domingo, 17 de octubre de 2010

Volver a los principios

Por César Ramón Cuello

El tema es viejo para nuestra concepción, para nuestra modesta pero incesante actitud de predicamento sobre cómo debe ser nuestra organización social para lograr la eficiencia (hacer bien las cosas), eficacia (lograr los objetivos) y economía (obtener el más bajo costo social posible), que nos lleve a poseer una calidad de vida aceptable en nuestras comunidades, acorde con el grado de civilización alcanzado por un importante sector de la humanidad.

Hace más de cuatro décadas que, a través de los medios que estuvieron a nuestro alcance, sostenemos que la mejor manera conocida para lograr aquellos resultados es que los vecinos de cada una de esas comunidades sean verdaderos protagonistas de la vida en sociedad. Y que esa manera consiste en adoptar en toda su medida el ejemplo de los griegos, que implantaron el “gobierno de los demos” (democracia), el gobierno de los municipios.

Se debe entender que “democracia” no significa que periódicamente se convoque a elecciones para elegir gobernantes en un sistema unitario y centralizado, como sucede en nuestra República Argentina. Porque más que el “gobierno del pueblo”, que podría considerarse como una expresión abstracta porque hace referencia a un vocablo (pueblo) sin clara identificación empírica, la democracia es el gobierno municipal, según la realidad (que es única verdad) política de los griegos.

En Grecia la denominación “democracia” surgió porque los demos (los diez municipios en que Clístenes dividió a Atenas) enviaban sus representantes a la Asamblea que los congregaba y donde discutían y tomaban decisiones sobre cuestiones que involucraban a todos aquellos demos. En esta instancia era el “gobierno de los demos”, una "democracia". Aquí se debe asimilar el vocablo “demos” al concepto “municipio”, dada la dimensión territorial y demográfica de los mismos. En cada uno de éstos, los ciudadanos en el Ágora decidían sobre todos los temas cotidianos que incidían sobre sus vidas.

Esa división política programada y ejecutada por los griegos produjo los beneficios del control social que pone freno a la corrupción, promovió la más adecuada asignación de recursos que son el fruto del esfuerzo de los ciudadanos, proporcionó la más rápida solución a los problemas emergentes debido a la cercanía en el tiempo y en el espacio de quiénes deben detectarlos, afrontarlos y resolverlos; y sobre todo indujo la participación de los ciudadanos, a quiénes no solamente les proporcionaba el reconocimiento de su dignidad, sino que también les cargaba la responsabilidad de asumir deberes antes que ejercer derechos. Este conjunto de factores le dio vida concreta al Don del Libre Albedrío que es la forma más acabada de la libertad, que a su vez es la fuente de creatividad más efectiva.

Las naciones que hoy lideran la civilización y las que la colocaron en el nivel que hoy se encuentra, nunca dejaron de tener en cuenta este concepto de democracia. Bajo la denominación de municipio, comuna, condado o cantón, ponen en manos de los ciudadanos la responsabilidad de obtener y administrar recursos, ejercer control y fijar objetivos dentro de sus propias comunidades. En cambio, los países que exhiben organización unitaria y centralizada son los que están a la cola en la fila de naciones y donde se obtienen resultados adversos respecto de los que espera la ciudadanía, esto es, dilapidación de recursos, impunidad de los corruptos, deterioro de la fortaleza cultural y social y lo que podría considerarse como inhumano: desconocimiento de la dignidad del ciudadano por ignorarlo como protagonista, todo lo cual provoca su vivencia en una particular forma de la esclavitud.

El progreso, el bienestar social, el amor a la Patria, la aceptación a las normas de convivencia, el respeto al semejante, la libertad, están presentes en los primeros. Todo lo contrario acontece en los segundos.

El gobierno municipal pleno (democracia) incluye que dentro del mismo tengan vida la obtención, asignación y administración de los recursos destinados a la instrucción, seguridad, salud y justicia de los habitantes. Éstos son los cuatro elementos básicos que proporcionan fortaleza a las comunidades. Junto a ellos, promover la creación y mantenimiento de los medios de vida (trabajo) y lograr el techo bajo el cual se albergan las familias, es la combinación ideal de factores. Lo demás viene por añadidura como reza el Libro de los Libros. No necesitan las comunidades de súper funcionarios que les manejen sus vidas y sus recursos. Nadie mejor que sus miembros para ello.

En estos días está en ciernes la creación de policías municipales en la provincia Buenos Aires, de las que ya existen algunas versiones. Si bien ello no implica que las comunidades asuman integralmente, como se debe asumir, el grave problema de la inseguridad personal y patrimonial que cada día que amanece acecha a los habitantes, es una expresión de que se estaría cumpliendo incipientemente el aserto que se está poniendo en boga: volver a los principios.

Debemos volver a los principios que enarbolaron los sabios que pisaron este planeta; que vieron cuál era la mejor manera de organizarse para vivir en sociedad; que validaron el reconocimiento de los derechos de los hombres; que este reconocimiento tiene que ver también con su protagonismo social real y efectivo junto a los deberes que deben cumplir.

Debemos reconocer entonces que cada comunidad tiene el derecho y la obligación de gobernarse, sin depender de tiránicos y totalitarios gobiernos centralizados. Es posible que de esta manera podamos construir sociedades donde el respeto a las normas legales y morales nos alejen del camino del delito, de la debilidad, del ocio, de la mal llamada “viveza criolla”; y nos señale el de la virtud, del trabajo fecundo, del esfuerzo superador.

Debemos vivir en democracia.