POR JORGE RIAL
El kirchnerismo cree que los únicos reclamos válidos son los propios. Y los políticos (todos) suponen que los espacios vacíos nadie los ocupará. Ambos están equivocados. Aguda reflexión del periodista que conduce Intrusos en el Espectáculo y es socio-columnista de la web Primicias.ya.com.
CIUDAD DE BUENOS AIRES (PrimiciasYa). En una nueva zoncera digna de Arturo Jauretche, la vapuleada clase política argentina asegura - sin ponerse colorada - que los famosos no tienen derecho a opinar.
A partir de una nueva queja pública de Mirtha Legrand y Marcelo Tinelli, los dueños del poder se abroquelaron con el miedo lógico de aquellos que se saben ineficientes en el ejercicio de sus funciones.
Lejos de debatir, prefirieron la clásica chicana del ataque y la degradación como vehiculo para finalizar cualquier posibilidad de intercambiar ideas.
Los que nos pusieron de rodillas, entregaron la dignidad de la gente y usan sus necesidades básicas como método vil de reclutamiento político hoy prefieren llamar “berreta” a Tinelli o, directamente, descartar su opinión tan sólo por salir en la tele y tener el tupé de ser visto por millones de personas.
¿Es que, acaso, tener un trabajo con trascendencia pública convierte a las personas en una clase diferente al ciudadano común?
¿Ser famoso te convierte en una casta que no tiene derecho a opinar?
¿Sólo lo pueden hacer aquellos que se dicen políticos y cargan con mochilas llenas de sospechas y que, ante el menor atisbo de crítica, se abroquelan para seguir resguardando su terrenito fértil para su crecimiento personal y patrimonial?
Los famosos no sólo tienen derecho a decir lo que sienten por este país que cada día duele más sino que esa obligación la transforman en el riesgo de la opinión con nombre y apellido.
En un país donde los que se convirtieron en dueños de las calles tapan sus caras como un acto de cobardía infinita, los hombres y mujeres que trabajan en los medios la ponen, incluso para recibir el cachetazo fácil de los políticos que se asustan con las ideas ajenas y no coincidentes.
Ya lo vivió en carne propia Susana Giménez a principio de año cuando, desafortunada o no, gritó un estado de ánimo que no le pertenece a ella sola sino a la sociedad toda.
Los famosos no pueden opinar, pero si lo puede hacer el tal Aníbal Ibarra, responsable político de la muerte de casi 200 chicos en Cromañón gracias a su inoperancia en la gestión de gobierno.
Hoy, lejos de ser marginado por sus pares, su voz se levanta como un Catón moderno señalando a los demás desde un vacío de ética y moral que asusta.
Ni hablar de los diputados y senadores que le pusieron precio a sus bancas en los últimos debates.
Ni de los opositores que se esconden esperando que llegue el 10 de diciembre para sumarse a la comparsa.
¿Dónde esta Pino Solanas en este momento de tanta necesidad?
¿Y Gabriela Michetti, una opinión que podría traer claridad en estos momentos de incertidumbre?
Ellos también son responsables que los famosos, hartos de estar hartos, usen los medios para ponerle voz los que no la tiene.
Los espacios vacíos que dejan los que mandan los ocupan los que cada día escuchan las quejas infinitas del hombre común.
Hasta da lástima escuchar que la presidenta asegure que en la tele se muestra los pobres como una manera de ganar rating y después se critica cuando se organizan.
¿Hablará de aquellos que son ocupantes eternos de micros que parten día a día a iniciar reclamos por un plato de comida?
¿O los que llenan actos canjeando la poca dignidad que les queda por un plato de comida?
En todo caso, el uso del hambre y la falta de educación es una vieja herramienta de la política para someter al pueblo.
Y los ciudadanos, famosos o no, y tienen la culpa de la bochornosa clase política que en los últimos meses desatendió las necesidades básicas de la gente por pelearse por un pedazo de poder en forma de pelota de fútbol o de una pantalla de televisión.
Que los famosos no dejen de opinar y que los que gobiernan hagan lo que la gente le reclama.
Ese es el lugar de cada uno.
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