martes, 19 de febrero de 2013

Poner manos a la obra



Por: César Ramón Cuello

La vida de un pueblo se asienta, en primera instancia, en el elemento que le proporciona el sustento biológico esto es, el aparato productivo, cuyo tipo de funcionamiento (sistema económico) determina la manera de vincularse con las cosas (bienes y servicios) y en las normas en cuyo ámbito se desenvuelve (organización social) que, a su vez, determina la manera de relacionarse sus miembros.
Por lo tanto, en la medida que el aparato productivo funciona con eficiencia (manera de hacer) y eficacia (logro de objetivos previstos), podrá disponerse de los bienes y servicios que proporciona la aplicación de los conocimientos científicos y técnicos que ha alcanzado la humanidad. Por el lado de la organización social si sus características son las adecuadas tiene vigencia una adecuada distribución de la riqueza que produce la actividad económica. Dentro de los parámetros que determinan la economía y la organización social, teniendo en cuenta que ambos conceptos van de la mano siempre, se desarrolla la cultura de los pueblos, es decir, todas sus manifestaciones, materiales e intelectuales. La riqueza bien administrada produce efectos positivos tales como las manifestaciones artísticas, la investigación científica que impulsa el desarrollo, la excelencia en la instrucción que asegura ciudadanos ilustrados,  la salud pública que proporciona bienestar personal básicamente, la seguridad personal y patrimonial que abona la tranquilidad vivencial, el mantenimiento del sistema de justicia que rectifica los procedimientos fuera de las normas; la fortaleza que se posee desde este punto de vista vigoriza los medios de  la defensa nacional, que contribuye a desalentar intromisiones de extraños en el ámbito interno de la Nación  o a repelerlos en su caso.
A la vista de este razonamiento, en las circunstanciales que actualmente tiene su permanencia el pueblo de la República Argentina podemos afirmar, sin hesitar, que las tareas no se han hecho muy bien que se diga en los últimos doscientos tres años de vida como país independiente: hubo ineficiencia. Ello dio como resultado la falta de equilibrio entre los dos factores (economía y organización social) y la mezquina respuesta a los requerimientos que natural y lógicamente se les practica a ambos: no hubo eficacia.
Viene a cuento la aplicación del concepto médico “empecinamiento terapéutico” que se produce cuando habiendo suministrado un remedio y no se obtienen los resultados de sanación esperados, se insiste con el mismo medicamento e, incluso, aumentando la dosis. El efecto es negativo siempre. Está de más decir entonces que si en Argentina, después de más de doscientos años, su aparato productivo no es capaz de producir más cinco mil dólares por habitante y por año frente al producto de los países más adelantados que superan los cincuenta mil (Luxemburgo con creces supera los ochenta mil), y posee una organización política social que permite el manejo antojadizo y corrupto de los recursos sociales, es hora que su pueblo se ponga a pensar cómo hacer para revertir la situación.
Es que, con el pobre producto de la economía, nuestras disponibilidades son de pobres en todos los aspectos cuya cobertura se espera de un buen funcionamiento; siendo el más penoso de ellos la retribución al trabajo, factor de la producción por excelencia y que dignifica la calidad humana. La puja por la adecuación de los salarios, corroídos por la inflación, es la máxima expresión de los penosos resultados obtenidos; a la par de la corrupción, acompañada de la mala praxis (deliberada o no) en los manejos públicos; que nos han aislado del concierto de las grandes naciones y sumidos en un estado del cual salir nos costará sino sangre, mucho sudor y quizás algunas lágrimas.
El objetivo debe ser determinar cómo debe funcionar el aparato productivo para colocarlo en la senda del constante desarrollo de su dimensión y excelencia y ubicar el modelo de organización que permita el control social y la adecuada distribución de la riqueza que aquél produzca. Para lograrlo hay que poner manos a la obra.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Crecimiento y Desarrollo




