Por: César Ramón Cuello
La vida de un pueblo se asienta,
en primera instancia, en el elemento que le proporciona el sustento biológico
esto es, el aparato productivo, cuyo tipo de funcionamiento (sistema económico)
determina la manera de vincularse con las cosas (bienes y servicios) y en las
normas en cuyo ámbito se desenvuelve (organización social) que, a su vez,
determina la manera de relacionarse sus miembros.
Por lo tanto, en la medida que el
aparato productivo funciona con eficiencia (manera de hacer) y eficacia (logro
de objetivos previstos), podrá disponerse de los bienes y servicios que
proporciona la aplicación de los conocimientos científicos y técnicos que ha
alcanzado la humanidad. Por el lado de la organización social si sus características
son las adecuadas tiene vigencia una adecuada distribución de la riqueza que
produce la actividad económica. Dentro de los parámetros que determinan la
economía y la organización social, teniendo en cuenta que ambos conceptos van
de la mano siempre, se desarrolla la cultura de los pueblos, es decir, todas
sus manifestaciones, materiales e intelectuales. La riqueza bien administrada
produce efectos positivos tales como las manifestaciones artísticas, la
investigación científica que impulsa el desarrollo, la excelencia en la
instrucción que asegura ciudadanos ilustrados,
la salud pública que proporciona bienestar personal básicamente, la
seguridad personal y patrimonial que abona la tranquilidad vivencial, el
mantenimiento del sistema de justicia que rectifica los procedimientos fuera de
las normas; la fortaleza que se posee desde este punto de vista vigoriza los
medios de la defensa nacional, que
contribuye a desalentar intromisiones de extraños en el ámbito interno de la
Nación o a repelerlos en su caso.
A la vista de este razonamiento,
en las circunstanciales que actualmente tiene su permanencia el pueblo de la
República Argentina podemos afirmar, sin hesitar, que las tareas no se han
hecho muy bien que se diga en los últimos doscientos tres años de vida como
país independiente: hubo ineficiencia. Ello dio como resultado la falta de
equilibrio entre los dos factores (economía y organización social) y la
mezquina respuesta a los requerimientos que natural y lógicamente se les
practica a ambos: no hubo eficacia.
Viene a cuento la aplicación del
concepto médico “empecinamiento terapéutico” que se produce cuando habiendo
suministrado un remedio y no se obtienen los resultados de sanación esperados,
se insiste con el mismo medicamento e, incluso, aumentando la dosis. El efecto
es negativo siempre. Está de más decir entonces que si en Argentina, después de
más de doscientos años, su aparato productivo no es capaz de producir más cinco
mil dólares por habitante y por año frente al producto de los países más
adelantados que superan los cincuenta mil (Luxemburgo con creces supera los
ochenta mil), y posee una organización política social que permite el manejo
antojadizo y corrupto de los recursos sociales, es hora que su pueblo se ponga
a pensar cómo hacer para revertir la situación.
Es que, con el pobre producto de
la economía, nuestras disponibilidades son de pobres en todos los aspectos cuya
cobertura se espera de un buen funcionamiento; siendo el más penoso de ellos la
retribución al trabajo, factor de la producción por excelencia y que dignifica
la calidad humana. La puja por la adecuación de los salarios, corroídos por la
inflación, es la máxima expresión de los penosos resultados obtenidos; a la par
de la corrupción, acompañada de la mala praxis (deliberada o no) en los manejos
públicos; que nos han aislado del concierto de las grandes naciones y sumidos
en un estado del cual salir nos costará sino sangre, mucho sudor y quizás
algunas lágrimas.
El objetivo debe ser determinar
cómo debe funcionar el aparato productivo para colocarlo en la senda del
constante desarrollo de su dimensión y excelencia y ubicar el modelo de
organización que permita el control social y la adecuada distribución de la
riqueza que aquél produzca. Para lograrlo hay que poner manos a la obra.
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