martes, 19 de febrero de 2013

Poner manos a la obra



Por: César Ramón Cuello

La vida de un pueblo se asienta, en primera instancia, en el elemento que le proporciona el sustento biológico esto es, el aparato productivo, cuyo tipo de funcionamiento (sistema económico) determina la manera de vincularse con las cosas (bienes y servicios) y en las normas en cuyo ámbito se desenvuelve (organización social) que, a su vez, determina la manera de relacionarse sus miembros.
Por lo tanto, en la medida que el aparato productivo funciona con eficiencia (manera de hacer) y eficacia (logro de objetivos previstos), podrá disponerse de los bienes y servicios que proporciona la aplicación de los conocimientos científicos y técnicos que ha alcanzado la humanidad. Por el lado de la organización social si sus características son las adecuadas tiene vigencia una adecuada distribución de la riqueza que produce la actividad económica. Dentro de los parámetros que determinan la economía y la organización social, teniendo en cuenta que ambos conceptos van de la mano siempre, se desarrolla la cultura de los pueblos, es decir, todas sus manifestaciones, materiales e intelectuales. La riqueza bien administrada produce efectos positivos tales como las manifestaciones artísticas, la investigación científica que impulsa el desarrollo, la excelencia en la instrucción que asegura ciudadanos ilustrados,  la salud pública que proporciona bienestar personal básicamente, la seguridad personal y patrimonial que abona la tranquilidad vivencial, el mantenimiento del sistema de justicia que rectifica los procedimientos fuera de las normas; la fortaleza que se posee desde este punto de vista vigoriza los medios de  la defensa nacional, que contribuye a desalentar intromisiones de extraños en el ámbito interno de la Nación  o a repelerlos en su caso.
A la vista de este razonamiento, en las circunstanciales que actualmente tiene su permanencia el pueblo de la República Argentina podemos afirmar, sin hesitar, que las tareas no se han hecho muy bien que se diga en los últimos doscientos tres años de vida como país independiente: hubo ineficiencia. Ello dio como resultado la falta de equilibrio entre los dos factores (economía y organización social) y la mezquina respuesta a los requerimientos que natural y lógicamente se les practica a ambos: no hubo eficacia.
Viene a cuento la aplicación del concepto médico “empecinamiento terapéutico” que se produce cuando habiendo suministrado un remedio y no se obtienen los resultados de sanación esperados, se insiste con el mismo medicamento e, incluso, aumentando la dosis. El efecto es negativo siempre. Está de más decir entonces que si en Argentina, después de más de doscientos años, su aparato productivo no es capaz de producir más cinco mil dólares por habitante y por año frente al producto de los países más adelantados que superan los cincuenta mil (Luxemburgo con creces supera los ochenta mil), y posee una organización política social que permite el manejo antojadizo y corrupto de los recursos sociales, es hora que su pueblo se ponga a pensar cómo hacer para revertir la situación.
Es que, con el pobre producto de la economía, nuestras disponibilidades son de pobres en todos los aspectos cuya cobertura se espera de un buen funcionamiento; siendo el más penoso de ellos la retribución al trabajo, factor de la producción por excelencia y que dignifica la calidad humana. La puja por la adecuación de los salarios, corroídos por la inflación, es la máxima expresión de los penosos resultados obtenidos; a la par de la corrupción, acompañada de la mala praxis (deliberada o no) en los manejos públicos; que nos han aislado del concierto de las grandes naciones y sumidos en un estado del cual salir nos costará sino sangre, mucho sudor y quizás algunas lágrimas.
El objetivo debe ser determinar cómo debe funcionar el aparato productivo para colocarlo en la senda del constante desarrollo de su dimensión y excelencia y ubicar el modelo de organización que permita el control social y la adecuada distribución de la riqueza que aquél produzca. Para lograrlo hay que poner manos a la obra.

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