Por César Ramón Cuello
Que crezca la economía no significa Desarrollo necesariamente. Por efecto de la alternancia de la influencia de las variables intervinientes se verifica el mismo fenómeno en los resultados de la actividad orientada a producir bienes o prestar servicios; es decir, se alternan los períodos de bonanza con los de depresión o recesión en la economía. Su producto aumenta en el primer caso y disminuye en el segundo. Esta secuencia circunstancial puede acontecer sin que para nada se modifique la capacidad productiva del aparato económico, cuya dimensión depende de los Recursos Naturales, el Capital y la Mano de Obra incorporados.
Cuando  el proceso económico sufre una recesión, o depresión, trae aparejada la disminución del PBI junto al hecho de entrar en ociosidad una porción de la capacidad de producir. En las instancias en las que se alcanza el punto de inflexión y la curva que representa la actividad económica toma curso ascendente, ello significa un aumento en el PBI fruto de la reactivación o lo que es lo mismo, un aumento de la actividad económica. Que puede lograrse con los Recursos Naturales, el Capital y la Mano de Obra que se dispone, sin superar el nivel que éstos factores tenían al final del anterior período de bonanza. En este caso el aumento de actividad económica producida hasta alcanzar el máximo logrado con anterioridad es motivo de haber utilizado la capacidad ociosa y no de un proceso de desarrollo del aparato productivo que constituye un genuino incremento de la economía.
El aumento de la capacidad productiva o desarrollo de un aparato económico se produce cuando se incorporan más unidades de uno de los factores de la producción o de una combinación de ellos o de todos. En buen romance, cuando se incorpora Capital y/o Recursos Naturales y/o Mano de Obra. El punto de partida, en general, es la incorporación de Capital (bienes y valores disponibles para llevar a cabo una actividad definida y generar bienes o servicios). Incorporar Capital (se suele incluir en la acepción de montos dinerarios) a la actividad económica se traduce también como Inversión cuya paso anterior necesario es el Ahorro.
Una de las medidas que históricamente se han tomado para incentivar la producción se refiere exenciones impositivas y/o facilidades crediticias y/o subvenciones con la que se favorece a los niveles empresarios que, casi sin excepción, se encuentran ubicadas en los circuitos financieros superiores. No se avizora que las propuestas que existen en este orden de cosas sean muy diferentes.
Con tales medidas tendientes a cubrir necesidades insatisfechas no se incorporan nuevos protagonistas en la toma de decisiones en los sectores donde se inducirá la inversión. Así se deja de lado una cantidad de creativos que puede llegar a ser tan importante como para torcer el curso de la historia de las en comunidades.
Dentro de este rango se encuentran las pequeñas y medias empresas que, huelga expresarlo, cuando se encuentran debidamente desarrolladas es factor más que importante en el desarrollo del aparato productivo y sostén de la actividad económica con verdadero dinamismo e intensivo uso de mano de obra.
En un artículo de opinión publicado recientemente en un importante diario del país, se recurre a la aparición de figuras como Roca, Sarmiento, Perón, etc., para instalar el inicio de un proceso de solución. Se plantea allí la necesidad de aparición de cierto tipo de conductor político para orientar el rumbo de la Nación.
La experiencia no señala a este hecho ni siquiera como paliativo. La aparición esporádica de este tipo de personaje no condujo a ninguna solución permanente en el largo plazo. Atila fue un gran conductor pero le faltó protagonismo creativo y creador al pueblo que comandaba. Esta fue la razón principal por la cual su paso relevante por la historia solo se limitó a ser recordado como el “paradigma de la crueldad, la destrucción y la rapiña. Los hunos fueron un pueblo nómada de cazadores y ganaderos. No solían usar la agricultura ni la industria en su organización social, y la escritura era rara vez usada para documentar su historia, por lo que desaparecieron sin dejar ninguna herencia destacada. Lo poco que se sabe de ellos se lo debemos en gran parte a sus mayores enemigos, los romanos”
La recurrencia a la posición del periodista no significa hacer parangón entre el cruel emperador europeo mencionado con nuestros ilustres antecesores. Se trata solamente de poner de manifiesto que al final, los resultados, si no iguales, en ambos casos no alcanzaron una dimensión tal como para ofrecer alta calidad de vida a todos los habitantes.
La actividad económica ha crecido en los últimos años. Ello no significa que haya sucedido lo mismo con el aparato productivo. No se produjo el desarrollo necesario como para ir asegurando el futuro, mejorando más que manteniendo, el volumen y calidad del consumo que ha sido la base del nivel alcanzado..
Un mero estudio de lo acontecido entre los humanos desde que apareció el Homo Sapiens Sapiens sobre la faz de la Tierra nos dice que cuando el pueblo es el hacedor, el verdadero protagonista, entonces se produce el avance de la civilización fruto del impulso de cada uno de los miembros de los pueblos y de éstos mismos. La génesis de la Revolución Industrial la llevaron los holandeses poniendo su denodado esfuerzo para ello, utilizando creatividad cuando el territorio que habitaban no daba para dejar hacer fisiocráticamente; los ingleses no la hubieran impulsado con todo el vigor conocido si los investigadores, inventores y trabajadores no hubieran participado en el proceso con el afán de progreso personal; la nación norteamericana no hubiera llegado a ser lo que es si los hombres y mujeres que desembarcaron del “Myflower” no hubieran portado el criterio del trabajo, del esfuerzo fecundo sin menoscabar la libertad; promoviendo posteriormente la participación de muchos en la generación de riqueza; facilitando la tenencia de la tierra en millones de inmigrantes que hicieron crecer y hacer fuerte a la nación; los alemanes y japoneses no hubieran recobrado, luego de quedar en la más absoluta miseria al término de la guerra, el papel de ciudadanos respetables de naciones poderosas si no hubieran aportado el trabajo personal de millones de emprendedores, cada uno honrando su puesto de trabajo con dedicación responsable. 
Argentina necesita que sus habitantes se hagan cargo responsablemente de generar los bienes y servicios necesarios para ello ocupando el lugar que elija cada uno. Pero, para que ello sea posible y como contrapartida de su esfuerzo, el pueblo debe actuar en el seno de una organización social que reconozca y respete sus derechos y haga cumplir los deberes que surgen de la vida en sociedad.
Porque la ocasión hace al ladrón. Vieja sentencia que tiene mucha, demasiada, vigencia cuando se pone a disposición de unos pocos un cúmulo de riqueza que despierta la tentación de apropiarse de ella. Es que la corrupción clava sus garras donde existe riqueza y poder para disponer de ella.
La centralización de poder, pergeñada desde antaño en la República Argentina, especialmente con los intentos de Rivadavia de imponer una constitución unitaria en 1819 y 1826, tiene cuerpo en estos tiempos en la recaudación impositiva que converge a un solo centro de decisión. Hecho que desvirtúa totalmente el sistema federal y la asignación de recursos no cuenta con el buen saber y entender de gobiernos locales promoviendo el consiguiente saludable control social. Acompañando en plena consonancia a este fenómeno, la tenencia de la tierra bajo el régimen de latifundio no permitió la incorporación de millones de agricultores que no solamente hubiera contribuido a generar una clase media con fortaleza y creatividad, sino a desarrollar intensivamente el sector dinámico por excelencia en los primero tiempos de nuestra vida organizada bajo el manto constitucional. La existencia de una población enriquecida garantiza más que nada el progreso socio económico
Luego, el establecimiento del poder político a nivel de cada comunidad menor (Municipio) que garantiza el control social en el uso de los recursos comunitarios y la existencia de millones de emprendedores en la generación de riqueza son la mejor base sustentable de la satisfacción directa de la necesidades comunitarias. Por el otro lado impulsar la constitución de emprendimientos creativos promueve el desarrollo armónico del aparato productivo sin la presencia de monopolios ni oligopolios.. Esto es, democracia y economía de mercado,

