sábado, 21 de mayo de 2011

Por sus frutos los conoceréis

Por: César Ramón Cuello
Arréglese al estado como se conduce a la familia.Con autoridad, competencia y buen ejemplo.
Confucio

Los frutos
Es opinión pública velada que la calidad media del pueblo argentino deja mucho que desear. El origen de esa opinión tiene basamento fáctico en los magros frutos obtenidos en los últimos doscientos años respecto de Argentina en cuanto a su importancia como país dentro del concierto de las naciones, la riqueza que genera su economía, la dimensión demográfica, la calidad de vida de su pueblo, el respeto por las normas que supuestamente deben regir la relación de los habitantes con la sociedad y entre sí, la estabilidad institucional, el sostenimiento y avance del sistema de instrucción, la seguridad personal y patrimonial de los habitantes, el sistema sanitario, la  calidad del poder judicial. Resulta paradójico que luego del largo período señalado no se haya constituido una nación fuerte y poderosa teniendo en cuenta los recursos que le brinda el territorio sobre el cual posan sus pies los argentinos. Evidentemente no se han obtenido buenos resultados.
Alternativamente se echan culpas según sea la época y las circunstancias que la rodean. Los políticos especialmente son los destinatarios de la adjetivación, que los califica como corruptos e incapaces y de los más variados epítetos dichos en público o privado. En realidad son ellos la punta de iceberg; pero por debajo de la línea de flotación se encuentran todos los sectores sociales que, medrando o no de las medidas que ellos toman, son esa especie de camaradas con los que es necesario contar y sin los cuales no es posible consumar estados de situación que no dejan de ser perniciosos y no permiten alcanzar un aceptable grado de excelencia.
Desgranando el concepto se podría decir que, efectivamente, del seno de la población argentina no surgió la cantidad necesaria de buenos dirigentes políticos que orientaran el accionar del Estado en la dirección que llevara al país hacia el progreso sostenido y que el mismo tuviera a toda la población como beneficiaria. El estatismo populista en el que sumieron al país en las últimas décadas produjo el estallido de bochornosos casos de corrupción muchos de los cuales ni siquiera se tienen noticias; además, motivó la falta de avance relativo, sino retroceso,  no sólo en lo económico sino también en lo demográfico, tecnológico, sanitario, capacitación y enseñanza y lo que es notorio y dramático, en seguridad personal y patrimonial. Tampoco emergió una clase empresarial que fuera el “alma mater” del desarrollo del aparato productivo que generara la riqueza suficiente para sostener aquel progreso en el cual la investigación y el desarrollo jugaran un importante papel. El prebendismo fue el signo preponderante en los sectores más importantes.
 El mismo mezquino resultado se ha obtenido con las organizaciones sindicales respecto de su dirigencia. La orientación estuvo y está enfocada en obtener privilegios sectoriales en lugar de beneficios sociales, que a su vez produjeron un escandaloso enriquecimiento de la casi totalidad de sus encumbrados dirigentes.
El pueblo argentino no produjo militares que sobresalieran por su eficacia a la hora de su pretendido accionar en pos de la “reconstrucción nacional” y la “salvación moral de la Patria”.  Desde el mismo momento en que los ingleses proveyeran el armamento  para que los patriotas de 1810 pudieran exhibir la fuerza suficiente para desplazar al virrey Cisneros y el golpe de Estado que San Martín produjo para destronar al Primer Triunvirato e instalar en el mismo a conspicuos miembros de la Logia Lautaro, los uniformados no han dado nada más que muestras de su incompetencia para gobernar al amparo de la organización que poseemos.
En el plano de la administración de justicia se debe aceptar que los jueces, surgidos también del pueblo argentino como los protagonistas señalados más arriba, no gozan del prestigio que debiera exhibir su magistratura y que son tachados de ser tan corruptos como los políticos aunque se admita que no todos lo sean.
 Las cuatro patas que sostuvieron y sostienen el plano del poder no pudieron, o no supieron, o no quisieron (o los tres conceptos juntos) darle forma a un gran país.
