por: Roberto Cachanovsky
Especial para lanacion.com
En diciembre de 2005 Néstor Kirchner anunciaba el pago al contado de la totalidad de la deuda que tenía la Argentina con el FMI, esa endemoniada institución que el kirchnerismo siempre despreció, reflejando una de sus características contradicciones de discurso. En efecto, por un lado, Kirchner es un admirador de las políticas keynesianas, sobre todo en materia de aumento del gasto público, pero parece desconocer que el FMI fue creado en la conferencia de Bretton Woods, en 1944, cuando los países aliados comenzaron a estudiar el nuevo orden monetario mundial visualizando el fin de la Segunda Guerra Mundial. En esa Conferencia, Keynes, que participaba por el lado británico, impulsaba la creación de un organismo de este tipo con el objeto de evitar las devaluaciones competitivas.
Pero dejando de lado este desconocimiento de la historia económica, lo cierto es que a fines de 2005 Kirchner se daba el gusto de decir: "chau Fondo"; ahora somos independientes y comenzamos nuestra política de desendeudamiento.
Si bien el Gobierno intenta disimular el apuro que tiene por llegar a un acuerdo con el FMI, lo cierto es que las cuentas fiscales son un dolor de cabeza y el Gobierno tiene cerradas las puertas al financiamiento voluntario. Lo poco que ha conseguido ha sido a tasas de default. Es más, no solo a algo más de tres años de haber dicho "chau Fondo", necesitan volver, sino que, encima, la política de desendeudamiento fue un verdadero fracaso. Al 30 de junio pasado (última información disponible en el sitio del Ministerio de Economía) la deuda pública ascendía a US$ 140.634 millones, unos US$ 5000 millones menos que en diciembre del 2001 cuando se declaró la suspensión del pago de la deuda. El número de junio de este año es sorprendente, porque si luego de haberle pagado al contado al FMI, haber hecho una quita gigantesca de la deuda y sin incluir los US$ 29.127 millones que le debemos a los que no entraron al canje de la deuda, tenemos casi el mismo nivel de endeudamiento que en diciembre del 2001, quiere decir que el desendeudamiento no fue tal. Es más, la relación deuda/PIB es casi la misma que en 2001 y la supera si se agrega la deuda pendiente con los hold out. De manera que la política de desendeudamiento ha sido un verdadero fracaso.
Ahora bien, más allá de la impericia en el manejo de las cuentas públicas y de la deuda que ha hecho el kirchnerismo, queda la gran duda de si, en caso de llegarse a un acuerdo, el FMI auditará las cuentas del Gobierno tal cual lo determina el artículo IV que establece que el FMI hará una supervisión de la economía de cada país miembro. En junio de 2007 se introdujo una actualización importante en la supervisión que dice textualmente: "Que la supervisión bilateral debe centrarse en evaluar si las políticas de cada país promueven la estabilidad externa. Esto significa que la supervisión debe tener como eje principal las políticas cambiarias, monetarias, fiscales y financieras, y la evaluación de los riesgos y factores de vulnerabilidad".
La gran duda que queda es si el Gobierno estará dispuesto a transparentar las estadísticas, porque en ese caso advertiríamos que la situación fiscal es mucho más complicada de lo que suponemos y que la inflación es más alta, en cuyo caso habría que informar que la pobreza ha llegado a niveles récord.
Salvo que las autoridades del FMI se apiaden del matrimonio, los Kirchner estarían entre la espada y la pared. Si no aceptan transparentar las estadísticas y el FMI no cede, el Gobierno seguirá sin poder acceder al mercado voluntario de deuda. Si el FMI exige que se transparenten las estadísticas, el mundo de maravillas que nos pintan a diario se caería como un castillo de naipes.
Pero supongamos que el FMI se hace el distraído y decide que no se informe públicamente sobre las verdaderas estadísticas y que el Gobierno continúe con su actual política económica. ¿Salimos de la crisis? La respuesta es no. Y es no porque el tener acceso al crédito no es sustituto de las sanas políticas económicas. Que el FMI o el mercado vuelvan a prestarnos, no quiere decir que se solucionen los problemas, en todo caso, se postergará su solución con más deuda y se agravará con el paso del tiempo. Basta recordar el famoso blindaje anunciado con bombos y platillos en 2000 o el megacanje en 2001 para darse cuenta que las piruetas crediticias y financieras no sirven para resolver los problemas de fondo. ¿Puede un préstamo del FMI eliminar la incertidumbre de las arbitrarias e imprevisibles medidas de Kirchner? ¿Acaso en los ´80 la Argentina no se la pasó renegociando acuerdos con el FMI y terminamos en la hiperinflación?
Es posible que el intento del Gobierno por acordar una auditoría del FMI se limite a dar el insoslayable primer paso para arreglar con el Club de París. De esta manera, empresas europeas podrían acceder a créditos blandos de organismos estatales e internacionales para financiar alguna inversión en la Argentina (por ejemplo el famoso tren bala) si es que todavía hay alguien dispuesto a hundir un dólar de inversión bajo el gobierno de Kirchner.
Sin políticas públicas de largo plazo que incentiven la inversión y la competencia, no hay probabilidad alguna de establecer una senda de crecimiento sostenible. Cuando el FMI nos prestó, Argentina no solucionó sus problemas. Cuando nos fuimos, tampoco los solucionamos.
En síntesis, no nos creamos que el FMI sea un atajo que nos evita transitar el camino de la cordura y la seriedad en materia económica e institucional. Que quede claro, ni el FMI, ni el Club de París ni los mercados voluntarios de deuda pueden sustituir la sensatez a la hora de administrar un país.
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