POR CARLOS SALVADOR LA ROSA
Inquietante definición del autor: "Antes de los K, los opositores criticaban, los periodistas opinaban, los mediáticos entretenían y el pueblo votaba. Ahora, con los K, son -somos- todos golpistas."
MENDOZA (Los Andes). Sabedor de que no las tenía todas consigo (mejor dicho, no tenía a casi ninguna consigo), Néstor Kirchner decidió en marzo convocar a elecciones anticipadas, en pos del único objetivo posible de alcanzar: un triunfo pírrico. Cuando descubrió que tenía a la mayoría de la sociedad en contra, quemó las naves, arrasó con los pastizales, primereó a la oposición, inventó candidatos truchos, etc.
Así se gastó el capital político que le quedaba para triunfar a lo Pirro. Pero lo que logró fue una curiosidad que quizá algún día incorporen los libros de historia: una derrota pírrica. O sea, destruyó todo lo que encontró a su paso para obtener una victoria ajustada... pero igual perdió.
Después del 28 de junio, y ya no como Pirro sino como un coyote insistidor sin correcaminos o un capitán Garfio sin Peter Pan (como un villano de dibujitos animados), buscó “profundizar el modelo”, actuando como si no hubiera perdido, pero vengándose de todos los que él creyó que lo habían hecho perder.
Para eso, como los fusiladores que le hacen cavar a los fusilados su propia tumba, obligó al Congreso Nacional a desplegar una inusual actividad para auto-anularse. Así logró que éste ratificara, hasta el fin del mandato de Cristina, superpoderes, facultades delegadas y excepciones por emergencia, vaciando literalmente al Congreso de sus funciones básicas.
Todos admiraron entonces el colosal talento político de un hombre que regresó de la tumba con más fuerza aún, logrando multitud de éxitos parlamentarios justo luego de sufrir la más estrepitosa derrota electoral de su vida. Sólo había una cosa que no andaba: mientras más crecía en triunfos legislativos y mientras más transformaba a la clase política toda en obsecuente o impotente, más crecía en impopularidad.
Pero como los que hacen política son los políticos y no la gente, eso para Kirchner era un problema menor.Hasta que todo implosionó -como suele ocurrir- por caminos inesperados. Esta vez por acción de los “mediáticos” de la tevé y por la ocupación de las calles con manifestantes que no le respondían.
Callejeros. Las calles de la Capital fueron copadas por sectores que reclamaban infinidad de cosas, pero básicamente dos: primero, la libertad sindical contra el sindicato único (que defiende la CGT oficial), queriendo hacer valer el precedente que determinó la Corte Suprema de Justicia. Y segundo, que los dineros públicos para paliar el drama social de la pobreza no sean repartidos sólo por intendentes o piqueteros afines al gobierno.
Al igual que ocurrió con los representantes del campo el año pasado, la forma de protestar de la semana que pasó -más allá de la legitimidad de los reclamos- también vulneró derechos de terceros. Pero es que estos modos parecen los únicos que el poder escucha.
No pretendemos defender estas modalidades de protesta que sitian o paralizan ciudades o campos. Pero el hecho es irrefutable: se trata de las tempestades ocasionadas por un fabricante de tormentas.
Mediáticos. Mientras el caos avanzaba por las calles de la Gran Capital, en la tevé la política nacional devino una jodita de Tinelli, pero esta vez no se trató de una cámara oculta armada por el popular conductor, sino que los constructores de ratings se transformaron en transmisores de reclamos populares, frente al delirio de la política oficial.
Así, Jorge Rial hablando de política en su programa de tevé (en comparación con D’Elía, Moyano o el Aníbal) parecía Lula Da Silva y Charles De Gaulle juntos; justo en ese programa en el cual todos los días pone frente a frente dos vedettes a ver quién le dice mayores vulgaridades a la otra. Pero, entre vedette y vedette, Rial pronunció peroratas de sentido común, que parecieron un bálsamo ante las locuras políticas del oficialismo. Igual Tinelli o Mirtha. O la propia Su, a pesar de sus desconocimientos trasandinos.
