Editorial I - LA NACION
Una nación disociada de las concepciones éticas y espirituales es una nación desconectada de sí misma y proclive al caos
Detrás de la ola de incongruencias, vandalismos y desórdenes que están destruyendo día tras día la capacidad de convivencia de los argentinos asoma una razón de fondo que debería preocuparnos a todos: el creciente relativismo moral que prevalece en ciertos influyentes y estratégicos sectores de la vida nacional.
Con frecuencia nos detenemos a señalar las deficiencias del orden legal y político imperante y de las conductas que lo distorsionan o pervierten, pero no nos dedicamos lo suficiente a examinar la ausencia o la debilidad de esos mínimos controles interiores de carácter moral sin los cuales ningún sistema jurídico formal puede funcionar razonable y armoniosamente en ninguna parte del mundo.
El reciente debate planteado en la Cámara de Diputados acerca de la posible modificación del Código Civil para que dos personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio demuestra hasta qué punto están socavadas las grandes bases morales de la comunidad. Ese debate, sumado al fallo de una jueza porteña que declaró inconstitucional dos artículos de ese código que impiden el matrimonio homosexual, revela también en qué medida han entrado en crisis esos límites y frenos individuales y sociales que la pura razonabilidad y el sentido común suelen activar en cualquier nación mínimamente apegada a las concepciones que emanan de su salud moral, de su tradición espiritual y de su íntima coherencia.
En esta misma columna dijimos hace algunos días que resulta totalmente absurdo el argumento de que los homosexuales son víctimas de una "discriminación" porque la ley les impide contraer matrimonio con alguien de su mismo sexo. Afirmamos, en ese sentido, que la imposibilidad de que dos personas de un mismo sexo contraigan matrimonio obedece a que esa unión es absolutamente contraria a la naturaleza humana y opuesta a la razón. No se trata de una imposibilidad establecida por la ley: se trata de una imposibilidad impuesta por la naturaleza.
El proyecto debatido en la Cámara de Diputados pretende, en consecuencia, consagrar una institución tan imposible como ilusoria. Y cuando un pueblo legisla contra la naturaleza de las cosas la ley pierde toda autoridad y el orden jurídico se vacía de contenido.
La crisis de valores que afecta hoy a buena parte de la sociedad occidental se refleja de manera muy clara en esos proyectos que pretenden contrariar a la razón natural. Se olvida que el origen mismo de la palabra "matrimonio" se remonta a disposiciones muy antiguas del Derecho Romano, donde la palabra "matrimonium" se vinculaba con el derecho de toda mujer a tener hijos reconocidos expresamente en el seno de la legalidad.
La palabra "matrimonio" alude, justamente, a esa calidad legítima de "madre" que la mujer adquiere a través de la union matrimonial. A veces se ha intentado asociar erróneamente el término "matrimonio" con el sacramento cristiano del mismo nombre, sin tener en cuenta que el vocablo fue consagrado por el Derecho Romano muchísimo antes de que el cristianismo apareciese en la historia de la humanidad.
Pero el relativismo moral que nos envuelve y parece arrastrarnos está presente también en otras situaciones de la vida cotidiana. Está presente, por ejemplo, en la falta de escrúpulos de quienes se valen irracionalmente de determinados aparatos sindicales o clientelistas para satisfacer sus mezquinas apetencias de poder, aún cuando el precio de esas turbias arbitrariedades sea dejar a una comunidad, durante toda una jornada, sin el necesario transporte subterráneo o taponar las avenidas centrales de la ciudad por las cuales circulan diariamente decenas de miles de usuarios.
¿Quién puede desconocer que el relativismo moral se proyecta igualmente sobre muchas de las decisiones de los poderes públicos, especialmente aquellas que ensombrecen el horizonte social, político y económico de la población o que conspiran notoriamente contra la necesaria y constructiva integración de nuestro país en la comunidad mundial?
Los gravísimos márgenes de inseguridad y la sombría ola de criminalidad que está soportando actualmente la sociedad argentina tienen vinculación también con el relativismo moral imperante, sobre todo cuando el delito adquiere la forma de una oscura propensión a la violencia y a la destrucción perversa y gratuita de seres absolutamente indefensos.
Es necesario que la racionalidad y la moral vuelvan a marchar de la mano. Una nación disociada de las concepciones éticas y espirituales que alimentan su tradición y ennoblecen su dignidad y su vida cotidiana es una nación desconectada de sí misma. Y es una puerta abierta permanente e implacablemente al caos, al fracaso y a la autodestrucción.
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