domingo, 10 de febrero de 2013

Con el republicanismo no alcanza





Por César Ramón Cuello

Constantemente se lee y escucha a políticos opositores, periodistas, economistas, escritores, etc., reclamar el funcionamiento republicano en el gobierno nacional de Argentina. Efectivamente, el sistema como tal, esencialmente, no funciona actualmente pese a la máscara instalada desde el gobierno en el sentido que se respetan sus condicionamientos. Para que esto suceda, cada uno de los poderes constitutivos del esquema estatal debe funcionar con absoluta independencia de criterio; de manera tal que ninguno se vea influenciado impúdicamente por otro para conseguir fines que no están en concordancia con los intereses de la Nación y sí en beneficio de intereses sectoriales. No son necesarias demasiadas explicaciones para aceptar la distorsión que nos embarga políticamente dados los notorios y flagrantes hechos que se cometen avasallando el orden institucional y aceptados por quiénes no debieran hacerlo, sean legisladores, jueces u otros miembros de la estructura del Estado y miembros de la sociedad como los empresarios cómplices. El accionar estatal sobre la base de la forma de república, asegura en un grado aceptable el control recíproco de los Poderes y ello conlleva que los ciudadanos sean respetados integralmente, especialmente en orden al esfuerzo que realizan para alimentar las finanzas públicas con su esfuerzo; y que tanto las leyes, su cumplimiento y la garantía de su constitucionalidad conduzcan a que constantemente se bregue por mantener y mejorar la calidad de vida de los habitantes, se asegure su libertad y seguridad, se promueva la paz interna, la defensa nacional, tal como lo establece la Primera Ley.