¿Es entonces el pueblo argentino el culpable? A nadie más podríamos asignarle culpas. Pero, ¿es posible pensar que masiva y deliberadamente se pueden cometer los errores suficientes para obtener tan malos resultados? Es difícil aceptar que una sociedad compuesta por inmigrantes provenientes de la Vieja Europa, que alberga más de seis mil años de acumulación cultural, no haya aprovechado sus valores. Como los hechos demuestran que ello fue así, se puede expresar sin temor de incurrir en una equivocación que se ha dilapidado un inmenso tesoro, constituido por los elementos al que le dieron forma miles de años. Más de seis milenios de experiencia sin aprovechar. Ante este panorama trazado se torna difícil encontrar una explicación racional al caso argentino.
No obstante, es posible indicar algunos factores que contribuyeron a que se consumara lo acontecido. Para ello debemos coincidir en que el trabajo fecundo y la creatividad como elementos tangibles, sumados a los valores de rectitud moral, configuran la capacidad de los pueblos para desarrollarse bajo el imperio de la ley y el orden. El argentino, individualmente tratados sus miembros y en la medida que son humanos racionales, posee todos los elementos para ello. El problema consiste en que no se dan las condiciones para desarrollarse plenamente con su trabajo y su facultades creativas; y se encuentra en un medio donde existe inestabilidad institucionalidad y legal.
Para interpretar esta aseveración útil es tener en cuenta la inexorable relación de que existe entre las condiciones socioeconómicas con los elementos culturales. Es decir, según sea la concepción que se tenga de cómo organizar la vida comunitaria, la obtención de recursos sociales, su asignación y administración, así serán los resultados que se obtengan. Luego, los roles lo cumplen el funcionamiento y dimensión de la economía y la forma de gobierno. La primera debe estar en condiciones de brindar los recursos necesarios y la población debe identificarse con la manera de obtenerlos, asignarlos y utilizarlos, que es parte fundamental de la forma de gobernar que, a su vez, debe permitir la participación responsable porque de lo contrario “no se puede esperar que el individuo desarrolle una actitud activa en la vida ni un concepto positivo de su propio papel”.
La República Argentina está en falencia en ambos aspectos

La organización económica y social.
Su economía tiene muy poca rentabilidad. No supera los seis mil dólares por habitante y por año (frente a los más de cincuenta de las mejores naciones). No se recurrió para su desarrollo a implementar fácticamente la mejor manera de producir de que se tenga noticia: el capitalismo con el sistema de precios determinándose en el mercado; reconociendo absolutamente la libertad y su expresión económica cual es la propiedad privada; donde miles de unidades productivas en libertad y competencia determinan, mediante la coordinación de los factores de la producción, qué, cómo, cuándo y para quién producir. El espíritu de lucro y la creatividad empresarial en libertad ha sido siempre lo que mejores resultados prodigó. El estatismo populista, rara mezcla híbrida nazi fascista marxistoide ha cercenado las virtudes que posee la humanidad para producir. Por lo tanto no puede entregar nada más que una pobre retribución global a los factores de la producción, entre ellos salarios pobres.
De esta manera, en Argentina, la recaudación fiscal genuina no supera los mil ochocientos dólares por habitante y por año, a partir de lo cual el Estado ofrece hospitales y atención sanitaria de pobres, escuelas y servicio de instrucción de pobres, seguridad de pobres, justicia de pobres. Frente a este escenario resultan como absolutamente desencajadas de la realidad las demandas que a diario se suceden en pro de mejoras salariales, viviendas dignas, mayor seguridad y de toda otra pretensión en cualquier aspecto que signifique mejorar la calidad de los habitantes. Vanas pretensiones de cobertura imposible. Al menos en el corto y mediano plazo.
Respecto de la forma de recaudar recursos sociales y su utilización el panorama no es el mejor. El sistema unitario centralizado de gobierno provoca una altísima concentración en la recaudación impositiva (tanto en el orden nacional como en el provincial) que, va de suyo, genera un inmenso poder de decisión centralizado en la asignación y erogación de los recursos sociales, que se traduce en hechos perniciosos de distintas naturaleza: cohecho (coimas), extorsión, latrocinio. Poder que también tiene sus efectos en generar una estructura legal que contribuye a mantener y/o aumentar el omnímodo poder, que despoja absolutamente de la cuota de participación que en una democracia corresponde a los ciudadanos.
