Por Joaquín Morales Solá
Domingo 18 de octubre de 2009 Publicado en edición impresa - LA NACION
Un intenso proceso de radicalización del oficialismo está en marcha. Néstor Kirchner es el ideólogo, el promotor y el líder. Es raro que un fundamentalismo de esa naturaleza suceda después de una derrota y, por eso, existen ya serios interrogantes sobre cómo serán los dos años finales del gobierno de su esposa.
Persecución personal de sus adversarios, sean estos políticos, empresarios, periodistas o medios de comunicación. La meta consiste en la devastación de todos ellos. Presión sobre el Congreso para arrancarle leyes lesivas de la Constitución y del sistema político. Cooptación o compra de legisladores que inicialmente formaban parte de la oposición. Coerción para interpretar las leyes y los reglamentos de acuerdo con los escasos tiempos políticos del Gobierno.
Los Kirchner han perdido elecciones, pero también han sido abandonados por la simpatía o la comprensión de una vasta mayoría social. Según tres prestigiosas encuestas recientes, los Kirchner oscilan entre el 70 y el 80 por ciento de imagen negativa entre los consultados; cerca del 70 por ciento desaprueba la gestión de Cristina Kirchner y, de acuerdo con una de esas mediciones, el 66 por ciento de los argentinos es pesimista sobre el futuro próximo del país. Abandonados en la práctica y en teoría por la sociedad, los Kirchner actúan como si ya no tuvieran nada que perder.
Esta última constatación explicaría un enigma: ¿por qué Kirchner, aun entre sus permanentes extravagancias, fue más moderado y racional durante su mandato que en el de su esposa? Funcionarios que acceden al ex presidente suelen explicar también que él cree que Cristina Kirchner no puede darse el lujo de la moderación. Yo no necesitaba demostrar que era fuerte, pero ella puede parecer débil , suele explicar en las restringidas tertulias de Olivos. Durezas sin concesiones, entonces.
Pero quizá se trata solamente del sinceramiento de una manera de ser y de gobernar, de la reproducción de la vieja fotografía de Santa Cruz. Tal vez el Kirchner escasamente moderado de otros tiempos era sólo un político que todavía aspiraba a seducir a los moderados y mayoritarios sectores medios de la sociedad. Prometía todo sin comprometerse a nada. Actuaba, en fin, lo que no era.
Ahora es al revés: quiere forzar otra vez al Congreso para sacarle una reforma política, hecha para que él pueda aspirar a quedarse con la estructura del peronismo. Kirchner se aferra a las estructuras institucionales y políticas cuando se ha quedado sin seguidores. Cree, y probablemente no esté equivocado, que la atomización del peronismo empujará a sus brazos a los intendentes del conurbano bonaerense, en cuyo predicamento confía con una fe propia de las religiones. Los intendentes también lo dejan solo, a veces. Planifica, además, un sistema de cooperativas de trabajo en la provincia de Buenos Aires, que la oposición (incluida la izquierda) ha calificado de sistema de acopio de seguidores.
Según estimaciones de políticos bonaerenses, esas cooperativas de trabajo podrían absorber entre 300 y 400.000 personas. La reforma política kirchnerista persigue la instauración inmediata de internas abiertas en los partidos políticos para elegir candidatos. Aquel número de eventuales votantes lo haría imbatible a Kirchner , asegura un intendente. Eso podría ser así si el resto de los candidatos le aceptara sus particulares reglas del juego. Los otros candidatos irán por fuera del partido , retrucó un viejo político del peronismo.
Falta menos de dos meses para el 10 de diciembre. Sin embargo, no es seguro que el ecosistema político vaya a cambiar para entonces. Los Kirchner acaban de conseguir la mejor aprobación de un presupuesto que tuvieron desde que están en el gobierno; el presupuesto es tramposo, saltarín y embustero. Con todo, el oficialismo logró votos de dos diputados de Pro (Julio Ledesma, actual y electo para el próximo período, y Patricia Gardella, con mandato hasta 2011); de diputados que responden a los gobernadores radicales Brizuela del Moral, de Catamarca, y Colombi, de Corrientes, y hasta de uno que llegó a la Cámara de Diputados de la mano del furiosamente antikirchnerista Luis Patti.