La aparente formalidad republicana que hoy exhibe Argentina ha producido graves distorsiones contándose como de iguales consecuencias, por ejemplo, la facultad otorgada al Poder Ejecutivo para disponer de casi la totalidad de los recursos tributarios para manejarlos con absoluta discrecionalidad; limitando de la misma manera el derecho de las comunidades que conforman la Nación a gobernarse en libertad, negando absolutamente el federalismo que no solamente está proclamado como un inalienable derecho por la Carta Magna, sino que constituye el reconocimiento de la dignidad personal y grupal de los miembros de aquellas comunidades. Concentración en el manejo de caudales públicos que da lugar a una pésima asignación y uso de recursos y acarrea serios peligros de que se cometan actos de corrupción, como tantos denunciados; que desmejoran la calidad de vida de los habitantes y los degradan moral e intelectualmente. A tal punto que el panorama que ancestralmente se visualiza en las altas esferas del gobierno ha dado lugar a la argentina posición discepoliana de que “nada es mejor, todo es igual”.

Juan Manuel de Rosas, tildado como sangriento tirano entre otros epítetos, se oponía a la sanción de una constitución nacional hasta tanto las provincias de la confederación no estuvieran debidamente organizadas. Al menos así se lo explicó en una carta a Facundo Quiroga. El propósito, siguiendo lo hecho en América del Norte, donde al inicio de la guerra por su independencia las trece colonias poseían organización escrita en sus constituciones, era establecer el ente que representara a las provincias y no que las gobernara, respetando así el concepto de federalismo, es decir, el derecho de gobernarse por sí cada pueblo. Al final en nuestro país sucedió al revés. A través de toda su historia la Nación Argentina vivió bajo la égida espuria del gobierno nacional. Con ausencia total del sinónimo de federalismo, la democracia. Concepto también desvirtuado; en la medida que se confunde un sistema de organización social con la facultad graciosamente otorgada a los habitantes de optar por uno de los candidatos que aparecen en el escenario de cada elección. La esencia original del concepto “federalismo-democracia” es que se trata del “gobierno de los pueblos” (del griego demo=pueblo; cracia=gobierno) en la Asamblea que reunía a los representantes de cada uno de los diez demos en que estaba dividida Grecia; donde en cada uno de éstos había gobierno propio absolutamente. En los países más adelantados de este mundo este sistema funciona plenamente. En los atrasados donde el despotismo y la tiranía es moneda corriente funciona, naturalmente, el unitarismo que impone la concentración de poder y recursos. Los argentinos sabemos de ello.

Los resultados que hemos alcanzado hasta el momento, luego de más de doscientos años de vida independiente, hacen caer por su propio peso que el republicanismo pretendido por todos los personajes enunciados más arriba, es necesario pero no suficiente.

Luego de la desaparición del roquismo que intentó, montado en la Generación del 80, instaurar el capitalismo con la limitación, entre otras, del régimen de tenencia de la tierra (latifundio) que no permitió el enriquecimiento de la población para dejar constituida una verdadera y poderosa clase media, se instaló en Argentina un conservadurismo oligárquico, con características fascistoides en la década del treinta del Siglo XX, que tendería a reinstalarse con la sola vuelta al funcionamiento republicano hasta ahora conocido en la República Argentina.

La democracia (federalismo en el sentido cabal de la expresión) lleva consigo que “el ojo del amo engorda el ganado”. Nadie mejor que el pueblo para vigilar que su esfuerzo, traducido en impuestos, sea bien utilizado y no sea objeto de latrocinio por parte de políticos corruptos y empresarios prebendarios. Luego, cada provincia debe administrar la riqueza y los recursos que ella genera y en cada municipio hacer lo propio para que exista el control social que no permite el latrocinio que degrada.

Uno de los resultados más avieso que soportamos fruto de nuestra organización social y forma de gobierno es la inflación; que encubiertamente genera fondos espurios para el gobierno central y socava la integridad moral y material de los habitantes. La política monetaria y fiscal nacional ha provocado tanta distorsión que sería aventurero fijar plazos para volver a la normalidad; sin emisión espuria, sin déficit fiscal y comercial, sin crecimiento sostenido de los precios; que ha desbaratado el mecanismo funcional de la economía de mercado, la mejor manera conocida hasta el presente para generar riqueza y distribuirla.

