Hace ciento treinta y siete años el autor de nuestro Código Civil, el cordobés don Dalmacio, impuso una figura en el derecho: el “heredero forzoso”, que no permite que el propietario de bienes disponga libremente el destino de su patrimonio para luego de su muerte. Una consecuencia de esta disposición es que muchos de los latifundios que desde tiempos de la colonia y ratificados contundentemente luego de la campaña del desierto del siglo diecinueve, fueron lentamente subdividiéndose.
De esta manera, también muy lentamente, fue constituyéndose una importante porción de la clase media en el interior del país. Sus miembros poseen medios de producción que los ubica bastante lejos de los terratenientes oligarcas, que lamentable y realmente existieron (algunos lo hacen todavía) gracias al modelo político económico que siguió con vida a pesar de la ruptura de las cadenas que nos ataban al imperialismo español.
Los minifundistas que pertenecen a la clase media explotan intensivamente sus propiedades a diferencia de los terratenientes que, luego de Roca en la provincia Buenos Aires por ejemplo, poseían treinta y siete mil hectáreas de promedio llegando a más de dos millones en el caso de Martínez de Hoz. Estos grandes propietarios explotaban solamente una pequeña porción de sus campos con cuyo producto podían sobrellevar con creces sus necesidades básicas, financiar otras actividades y consumos suntuarios que incluían viajes por todo el planeta. La mayor parte de la tierra cultivable era desaprovechada y no era imperioso tampoco incorporar tecnología ni mayores inversiones para conseguir sus propósitos económicos sectoriales
Hoy existe otra realidad en nuestra Patria, gracias entre otras razones a la sabiduría de Vélez. Uno de los pocos que, más deliberadamente que no, planificó para los siguientes cien años. Actualmente el trabajo de los más de cuatrocientos mil emprendedores que tiene el campo, cuya mayoría es minifundista, es la base sobre la cual la agricultura y ganadería sustenta su condición de sector económico dinámico por excelencia. Su necesario e imprescindible enlace con la industria y los servicios contribuye a dar forma a esa esencia de sustentabilidad. Porque necesita de maquinaria que provee la industria para sembrar, para curar o prevenir enfermedades de los cultivos, fertilizar y cosechar. Necesita de las empresas que brindan el servicio de llevar a cabo estas tareas y del personal que contrata directamente. Necesita de semillas, remedios y fertilizantes. Necesita de los servicios de las empresas de comunicaciones. Necesita transportar el producto para comercializarlo, lo que exige caminos y vehículos de carga, vía férreas y puertos de embarque. De esta manera la demanda del sector promueve la creación en forma indirecta de millones de puestos de trabajo.
Es decir, hacia los distintos sectores con los que se relaciona y en el propio, derrama la mayor parte de los ingresos. Y culmina su natural manera de contribuir a la distribución de la riqueza, a través de los impuestos apoyando así al Estado en la satisfacción de la demanda social de instrucción, seguridad, salubridad y justicia.
Los emprendedores de nuestros días deben ser lo suficientemente eficientes para lograr la eficacia que les permita convivir en armonía con todos los sectores que se relacionan y poder satisfacer su propia demanda de productos y servicios. Los sectores proveedores del campo, a su vez, en la interdependencia lógica que tiene vigencia naturalmente dependen, en lo que toca, de lo que produce y demanda el sector agrícola ganadero. Así sucedió, sucede hoy en día y sucederá. Y a este punto se llegó sin necesidad de la intervención estatal que siempre fue nefasta cuando interfiere el normal desenvolvimiento de la economía de mercado, forma ésta de producir que desde siempre es la que mejores resultados produjo tanto para producir como para distribuir la riqueza. Ello, en contraposición a todas las otras conocidas, sean que éstas hayan sido implementadas en forma pura o con los vericuetos de las raras mezclas nazifascitasmarxistoides de la que los humanos hemos sido testigos en los últimos ciento cincuenta años. Basta observar el estado de situación de las naciones que optaron por la economía de mercado para convencernos de esta aseveración.
Queriéndose o no, la Política de Estado que institucionalizó Vélez (el Código Civil no fue modificado todavía en ese sentido), ha producido efectos favorables que son innegables.