¿Cómo lo hizo? Todas las conjeturas son posibles. Los votos cambian, se deslizan, se travisten. Una parte de la política y de la sociedad ha perdido la sensibilidad moral. El enorme escándalo por los sobornos en el Senado, hace casi diez años, podría reproducirse una vez por semana en los tiempos que corren. No pasa nada.
También es cierto que la oposición peca de ingenua con frecuencia. Imagina un futuro institucional con grandes planes de limitaciones para el kirchnerismo, sin tener en cuenta que está frente a un gobierno en funciones y en acciones, y que el kirchnerismo no vacila ante la frontera que separa lo correcto de lo incorrecto.
El gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, se topó con la sorpresa de que Kirchner le había desarmado un almuerzo, convocado por él, con cinco gobernadores peronistas. Urtubey quería explorar la posibilidad de una corriente de gobernadores independiente de Kirchner y de Duhalde. No pudo.
¿Es correcto que el Boletín Oficial publique una fe de erratas sobre el texto de una ley sancionada por el Congreso y promulgada por la Presidenta? No, sin duda. La única fe de erratas que puede publicar el Boletín Oficial debería referirse a un error propio de impresión, pero no puede enmendar un texto aprobado por el Congreso. Sin embargo, el Boletín Oficial se encargó de arreglar en su edición los zafarranchos de la ley de medios audiovisuales.
Ya se abundó lo suficiente sobre los errores de contenido de esa ley. El problema de ahora son los errores de forma, producto de los irracionales apuros parlamentarios del oficialismo para conseguir la aprobación de su proyecto. La Cámara de Diputados llegó a violar el reglamento interno del cuerpo para despachar decenas de cambios y aprobarlos en el curso de pocas horas. El Senado tenía vedada cualquier revisión, porque hubiera alargado el trámite. Lo que salió como ley es el desprolijo borrador de un jardín de infantes.
La radicalización del Gobierno es contagiosa. Testigos y víctimas de esa epidemia, que no carece de una dura violencia física, fueron el titular del radicalismo, Gerardo Morales, en su propia provincia, Jujuy, y la flamante embajadora norteamericana, Vilma Martínez, en Mendoza. La diplomática se salvó por centímetros de recibir en la cara un tomate transformado en proyectil. Actuaron fuerzas de choque afines al Gobierno. Nadie evitó nada en ningún lado.
Elisa Carrió tiene la virtud de la claridad cuando habla. Anunció que el Gobierno, en su guerra contra el periodismo, ya la emprendió contra Clarín y ahora seguirá contra LA NACION. Tiene razón. Está haciendo aprobar en el Congreso, a todo trapo, un proyecto de ley dirigido contra los hijos de Ernestina Herrera de Noble. Autoriza la extracción compulsiva de "pequeñas dosis de sangre" para conseguir el ADN de las personas en casos en los que se quiere averiguar la identidad biológica de las personas.
Dos pronunciamientos de la Corte Suprema de Justicia señalan que los jueces deben buscar "procedimientos alternativos" a la violencia física. Esto es: nadie puede ser obligado a poner su cuerpo como prueba. Carrió denunció que la venganza oficial había desbordado a los padres y ahora se ensañaba con los hijos. El método contiene una dosis increíble de inhumana frialdad.
Un columnista de LA NACION fue víctima también, por esas mismas horas, de una aberrante operación difundida por Canal 7. La televisión pública pasó del oficialismo a la propaganda y de la propaganda a la difamación. ¿Cuánto falta para que pase de la difamación a la obscenidad política? ¿Cuánto falta para que la libertad se haya convertido en una nostalgia?
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