La prioridad que debemos tener en cuenta es desarticular la concentración de poder y riqueza que se formula actualmente en el Poder Ejecutivo de la Nación y luego, paulatinamente, transferir esos valores, en la medida adecuada, a las comunidades que conforman la Nación Argentina. Para que alguna vez funcione realmente la democracia y el federalismo. Esto es tanto más difícil como que no existe en todo el espectro social del país siquiera un atisbo de que se piense en ello. No obstante, tengamos presente que si no sucede tal cosa, los argentinos seguiremos sumidos en la mediocridad que día a día avanza más y más.

domingo, 3 de febrero de 2013

Construir un buen pasado





Por: César Ramón Cuello
En los albores del gobierno ejercido por el equipo comandado por la Presidenta de la República se insistía en denominarlo como de inclusión social; como si esto fuera una merced al mejor estilo monárquico, dada su condición de popular y nacional pretendiendo dejar la impronta de dirigentes en el rol de buenos o como si ello fuera una función que indefectiblemente tengan que asumir; actitud que por otra parte se presume esperada graciosamente por una considerable porción del conjunto de los habitantes. Al parecer no se tuvo, ni se tiene en cuenta, que la acción gubernamental debiera orientarse a la generación de condiciones para que la creatividad que proporciona la libertad permita a los miembros de una comunidad alcanzar el mejor nivel posible respecto de su capacidad, de su esfuerzo en el trabajo fecundo; en el marco de reglas morales que sean generalmente aceptadas; y los ciudadanos asumiendo deberes y responsabilidades. Entendiendo por libertad, incluso, a la versión económica del concepto, que consiste en respetar la propiedad privada que no es otra cosa que admitir como propio, del que honestamente lo consigue, el fruto de su trabajo.
Nuestra sociedad, el conjunto de comunidades argentinas, sufre a esta altura de los acontecimientos, no solamente los efectos de la inseguridad personal y patrimonial, sino también aquellos que surgen de la falta de claridad en el horizonte que señala el futuro. El autor dramático Roberto Cossa ha expresado con una destacable elocuencia que "Yo quisiera estar en contra del Gobierno, pero la oposición no me deja", ante lo cual luego aclaró que su dicho era "una especie de preocupación", ya que fue "una frase acuñada en los tiempos de las aguas calmas. Hoy no me expresa. No quiero oponerme al Gobierno hasta que no aparezca un proyecto superador con posibilidades de tomar el mando" puntualizó, según consigna Pablo Sirven en la edición de hoy de La Nación.
Aquella “propiedad privada” está ultrajada conceptual y materialmente, entre otras maneras, de un modo muy particular. Por un lado, desde la esfera del poder se niega el deterioro en la moneda nacional que día a día se produce en su principal función (reserva de valor), por efecto de la inflación. Por otro, téngase en cuenta que la contraprestación dineraria que se recibe por el trabajo, que es propiedad del que lo ejerce, es celada y escandalosamente escamoteada por el fenómeno mencionado y el resultado de esta felonía va a parar a manos de quiénes la manejan sin control social de ninguna especie.
Bien podríamos preguntarnos si este fenómeno financiero es razón o consecuencia en el sentido de ubicarlo en un grado de prelación respecto de los males que sufre la sociedad a la que pertenecemos: falta de respuesta ante la demanda de puestos de trabajo dignos por parte de la población que año tras año pretende incorporarse legalmente a la clase económicamente activa (CEA), ausencia de tecnología autóctona, de excelencia intelectual, de infraestructura suficiente para albergue de las familias (viviendas), para la instrucción, salud y seguridad públicas y para el aparato productivo (ferrocarriles, caminos, energía, instalaciones portuarias); carencia de ahorro interno para financiar inversiones que permitan el crecimiento de aquel aparato productivo (no simplemente de  la “actividad”) y de crédito internacional (ahorro externo) que ocupe el lugar del interno o en su caso lo complemente. También bien podríamos agregar que adolecemos de una clase empresarial que sea capaz en una economía abierta, de enfrentar la realidad del planeta en tanto es necesario producir competitivamente bienes y servicios en cantidad y calidad suficientes para abastecer el mercado interno y obtener, además, saldos exportables (transables) para poder adquirir lo que otros países producen en mejores condiciones de calidad y precio que nosotros. Sin dudar podríamos afirmar también que si el setenta y cinco por ciento de los jóvenes