viernes, 23 de septiembre de 2011

Infortunios y pobreza


Por César Ramón Cuello

En más de una oportunidad se ha tratado en estos espacios sobre la pobreza de nuestro país que redunda, lógicamente, en la pobreza de su pueblo. Es cierto que su territorio posee riquezas explotables y que de hecho se explotan; y también que existen acaudalados que de ninguna manera se le puede llamar pobres. Por el contrario, los que se destacan por ello se encuentran a una distancia sideral del común de la gente. Es que cuando existe un pueblo pobre tiene vigencia la ley inexorable que determina la presencia de algunos muy ricos y muchos pobres.

Si bien esta inequidad ha sido, desde la aparición del Homo Sapiens Sapiens hasta nuestros días una constante, sus efectos se ven disminuidos en la medida que la abundancia de recursos se aprovecha y se obtienen índices de alta productividad. Porque ocurre entonces que estos beneficios alcanzan para que haya súper ricos y el que el resto de la población tenga una standard aceptable en cuanto a la cobertura de sus necesidades y alcance de los beneficios que otorga el grado de civilización  alcanzado por la humanidad.

Claro está que la calidad de vida que se obtiene depende del grado de esfuerzo que cada uno haga en un medio donde se le brinde la oportunidad de hacerlo. En  este aspecto se verifica otra constante: cuando el pueblo tiene esa posibilidad es porque la organización social y el tipo de funcionamiento en la economía son los adecuados para ello. Fundados en la libertad que es fuente de creatividad y sin el corsé que implica una economía cerrada que no permite la competitividad ni la existencia de reglas de juego permanentes, ni mantiene el valor intrínseco de la moneda por efecto inflacionario que pervierte el esfuerzo tanto personal como colectivo; ni la estabilidad política que permite el desarrollo de un modelo de vida orientado hacia un futuro persistente, ni la seguridad jurídica y patrimonial que promueve la confianza generalizada.

La ausencia de una organización con los ingredientes democráticos y una economía con la suficiente fortaleza no puede nada más que brindarnos la penosa realidad que vivimos: escuelas y sistema de instrucción de pobres, hospitales y sistema de salud pública de pobres, seguridad personal y patrimonial de pobres, administración de justicia de pobres.

En estos días un triste acontecimiento ha venido a poner de manifiesto esa situación de pobreza. Fue un accidentes ferroviario con más de una decena de víctimas fatales y por lo menos dos centenas de heridos a lo que se sumó otra de la misma naturaleza aunque en este caso sin muertos pero también con casi cien heridos. Lamentablemente debemos admitir que se trata del resultado de nuestra pobreza. En las ciudades de naciones ricas, el servicio ferroviario no se presta a nivel de superficie. En ellas está instalado subterráneamente o en altura, de manera que accidentes como el anotado no se producen o muy raramente se producen.

Está claro que de la situación de pobreza no se sale con la ayuda a desocupados implementada en la década de los noventa luego de las crisis que se desataron en aquellos años; situación que se agravó a partir del interregno del gobierno nacional entre los últimos días del 2001 y los primeros del 2002 y sus secuelas; ni con las ayudas implementadas posteriormente, desde hace más de una década, con planes para los que no trabajan y otras asignaciones; ni con subsidios a la demanda que retrasan tarifas y distorsionan el sistema de precios relativos que conducen a una segura debacle si no se reacciona a tiempo; ni otorgando graciosamente beneficios jubilatorios sin el ahorro previo. Esto es así en la medida que, lejos de crear más riqueza, en este tipo de medidas se recurre a la ya generada, lo cual contribuye a la disminución de stock de capital social y con ello a incrementar aún más la pobreza, aunque los síntomas de tal debacle que se cierne tarden en aparecer.

Tampoco escaparemos de la franciscana situación limitando la expansión del aparato productivo con medidas que restringen el comercio internacional de la Nación en tanto éste es motor del desarrollo; que debe acompañar al incremento de la actividad económica; porque ésta sin aquél da lugar a que su expansión no tenga una vida duradera. Ni soñando alcanzaremos niveles óptimos en todo sentido si no eliminamos alguna vez la terrible situación de corrupción en el manejo de fondos públicos, si no desarticulamos la concentración de los recursos públicos que desde 1994, reforma constitucional de por medio, se verifica en el gobierno nacional institucionalmente.

El recientemente conocido caso de la adjudicación de varios centenares  de millones de pesos a un organismo no gubernamental que funciona sin ningún  tipo de control social es un caso más de una vieja práctica en Argentina. Son  conocidos los fondos fiduciarios así como las partidas también de centenares de millones que se transfieren a cooperadoras para mantenimiento y construcción de infraestructura escolar y hospitalaria facilitando la corrupción generalizada de funcionarios y empresarios que de una manera u otra contaminan a todo el cuerpo social. Renglón aparte, se puede afirmar que no son actos ilegítimos ni delictivos porque están permitidos por la ley, aunque deriven posteriormente en acciones inmorales que constituyen en sí mismos una desaprensión (falta de escrúpulos) y desconsideración del semejante que se esfuerza para cumplir con la ley y ser buen ciudadano, financiando la distribución discriminada de fondos públicos, con el pago de tributos.

