzo, traducido en impuestos, sea bien
utilizado y no sea objeto de latrocinio por parte de políticos corruptos y
empresarios prebendarios. Luego, cada provincia debe administrar la riqueza y
los recursos que ella genera y en cada municipio hacer lo propio para que
exista el control social que no permite el latrocinio que degrada.
Uno de los resultados más avieso que soportamos fruto
de nuestra organización social y forma de gobierno es la inflación; que
encubiertamente genera fondos espurios para el gobierno central y socava la
integridad moral y material de los habitantes. La política monetaria y fiscal
nacional ha provocado tanta distorsión que sería aventurero fijar plazos para
volver a la normalidad; sin emisión espuria, sin déficit fiscal y comercial,
sin crecimiento sostenido de los precios; que ha desbaratado el mecanismo
funcional de la economía de mercado, la mejor manera conocida hasta el presente
para generar riqueza y distribuirla.
La prioridad que debemos tener en cuenta es
desarticular la concentración de poder y riqueza que se formula actualmente en
el Poder Ejecutivo de la Nación y luego, paulatinamente, transferir esos
valores, en la medida adecuada, a las comunidades que conforman la Nación
Argentina. Para que alguna vez funcione realmente la democracia y el
federalismo. Esto es tanto más difícil como que no existe en todo el espectro
social del país siquiera un atisbo de que se piense en ello. No obstante,
tengamos presente que si no sucede tal cosa, los argentinos seguiremos sumidos
en la mediocridad que día a día avanza más y más.
Conoceran nuestros dirigentes el art. 1 de la Constitucion Nacional. Creo que debieramos escribirlo en una pancarta y mostrarlo como si fuera un cartel luminoso.
ResponderEliminarTal vez esten leyendo la constitucion de atras para adelante y aun no llegaron al art. 1.
Pero es cierto... el ojo del amo engorda al ganado.