La traba que evita el desarrollo grupal e individual pretendidos, que traducido debe entenderse como participación, es la organización dentro de la cual tiene su vivencia la población en Argentina. En nuestro país no existe la democracia, que esencialmente consiste en permitir la participación ciudadana y el control social.
Democracia
 Recordemos que democracia significa “gobierno de los pueblos”, tal la definición de Pericles en su famoso discurso donde institucionalizó el término. En esa oportunidad asignó ese nombre al gobierno central de Grecia: la Asamblea de los Quinientos o Cuatrocientos (ya que según la época estuvo constituida por cincuenta o cuarenta representantes de cada uno de los diez “demos” o pueblos, que era el número de las divisiones políticas), que únicamente trataba temas que involucraban al conjunto de aquellos demos.
En éstos se ejercía el gobierno directamente por los ciudadanos en las Asambleas locales donde el control social en cuanto a las medidas de gobierno podía verificarse fácilmente dada la cercanía en el espacio y en el tiempo. Medidas que, por supuesto, tenían que ver con la recaudación de los recursos sociales, su asignación y utilización.  La dimensión geográfica y el número de habitantes que permitía dicha manera de gobernarse cada demo, nos ubican claramente para asimilar la idea de dicha unidad política al concepto de municipio, comuna, cantón o condado de la actualidad. Así, democracia es sinónimo de federalismo.
 Fue tan eficiente y eficaz esa vieja manera de organizar a la sociedad (le proporcionó poder a Grecia para dominar el entonces mundo conocido) que las naciones que hoy están en la primera línea de la civilización y el progreso, la mantienen. Los gobiernos de condados o cantones tienen que ver con la obtención de recursos para satisfacer las necesidades de instrucción, salud, seguridad y justicia, generación de empleo, mantenimiento del medio ambiente, de sus respectivas poblaciones.
El sistema en Argentina
El sistema argentino de gobierno consiste en elegir popularmente cada determinado período a los “mandamás” de gobiernos centralizados, los que a partir del momento de su elección pasan a formar parte de una “monarquía absoluta constitucional temporaria”. Una negación, también absoluta, de la democracia. Con agravante de que la mayoría de los funcionarios, sea cual fuere el nivel que ocupen, pasan a considerarse así mismo como monarcas, sentados en los tronos asignados y disponiendo “a piacere”, y en beneficio propio, buena parte de los recursos que proveen los contribuyentes.
 La organización socio política de Argentina no permite la participación ni el control social en todos los estamentos. La población es clientela cautiva en todos los órdenes. La pretendida protección mesiánica ejercida por todo tipo de dirigente social, público o privado, ha hechos estragos en la integridad social. Todo al amparo de constituciones unitarias que no reconocen la autonomía de los pueblos para gobernarse, con el emblema de la Constitución Nacional devenida en mamarracho a partir de 1994. Entonces se institucionalizó la centralización de la recaudación impositiva, es decir, de los recursos para que la sociedad funcione en forma organizada, a través de impuestos directos que estaban prohibidos por la de 1853. Y se eliminó la democrática forma de elegir presidente a través de los representantes de las provincias en el Colegio Electoral Nacional utilizando el eufemismo de “elección directa por el pueblo”.
Qué hacer
El resultado de dos centurias de país independiente no es el mejor. Ni siquiera se acerca al modelo que quizás imaginaron los hombres de buena voluntad que propugnaron nuestra independencia. La economía no tiene capacidad para dar trabajo a todos los habitantes y los argentinos, por décadas y décadas, han tenido y tienen en la actualidad, que asistir a la orgullosa y falsa declamación de gobernantes que se jactan, entre otras burdas manifestaciones, de falsos progresos y otras “conquistas sociales”, de ayudar a los “pobres” otorgando migajas de subsidios que son exponentes de pobreza y desgobierno;  pan para hoy y hambre para mañana, cuando necesariamente sobrevenga el sinceramiento circunstancial.
Sino avergonzarnos, los argentinos debemos levantar la mirada y tratar de otear el pasado hasta el día de ayer. Así vamos a entender este presente y estaremos en condiciones de proyectar el futuro. Pero debemos levantar la mirada para observar lo acontecido en milenios en el seno de la humanidad. Así podremos percibir que la combinación de gobiernos locales con economía de mercado y la presencia de un Estado lo suficientemente fuerte para evitar distorsiones, privilegios sectoriales y abusos, ha sido lo mejor hasta ahora.