No se trata de hacer la vista gorda ante el infortunio de millones de compatriotas, que sufren los efectos por ellos no esperados ni generados, eliminando planes de ayuda sino de revertir la situación para incorporarlos al trabajo productivo. Para ello es necesario poner en funcionamiento un sistema de organización social y económica que lo permita; para recaudar, asignar, erogar bajo control los recursos sociales; para que la creatividad que permite la libertad económica espiralice el proceso productivo y lleve los rendimientos a tal nivel que logre incrementar el volumen de riqueza producida por habitante hasta alcanzar un punto tal que supere con creces la línea de pobreza.

La falta de competitividad debido al funcionamiento de una economía cerrada e inflacionaria, que caracterizó la historia económica argentina, agudizó la situación prebendaria del Estado de los agentes económicos. Sumado a esto debe considerarse la formalización del sistema de cobertura de la asistencia médica para los trabajadores en el seno de las obras sociales sindicales que resultaron entes  ineficientes, ineficaces y antieconómicos, vistos a la luz de los millonarios aportes del Fisco que históricamente requirieron y recibieron. Todo ello significó la obtención de un altísimo costo de funcionamiento social que no permitió a la Argentina constituirse en una Gran Nación. Quizás sea posible afirmar que es fruto de la herencia de una carga cultural originada antaño.

Cuando Carlos V se hizo cargo del Reino Español y todas sus posesiones, donde no se ponía el sol, y luego de la Guerra de los Comuneros, se instaló un sistema unitario y centralizado, eliminando prácticamente los gobiernos locales de las comunas, dándole una nueva forma al feudalismo de la Edad Media. Un fenomenal caldo de cultivo para la corrupción que tuvo puntos culminantes en la Casa de Contratación de Sevilla desde donde se ejercía el monopolio comercial con las colonias. Esto se trasladó e instauró en América Latina, aún con la resistencia de los cabildantes, persistiendo todavía en nuestra organización social, a pesar de la pseudo federal Constitución de 1853. Porque luego de 1810 se mantuvo aquel neo feudalismo en forma caudillista o caudillezca, que tanto combatió Sarmiento, como un resabio del Medioevo y con las modernas formas de conducción, trasuntadas en líderes nominados desde punteros a conductores nacionales.

Como expresara Alberto M. Ballvé en su libro “Tablero de Control” (Emece Editores, Buenos Aires, 2008, Página 65), “las limitaciones culturales son razones muy profundas y estructurales, y por lo tanto muy difíciles de ser modificadas” no obstante las situaciones coyunturales de bonanza como las que actualmente vivimos los argentinos. Pero, no debemos cejar en el empeño de alcanzar alguna vez el grado de Gran Nación.

No hace falta nada más ni nada menos que organizarnos adecuadamente y producir más riqueza. Lo demás viene por añadidura, eliminación de la corrupción inclusive.

Vamos a repetir una vez más: la organización social más adecuada y experimentada desde la Grecia de Clístenes y Pericles hasta nuestros días, es la democrática (demo=pueblo/cracia=gobierno) en república. Es decir, hacer recaer en los gobiernos locales el derecho y responsabilidad de atender las necesidades comunitarias básicas (instrucción, salud, seguridad, justicia) para lo cual deben procurarse los medios en forma directa en su propia comunidad. Es la mejor manera conocida de ejercitar el control social y lograr el óptimo rendimiento del esfuerzo ciudadano de tributar impuestos. Proveedores de bienes y prestadores de servicios al Estado y los funcionarios estarán controlados para que no se enriquezcan espuriamente a costa del esfuerzo de los habitantes; policías, jueces y fiscales (que debieran ser elegidos mediante el voto popular) se cuidarán de no ser cómplices de delincuentes porque podrían ser fácilmente detectados como tales; docentes y profesionales de la salud, debidamente remunerados en función de la capacidad de cada comunidad, serían considerados a la altura de su noble profesión y no como trabajadores en lucha permanente por mejoras salariales; .

Por la otra parte, la mejor manera conocida en todos los tiempos para alcanzar volúmenes importantes de riqueza que proporcione bienestar a la población y la posibilidad de brindar puestos para todos los que pretendan trabajar, es el sistema de economía de mercado abierta al mundo, con libertad y competitividad. Suficientemente alejada del estatismo nazi/fascista/marxistoide/stalinista para evitar los riesgos inherentes que, con la fachada del populismo, las más de las veces suele generar un capitalismo de amigos altamente pernicioso y concentrador de riqueza que lleva al paroxismo de la pobreza a núcleos importantes de la población.. 

Es cierto, “las limitaciones culturales son razones muy profundas y estructurales, y por lo tanto muy difíciles de ser modificadas” pero sería bueno que recordemos las palabras de un grande, Ortega y Gasset, que nos dijo: “Argentinos, a las cosas”.

La Plata, 22 de setiembre de 2011