Se ha afirmado que nuestra Patria necesita más de dos décadas de crecimiento en el PBI, con desarrollo incluido, para que el pueblo acceda a un nivel de vida acorde con el grado de civilización alcanzado por la humanidad en su conjunto. Se destaca el tema de desarrollo ya que, como actualmente ha acontecido, cuandoPor el crecimiento se basa exclusivamente en el incremento del consumo basado en la demanda sobre un aparato productivo de dimensiones constantes por falta de inversión productiva, aquél crecimiento se agota y las consecuencias son agobiantes. Si a esto se le suma la convicción de gobernantes de pretender ordenar y obtener aumentos en el PBI desde un único centro de decisiones, sin advertir que los hechos siempre son el resultado de múltiples factores que concurren a determinarlos (en el caso de la economía millones de decididores armonizan la utilización de los factores de la producción en la organización empresaria), el agotamiento se ve acompañado de medidas con objetivos políticos que invariablemente conspiran contra el avance en el mejoramiento de la calidad de vida que se dice pretender. Es más, la experiencia ha demostrado que los efectos son contrarios a los que se declama como esperados. Aumenta la pobreza en vastos sectores poblacionales y el deterioro carcome más, día a día, el sustento económico de la nación de que se trate.
Es un lugar común afirmar que el control de precios, los subsidios, la gestión empresaria del Estado, nunca dieron buenos resultados y constituyen irritantes privilegios sectoriales que facilitan la corrupción. El aumento de las retenciones se ubica en el marco de la ineficiencia e ineficacia y responden más que nada a las necesidades financieras de un modelo que pierde sustentabilidad poco a poco, a medida que los efectos negativos impactan sobre la economía real.
Quizás Vélez no midió el tiempo que insumiría la consumación de su propósito, si es que existió. Pero lo cierto es que el alto grado de concentración en el régimen de tenencia de la tierra cultivable fue cediendo a otra realidad.
También es cierto que el panorama de la explotación agrícola presenta otro modo de concentración económica. Tiene viso financiero en el “pool de siembra”. El mecanismo consiste en lograr reunir inversores con el objeto de invertir en la explotación agraria, especialmente para producir commodieties o lo que es lo mismo, productos transables en los mercados internacionales. Esa concentración financiera ofrece la característica que puede existir una multiplicidad de inversores cuyos aportes pueden variar considerablemente respecto del monto de cada uno de los mismos y realizados por sociedades comerciales, fondos de inversión, grandes o pequeños ahorristas, naturales o del extranjero, etc. En su seno se coordinan todos los factores y actividades que son necesarios en la gestión de arrendar predios, sembrar, fertilizar, prevenir o curar enfermedades, cosechar, comercializar y cobrar, con aplicación de tecnología de punta en todos los segmentos del proceso. La eficiencia y eficacia son elementos que normalmente están presentes. Al final de cada ciclo el inversor recupera su capital con un porcentaje de ganancias atractivo.
En este ámbito sucede a menudo que a un pequeño o mediano propietario le convenga alternativamente arrendar su campo, cuyo precio se fija en muchos casos en valor/producto y que con la utilidad que obtiene hacer otro tipo de negocio simultáneamente, sin correr con el riesgo empresario en la explotación del propio campo.
La manera de producir en un pool de siembra no necesariamente puede representar una real distorsión en el mercado y permite que quién lo desee y posea capacidad para ello pueda participar en los beneficios que puede otorgar la actividad agrícola sin ni siquiera haber pisado alguna vez una unidad de explotación específica.
Al mejor estilo de Vélez debemos planificar, no ya para veinte, sino para los próximos cien años.
Los empresarios, sea cual fuere su dimensión económica financiera, son naturalmente los coordinadores de los factores de la producción. A ellos, como a los consumidores, hay que ofrecerles adecuadas y permanentes reglas de juego que incluyan los correspondientes derechos y obligaciones de ambas partes, respetando por sobre todo la libertad, que es fuente de creatividad y fomentando la competitividad.
El Estado debe actuar haciendo cumplir aquellas reglas superando en cuanto corresponda el papel de simple gendarme. Y debe tomar del producto a través de los impuestos lo necesario para la cobertura de las necesidades sociales que el mercado no tiene interés y de hecho no puede subvenir.
En estas condiciones los resultados positivos vienen por añadidura.
Abril de 2008
cuestagni@yahoo.com.ar
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