jueves, 28 de julio de 2011

Democracia y Libertad


Por César Ramón Cuello


Los que no se meten en política sufren el castigo de
ser gobernados por los que se meten (Arnold Toynbee)




“Democracia = elección de gobernantes por medio del voto popular”. Esta ecuación es, al parecer, la que rige la elaboración de sesudos conceptos vertidos por destacados analistas y periodistas. Que se ha convertido en una especie de verdad revelada ya que, prácticamente sin excepción, en cualquier circunstancia que hubiere, se hace mención a que desde 1983 vivimos en democracia. Sin percibir, deliberadamente o no, que el primer miembro de la igualdad es una forma de gobierno, una forma de organización social y la segunda es una manera de decidir quién gobernará. Conceptualmente, nada que ver una cosa con la otra. Es como comparar patos con naranjas. Una incongruencia que estampa en la realidad los pésimos resultados obtenidos por Argentina en sus calidades de Pueblo, Estado y Nación.

En el primero de los aspectos (Pueblo) ofrece la crudeza de ser pobre cerca del cuarenta por ciento de la población. En el segundo (Estado), está presente la consistencia autoritaria y totalitaria de los gobernantes, con el condimento de la sospecha de corrupción generalizada, producto de la vasta y casi absoluta concentración de poder; que incluye, va de suyo, la succión de la mayor parte de los recursos financieros fiscales. En el tercero (Nación), adolece de la debilidad y pequeñez de su economía, la escasa presencia en el concierto de las naciones, la vulnerabilidad frente a malignos traficantes y la inestabilidad institucional como indicadores. La postal que podemos armar con estos elementos es absolutamente decepcionante. A tal punto que pensar en revertir la situación nos lleva a pensar que en el corto y mediano plazo es tarea imposible de cumplir.

A la confusión conceptual señalada se puede agregar otra, tal es confundir libertad de expresión con democracia. La libertad es un don natural otorgado por el Creador cuando estableció el libre albedrío como condición de los humanos, aceptada como derecho natural en las sociedades evolucionadas e inscripta en la ley de la República Argentina. Y como está apuntado más arriba, la democracia es una forma de organización social, una forma de gobernarse los pueblos. Luego, cuando se pregona que admitir el disenso sin recurrir a la violencia en cualquiera de sus formas para reprimir ideas contrarias es vivir en democracia, se cae en un error; porque se trata nada más que respetar la libertad de pensamiento, traducida en libertad de expresión. Adviértase que aún en una monarquía absoluta con administración totalmente centralizada puede existir libertad de expresión. La libertad de expresión no determina por sí sola la democracia aunque sea un elemento que surge naturalmente en su seno.

La libertad, como valor absoluto desde el punto de vista de la ética, surge como un valor relativo en el marco de la democracia ya que no puede ejercerse, por ejemplo, para cercenar la de otros. Impera aquí el criterio que, en cuanto derecho propio, deja de tener vigencia cuando aparece el ajeno. La sentencia es “el derecho propio termina donde empieza el de los demás”.

El derecho a la libertad de expresión es nada más que uno de la lista de los que deben respetarse, varios de los cuales contiene nuestra Constitución Nacional que a su vez forman parte de los tan declamados Derechos Humanos. Que encuentran en el sistema democrático el mejor caldo de cultivo para su efectiva vigencia. Uno de ellos es el derecho al control de la recaudación, asignación y utilización de los recursos sociales.

Al definir Pericles como “democracia” al sistema imperante a la sazón en Grecia, reconoció explícitamente ese derecho del pueblo griego. La expresión encarna en sí todo el concepto: “demo”=pueblo; “cracia”=gobierno. Los griegos, para satisfacer sus necesidades colectivas, se gobernaban a sí mismos en cada uno de los diez demos en que estaba dividida Atenas. Funcionaban para ello las asambleas locales en el Ágora. Para los temas comunes a todos ellos, como la defensa, utilizaban la Asamblea compuesta por cincuenta representantes de cada demo (o cuarenta según la época). El concepto demo, habida cuenta de sus características, tiene su sinónimo en condado, cantón y municipio actuales.

Los pueblos que hoy en día continúan con el mismo criterio griego son las naciones que están al frente de la civilización y en el reconocimiento de los derechos humanos. En los condados, cantones o municipios se recaudan directamente los recursos sociales y se atienden las necesidades colectivas inherentes. Nombran y pagan sus docentes; nombran y pagan sus policías; nombran y pagan sus jueces; disponen por sí cómo se atenderá la salud pública y lo mismo hacen con la infraestructura social, etc. En estas condiciones se puede ejercer el control social sobre los gobernantes, un derecho humano por antonomasia. A medida que surgen necesidades comunes a más de una comunidad se eleva el plano de la consideración hasta llegar a las máximas autoridades nacionales.

Los países más atrasados del planeta ofrecen el panorama de gobiernos dictatoriales, autoritarios, con centralización en la obtención de recursos sociales y su asignación y erogación. Existiendo la reciprocidad del círculo vicioso configurado por la fórmula manejo de fondos/ejercicio del poder. En ellos, los gobernantes, en una no muy siempre clara actitud mesiánica de defender al “pueblo”, a los “desprotegidos”, a los “pobres”, cometen execrables actos de latrocinio. El control social brilla por su ausencia.

“El ojo del amo engorda el ganado” es una frase que, como refrán que es, condensa sabiduría milenaria de la humanidad y es la expresión que refleja el derecho a cuidar y utilizar según el buen saber y entender lo que es de cada uno. Si los argentinos no aciertan a poner el suyo en lo que le corresponde, la flacura y debilidad en todos los aspectos estarán siempre presente en su cotidianeidad y lo que es peor, en su futuro. Y no solamente les corresponde lo que individualmente son capaces de lograr; también son propietarios colectivamente de los recursos sociales que están destinados a satisfacer las necesidades colectivas y/o las que, por decisión comunitaria y/o imperio de la organización social por la que se optare, se ponen a cargo de los órganos gubernamentales que implementan las normas del ordenamiento social. En esta categoría se ubican la salud e instrucción pública, la seguridad patrimonial y personal de los habitantes, la administración de la justicia, la preservación del medio ambiente, la defensa.

Bernardino Rivadavia, siendo ministro de Martín Rodríguez, luego de varios intentos (el primero de los cuales lo llevó a cabo cuando era funcionario del Primer Triunvirato), abolió la autoridad de los cabildos (gobiernos locales) en la Provincia Buenos Aires; hecho que posteriormente se reeditó en todo el territorio nacional. Con la desaparición de los cabildos, que era la ancestral forma de gobierno propio de cada comunidad y muestra neta de federalismo, en Argentina dejó de tener vigencia la expresión de democracia que constituían.

A partir de entonces empezó el largo proceso, aún vigente, de dilapidación de miles y miles de años de experiencia humana que tiende, cuando es bien aprovechada, a mejorar la calidad de vida. Las olas inmigratorias de finales del Siglo XIX y principios del XX produjeron un enriquecimiento de aquellos milenarios valores culturales que aportó Europa. Sin embargo, pronto se vieron desdibujados y en la actualidad estamos muy lejos los argentinos de poseerlos. Especialmente, no tenemos una organización social que sea garantía de los derechos humanos. Quizás podamos decir que la plenitud de ello se consigue cuando el habitante está en condiciones de alcanzar, si se lo propone, una buena calidad de vida acorde con el grado de civilización alcanzado por la humanidad y pueda participar en el control social. La democracia, que implica federalismo, es una muy buena herramienta para lograrlo.