Editorial I - Diario LA NACION
Un gran número de diputados y concejales electos han confirmado que no asumirán las bancas; el testimonio de un engaño
Cuando faltan pocas semanas para el recambio legislativo, el carácter grotesco de la estrategia del partido gobernante consistente en llevar candidatos a diputado nacional o a concejal que nunca asumirían las bancas para las que iban a ser elegidos está quedando en plena evidencia.
Sólo en la provincia de Buenos Aires, se estima que el oficialista Frente para la Victoria, encabezado por el ex presidente Néstor Kirchner, ha llevado 42 postulantes a cargos legislativos que ocupan otros cargos públicos. La mayoría de esos candidatos ya han confirmado que no asumirán las bancas de diputado o de concejal para las cuales fueron elegidos por la ciudadanía en los comicios realizados el 28 de junio pasado.
Los casos más notables son los del gobernador Daniel Scioli; del vicegobernador Alberto Balestrini, y del intendente de Tigre, Sergio Massa. Los tres han confirmado ya que no asumirán las bancas legislativas que obtuvieron en las últimas elecciones.
Un dato agravante es que, en muchos casos, durante la campaña electoral, los entonces candidatos no se preocuparon por aclararles a los votantes que su postulación era en realidad ficticia, ya que aspiraban a conservar el cargo que ocupaban hasta ese momento. El ejemplo del gobernador Scioli es quizás el más lamentable, pues hasta último momento, en entrevistas concedidas al periodismo, el mandatario bonaerense se negó a revelar si asumiría o no la banca de diputado para la cual se estaba postulando. Se apañó siempre en un argumento por demás endeble: "Estaré allí donde pueda serle más útil a mi provincia", daba a entender, palabras más, palabras menos.
Las mal llamadas candidaturas testimoniales se han convertido así en el testimonio de un engaño al pueblo.
Claro que esta forma de fraude no parece terminar en aquellos candidatos a cargos legislativos de quienes se sospechaba que nunca asumirían esas bancas aunque ingenuamente pretendieran ocultarlo.
En los últimos días, ha trascendido que la tercera postulante de la lista de diputados nacionales del Frente para la Victoria en el distrito bonaerense, la actriz y cantante Nacha Guevara, tampoco juraría como diputada nacional.
En su caso, no es que esté ejerciendo otro cargo público. Simplemente, no tendría la suficiente motivación para asumir la responsabilidad que se comprometió a tomar durante la campaña proselitista, según trascendió en medios periodísticos.
Si se concretara su renuncia, estaríamos ante una estafa más a la ciudadanía, que en un porcentaje no menor pudo haberse sentido inclinada a apoyar a la agrupación kirchnerista por la renovación que podía significar la presencia de una mujer que se decía comprometida con la cultura y con nuevas formas de hacer política.
Si Nacha Guevara se dio cuenta ahora de que la función pública no es su vocación o advirtió que, por su trabajo artístico, aquélla constituirá una pesada carga que no estará en condiciones de asumir, debió haberlo pensado mucho antes y no aceptar la candidatura que le ofreció el kirchnerismo. Y si, por entonces, ya sabía que no ocuparía la banca para la cual se postulaba, habrá que concluir que engañó a muchos con una actuación tan convincente como lamentable.
Sólo queda esperar que, frente a este triste espectáculo que han dado tantos candidatos a nada, los actuales legisladores tomen debida nota de los cambios que deberían incorporarse en la legislación electoral, de manera de obligar a quien se postule a un cargo legislativo a asumirlo efectivamente si es elegido, imponiéndosele graves sanciones si es que no lo hace. Lo dicho cobra especial actualidad en que la Cámara de Diputados se apresta a analizar un proyecto oficial de reforma política que, como tantas otras iniciativas, no ha sido el fruto de la búsqueda de un amplio consenso.
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