que egresan del nivel secundario de instrucción no interpreta lo que lee (contando que únicamente completa el nivel secundario menos del cincuenta por ciento de los estudiantes), tampoco tenemos reserva poblacional como para pensar que demográficamente nuestra etnia tendrá condiciones elevadas para estar a la altura de la naciones altamente civilizadas. Deberíamos admitir, por último, que es bochornosa la mala impresión que provoca la sospechada corrupción de miembros del Poder Judicial. Este conjunto de negatividades tiene su expresión más evidente en la clase política, quizás nunca mejor descripta que por Karl Marx quien dijo que era el conjunto de personas organizadas para explotar al resto. Para colmo, aceptando la palabras de Cossa, no existe expresión alguna sobre cuál es el camino que debemos seguir para sobrepasar estos malos momentos de nuestra Patria. Es como si debiéramos conformarnos con simples y retóricas expresiones de deseo que, más que aclarar, oscurecen el panorama; dichas por protagonistas de todos los sectores políticos.
Uno de los más penosos resultados de esta especie de caos social, potencialmente peligrosísimo, es el lacerante impacto de la drogadicción en el tramo social de menores recursos; que está diezmando la reserva humana de la Nación generando una proliferación del delito que ha alcanzado niveles insospechados algunas décadas atrás.
Se puede advertir, eso sí, que existe un elemento precario presente en todas las situaciones negativas descriptas precedentemente: la impunidad. Existe impunidad manifiesta respecto de la mala praxis (más de una vez delictiva) en los actores del gobierno; lo propio sucede con los organizadores de la producción que no purgan su acción prebendaria cómplice del despojo a los ciudadanos; de los conductores familiares que no han preservado del deterioro al concepto social básico: la familia es la base de la sociedad. Se anota la condición de precaria asignándole la acepción cabal de la expresión, es decir, que su propia naturaleza le asigna poca vida, ya que las consecuencias de la impunidad (de la que gozan ciertos personajes) algún día se paga aunque no sean los transgresores los que lo hagan. Los argentinos ya lo estamos haciendo. De haber sido un país promisorio hoy estamos en una debacle que hasta es muy difícil de describir. Todo lo que hemos hecho o estamos haciendo mal tiene un precio que, al ser muy caro en este caso, deviene en pobreza material, intelectual y moral. Téngase presente una vez más la pobreza que nos rodea ya que producimos algo así como cinco mil dólares por habitante y por año frente a los más de cincuenta mil de los primeros países. De nuestra pobreza no pueden surgir nada más que remuneración al trabajo de pobres, escuelas de pobres, hospitales de pobres, ferrocarriles y caminos de pobres, policía de pobres y lo que es peor aún, intelectualidad de pobres, etc. Esto es, si no reaccionamos a tiempo, todo lo que podamos hacer o tener será de pobres; paradójicamente en un territorio que ofrece mucha riqueza.
Un sindicalista expresó que si los gobernantes dejaran de robar durante dos años podríamos solucionar muchos problemas. No debe ser así, Deben dejar de robar para siempre, si es que lo están haciendo. Y los habitantes proporcionarse una organización social que permita e imponga control social a rabiar. La mejor manera conocida hasta ahora, es el gobierno propio de cada comunidad; recaudando, asignando y erogando en ellas los recursos sociales; asumiendo de esta manera su responsabilidad el conjunto poblacional en materia de necesidades sociales de instrucción, salud, seguridad, justicia y preservación del medio ambiente. Con solamente el republicanismo no alcanza. Debe descartarse totalmente el centralismo e implantar el federalismo a ultranza con lo que, dada la cercanía del control social, tanto en el tiempo como en el espacio, podría desaparecer la atroz impunidad que nos tiene invadido y que provoca el despojo desmesurado de los recursos sociales. Con la vigencia plena del control social la evidencia de lo que está mal hecho podría facilitar reorientar constantemente la nave social y llevarla a buen puerto. Va de suyo que no es una tarea fácil. Hasta ahora está todo en contra de que ello suceda y la intención en tal sentido se torna utópica. Se necesita mucho esfuerzo durante mucho tiempo y claras ideas que iluminen el camino para darle consistencia al pasado que constantemente vamos construyendo en el presente. Pasado que tendríamos que mirar con orgullo algún día. Por ahora nuestras espaldas cargan el fracaso. Hagamos que el futuro lo construya, para ser dignos de nuestro presente.