Por César Ramón Cuello
Un genial observador anotó las siguientes palabras: “No todos los efectos que vemos en el mundo son producto de una ciega fatalidad” y se preguntaba como para probar y probarse a sí mismo: “¿Cabría mayor absurdo que pensar que los seres inteligentes fuesen producto de una ciega fatalidad?” “Siempre existe una razón primigenia”, se contestaba en clara alusión a su posición creacionista.
Y aplicando esa relación de causa a efecto sobre la realidad anotó: “Cuando en un gobierno democrático las leyes dejan de cumplirse el Estado está perdido, puesto que esto sólo ocurre como consecuencia de la corrupción de la República”, que se apareja a la desaparición de la “virtud”, considerada ésta como el Amor a la Patria.
Y explicó que “Cuando el amor a la Patria deja de existir, la ambición entra en los corazones capaces de recibirla y la codicia se apodera de todos los demás. Los deseos cambian de objeto; lo que antes se amaba ya no se ama: si se era libre con las leyes ahora se quiere ser libre sin ellas”.
“En estas circunstancias “se llama “rigor” a lo que era “máxima”; se llama “estorbo” a lo que era “regla”; se llama “temor” a lo que era “atención”; se llama “avaricia” a la “frugalidad” y no al deseo de poseer. Antes, los bienes de los particulares constituían el patrimonio de la Patria pero, con el amor a la Patria perdido, el patrimonio público se convierte en patrimonio de los particulares. La República se convierte en un despojo y su fuerza ya no es más que el poder de algunos ciudadanos y del abuso de la libertad de otros”.
Las palabras rescatadas que anteceden fueron escritas por Charles Louis De Secondant, Barón de la Brede y de Montesquiú hace ya más de doscientos sesenta años. En 1748 apareció su libro “Del espíritu de las Leyes”.
Sería recurrir a un lugar común decir que es pura casualidad cualquier semejanza de la descripción realizada por Montesquiú con la realidad actual de un país. En los últimos cien mil años se han vivido, con bastante asiduidad, circunstancias similares en algunas partes de este planeta. La Humanidad, en su paso por su hábitat ha atestiguado históricamente intentos de convivencia exitosos y fallidos, siendo los más dramáticos aquellos que, exitosos, devinieron en fracaso debido a que fueron infectados por el virus de la corrupción.
Refiriéndose a la libertad, el más caro de los Dones Divinos, nuestro autor aseguraba que hay que preservarla a tal punto de no correr el riesgo de intentarlo cuando sea tarde. Y nos relató que cuando “Sila quiso devolverle la libertad a Roma era tarde porque no le quedaba patriotismo. Y que después de César, Tiberio, Cayo, Claudio, Nerón y Dominiciano, se fue haciendo cada día más esclava”. “Todos los golpes cayeron sobre los tiranos, ninguno sobre la tiranía”.
Quiso decir con ello que, si bien hay que juzgar y castigar a los corruptos, hay que poner atención en evitar o desalojar a la corrupción para lo cual, entre otras cosas, hay que instalar la forma de gobierno más adecuada para ello. Sin duda el Gobierno Popular, el Gobierno Democrático, porque en él está presente el control, indispensable cuando de la acción del hombre se trata.
Una buena parte de la historia humana es la historia de la corrupción. El relato bíblico nos dice de ello: Caín mató a Abel en un acto de corrupción; Sodoma y Gomorra fueron ciudades castigadas por corruptas; los Diez Mandamientos fueron de necesaria implantación debido a la corrupción imperante en el pueblo judío; la venida de Cristo a la Tierra fue para redimir a los hombres y mujeres de la corrupción del pecado.
Por otra parte, la caída del Imperio Romano tuvo como antecedente inmediato a la corrupción; la Carta Magna del pueblo inglés se impuso para poner un dique de contención a la corrupción monárquica; la Reforma que dividió al cristianismo sobrevino por la corrupción eclesiástica; la rebelión de las colonias inglesas en América del Norte sucedió por el abuso de la corruptela burocrática británica; la Toma de la Bastilla fue la respuesta al abuso corrupto del régimen absolutista francés. La corruptela del abuso del poder en los tramos recientes de la historia costó tres millones de vida en la Rusia estalinista y la de seis millones de judíos en el Holocausto.
Así y todo es claro que los hechos relatados, frutos de la corrupción, sucedieron en algunos de los pueblos mencionados luego de un período de gloria y grandeza. Triste, muy triste, es el caso de aquellos que los invade la corrupción sin haber alcanzado un nivel de alta calidad de vida y fortaleza institucional y económica.
¿Debiéramos los argentinos pensar en reaccionar antes de que sea tarde?
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VAMOS CESAR TODAVIA, ¡QUE BUENA NOTA!
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