Debemos ser lo suficientemente inteligentes como para aprehender que el unitarismo al cual estamos sometidos hace posible una dispersión de esfuerzo que es la contracara de la administración con excelencia y calidad. Porque con el bonaportismo con que se gobierna nuestro país, con absurdas actitudes mesiánicas de funcionarios, desde el primero hasta el último, ofreciendo retóricamente la solución a todos los problemas (los cotidianos de los vecinos, de trabajo, vivienda, salud, seguridad, instrucción, ambiente, esparcimiento, energía, infraestructura, etc., desde un único lugar como la Capital de la Nación o de las Provincias) al final no hacen nada, dispersando el esfuerzo que puede hacerse con los magros recursos que poseemos en la actualidad y promoviendo con dicho manejo gigantescos focos de corrupción. Por el contrario, La concentración de esfuerzos facilita enormemente la obtención de buenos resultados.
En consecuencia, es inteligente concentrar esfuerzo asignando funciones y responsabilidades a quiénes pueden obtener los mejores resultados. Y como el ojo engorda el ganado, las funciones que están al alcance de los vecinos deben dejarse en sus manos para que obtengan los recursos, los asignen y los inviertan. Y poner la organización de la producción en las de los que saben hacerlo: los empresarios. Todo actuando como los griegos, inventores de la democracia moderna, haciendo responsable al gobierno central únicamente de las grandes cuestiones que involucren a todos las provincias,  como defensa nacional, relaciones exteriores (que incluye manejar herramientas para promover relaciones comerciales y financieras convenientes), planificación, desarrollo y ejecución de obras de interconexión nacional en energía, comunicaciones, transporte, etc. De manera tal que, concentrando esfuerzos donde corresponda, se obtengan los resultados esperados que debe entenderse como obtener alta calidad de vida.
El unitarismo, que es sinónimo de centralismo, es un factor determinante de la corrupción, el flagelo que lo destruye todo. De ahí entonces la importancia de indagar sobre qué tipo de organización debe tener el dispositivo social.
Es posible señalar que debe ajustarse a la naturaleza del ser humano antes que esperar que los dirigentes respeten graciosamente los derechos y atiendan las necesidades ciudadanas, habida cuenta de la facilidad con que se corrompen. Una organización social adecuada, una economía que produzca todos los bienes y servicios de los que es capaz de proporcionar el grado de civilización alcanzado, una razonable y justa distribución de la riqueza y un hábitat liberado de la contaminación ambiental y el hacinamiento, son las claves para obtener una buena calidad de vida.
La premisa para que en el futuro avancemos en busca de esa excelencia es descomprimir la concentración de poder político y financiero que hoy en día tiene vigencia a nivel nacional y provincial con el objeto de evitar la corrupción y la dispersión del esfuerzo que es contrario a la buena administración.

Anotemos, eso sí, que la regionalización actualmente en ciernes en la provincia Buenos Aires, no hará nada más que perfeccionar el centralismo por cuanto  la obtención y asignación de los recursos, que es su base y esencia,   permanecerá centralizada. No desaparecerá el unitarismo que deja de lado la participación ciudadana y el control social estará ausente como lo está en la actualidad. En vez de aprovechar la regionalización que ya existe (134 partidos) para reconocer derechos y asignar responsabilidades, se arbitrará nuevas formas administrativas agregando una capa más al encebollado sistema burocrático, sumando más costos sociales sobre las espaldas de los contribuyentes.
Observemos el pasado hasta ayer. En 1880 Leandro N. Alem alertó sobre la perniciosa concentración de poder que iba a significar la federalización de la ciudad Buenos Aires. Ezequiel Martínez Estrada lo corroboró en 1941 al descalificar el macro encefalismo de la Capital Federal en su monumental pequeña obra “La Cabeza de Goliat”. En ella dejó escrito: “No hicimos un gran país. Solamente una gran ciudad”. Los argentinos todavía tenemos una materia sin rendir: la de construir una gran Nación.
Recordemos la sentencia de Jesucristo: “Por sus frutos los conoceréis”.