Pero los “méritos políticos” de los mediáticos no se deben a ellos sino a que esta semana la política devino show televisivo y entonces los profesionales en entretener (a pesar de que no siempre entretienen con los mejores recursos) parecieron razonables y naturales en su hábitat natural, frente a los políticos que querían imitarlos. No es que los mediáticos hayan buscado hacer política, sino que la política bajó a su nivel.
No defendemos políticamente a esas “estrellas” cuya misión no es la de hacer política, pero su aparición en la política es el síntoma de males que los exceden, de los que no son culpables. Es que pocas veces un gobierno hizo tanto contra sí mismo como éste.
Golpistas. Néstor Kirchner se ocupó por cuatro meses de despejar (malamente) el camino de su derrota pero luego volvió a enredarse en sus propios cordones. Para explicar lo que afirmamos, basta una crónica de las últimas acciones y decires de la gestión K:
Los miembros de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) que realizaron días atrás su congreso en la Argentina, fueron tildados de dinosaurios y golpistas por Aníbal Fernández y por las autoridades del Comfer, quienes, a su vez, hicieron un congreso paralelo de medios en alianza con el más grande defensor de la libertad de prensa de todo el continente: Hugo Chávez. Luego Julio Cobos fue acusado de golpista por ir a la Asamblea de la SIP. Y Lilita Carrió por mandarles cartas a las embajadas. Y Duhalde por Duhalde. Y el campo por oligarca.
Y Castells porque confesó ser golpista. Y la CTA porque son “trotskistas” según el segundo de Moyano en la CGT. Y los medios porque, digan lo que digan, siempre son golpistas. De Narváez es golpista porque no le ganó a nadie. Y Tinelli, Mirtha y Su, son golpistas porque son “prostibularios e hijos de la remilp...”, según el sutil lenguaje del piquetero oficial. Ni siquiera el Alberto Fernández se salvó de ser insinuado golpista por el Aníbal Fernández. Y hasta la gente de a pie es golpista porque no piensa como el ministro de Seguridad, Julio Alak, quien acaba de decir, textualmente -aunque usted no lo crea- que “las tasas de delito en el país son de las mejores de América Latina, por lo que los números le otorgan al país una situación privilegiada en América Latina”. Por ende, todos los que salen a quejarse por la inseguridad también son golpistas.
Antes del advenimiento de los Kirchner, los opositores eran llamados adversarios. Ahora son llamados enemigos, o destituyentes, o lisa y llanamente golpistas. Pero no son golpistas sólo los opositores, también lo son la prensa libre, la gente, la derecha no K, la izquierda no K, los funcionarios ex K. O sea, todos somos golpistas. Todos.
Las apelaciones a la movilización popular de Raúl Alfonsín en los ’80 cuando Rico o Seineldín intentaron destituirlo eran legítimas. Por ello, en ese entonces toda la sociedad se movilizó contra el golpe. Pero ahora es al revés: nadie se moviliza contra los infinitos golpes denunciados por los Kirchner y sus valets porque nadie les cree. Es que desde el gobierno nacional parecen desesperados por recrear el clima que Alfonsín quería exorcizar. Quieren que los golpeen, se mueren porque los golpeen.
En síntesis, tienen razón los que dicen que Kirchner no perdió contra De Narváez. Es cierto, Kirchner perdió solito. Y ahora parece volver a pasarle: habiendo doblegado a todos los legisladores y gobernadores, habiendo cooptado a casi toda la izquierda parlamentaria, habiendo sopapeado a todos los medios y a toda la oposición... cuando tenía todo a su favor, decide autoliquidarse otra vez mandando a los suyos a denunciar que todos los que no son suyos lo quieren golpear. Y para eso inventa la más grande conspiración universal jamás contada. Una historieta sin humor. Una estudiantina primaveral de viejos viágricos. Una chiquilinada porno. La frivolidad elevada a un grado tal que los frívolos de nuestra tevé parecen competir en profundidad con Umberto Eco.
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