sábado, 29 de agosto de 2009

Pibes presuntamente choros


Presuntamente violentos. Es una violación a los derechos humanos de los pibes excluidos.
Solamente se drogan, afanan, golpean ancianas y pelean entre ellos. Están abandonados por el Estado y la culpa la tenemos nosotros, las víctimas.

Por Juan Carlos Sánchez Dodorico


El rubiecito salió del albergue céntrico rumbo a la peatonal de Santa Fe. Llevaba solamente sus zapatillas y ropa de Caritas. Regresó a poco con un celular, pilchas nuevas, zapatillas de doscientos mangos y en bici.

A la salida de los alumnos de la EMPA (nocturna para adultos) que funciona en la escuela Mariano Moreno de Santa Fe una alumna aceleró espantada su paso al escuchar al pasar frente al “refugio” de menores que viven en la calle lindero con la escuela, gritos de un adulto intentando detener una pelea o golpiza, ruidos de golpes y de un cuerpo que se estrellaba contra la puerta.

La anciana fue al almacén que estaba a cuadra y media del “refugio” y un pibe amenazándola con un tramontina le arrebato la cartera por tercera vez.

Por la esquina de la redacción de este diario suele pasar una bandita drogándose con pegamento o fumando algo.

A dos cuadras del “refugio” una piba de doce o trece años y un pibe algo menor se ofrecían sexualmente por dos pesos o unos puchos.

Los domingos, en hora de la Misa temprana de la Pquia. San Juan Bautista, puede ocasionalmente verse a chicos durmiendo en la puerta del “refugio”. Han llegado tarde la noche anterior, luego del cierre. Son los pibes de la calle, los abandonados por todos.

Una piba de catorce y dos pibes de edad cercana rompen el vidrio de un gimnasio a cuatro cuadras del “refugio”. No ingresan al local porque llega la policía.

Una bandita de cuatro o cinco pibes recorre algunas noches la “recoleta” santafesina armado con chuzas de madera blanda de cajón de embalaje, pidiendo una moneda...

Un muchacho de alrededor de quince o dieciséis años recorre en bici el barrio buscando la próxima víctima. A cuadra y media lo siguen tres o cuatro muchachos más, son la fuerza de choque, ellos actuarán cuando el bicicletero marque un punto.

Tiene entre 13 y 16 años, viste desprolija, vaquero de cintura baja y remera corta mostrando el ombligo, zapatillas de marca, brazaletes, maquillada y con el pelo rubio teñido. Fumando un armado. Se me acerca. “¿Querés hacer algo?” me pregunta. Ingenuamente le pregunto: “¿Como qué?”. “Te hago de todo” responde. “¿No estás en horario de escuela, vos...?” pregunto. “¡Ufa!” dice y se va, no soy cliente, soy un moralista molesto. Hora 11 de la mañana, centro de Santa Fe.

Sigo caminando... Una treinteañera con pancita de embarazos y mucho anticonceptivo está sentada en algo frente a la terminal de colectivos de Santa Fe. “¿Cómo va el negocio?” pregunto. “Mal, las pendejas se llevan todo...” responde. La saludo y sigo mi camino. ¿Cómo competir? El “oficio más viejo del mundo” envejece rápidamente a sus operarias.

Me cuenta un gil (amigo de años): “Preciosa la pende, muy pende, experta... Arreglamos por cuarenta pesos sin límite de tiempo y la llevé al telo de la otra cuadra... Se fumó uno y me dejó lona y se fue al baño... Escuché abrirse la puerta y salté de la cama... Tarde... Me dejó las medias y los zapatos porque estaban al lado de la cama... Después me enteré que eso es corriente en los telos del centro...” ¡Jodete, gil..., hacete amigo de Manuela, es gratis!

La responsable de la Redacción de PyD, Cris Yozia, sale de compras, la acompaña Angélica, nuestra hija de dieciséis años. En plena calle es detenida en su marcha por una chica acompañada de dos pibes. La piba comienza a registrar a Angélica, recorre con sus manos los bolsillos de blusa y pantalón. Los chicos avanzan amenazantes. Cris, de un contenedor de obra extrae un fierro y las separa a los gritos. La piba está “dada vueltas”. Ante la decidida actitud, huyen a los tumbos.

Por Boulevard Gálvez es posible ver en horas del día caminando lentamente y en barra a una docena de pibes drogándose con pegamento. Vecinos y transeúntes los esquivan, piden amenazando.

Tiene alrededor de veinte años, viste bien, estilo cheto si es que así se los llama. Camina hacia mi que regreso a casa, me apunta con el dedo, mano bajo la campera y me dice “Dame lo que tengas o te corto”. “Dejá de joder o te meto el bastón por el culo y lo saco por la nariz” le respondo. Está tan dado vueltas que ríe tontamente, me acaricia el hombro y se va. Ya aparecerá otro cliente que no será rengo y jetón.

A la puerta de la redacción de estos diarios digitales la policía, en un procedimiento, detiene a dos muchachones que con otros tres más limpian vidrios de autos en el semáforo de la esquina. “¿Por qué los llevan?”, les pregunto. “Tienen antecedentes” es la respuesta. No todos los que trabajan de limpiavidrios los tienen, no todos cobran peaje en el semáforo, pero más de un automovilista sufrió una abolladura en su coche por no pagarlo.

En una reunión por la inseguridad urbana organizada por vecinos del barrio el personal policial presente calla, los funcionarios municipales y provinciales (a nivel de secretarios, subsecretarios y directores de algo) explican que los derechos humanos nos obligan a ser gentiles y solidarios con estos pibes. Los vecinos, airados, responde: “¿Y nuestros derechos?” Se enojaron cuando les dije que no se puede gobernar con categorías académicas desde atrás de un escritorio, que hay que salir a ver la calle.

La policía llama a la puerta de la redacción de PyD. “¿Escuchó a alguien por los techos?” preguntan. “Siempre” respondo. Ya estamos acostumbrados, tomamos precauciones y sobre todo ya nos resignamos. Vivimos encerrados.


Para quienes no conocen Santa Fe les aclaro que todo esto que relato ocurre en uno de los barrios céntricos más caros de la ciudad, zona de boliches bailables, pubs, shopping, negocios lujosos, residencias de cientos de miles de dólares. Hace diez años el Padre Atilio Rosso, fundador de “Los Sin Techo” me advirtió: “¿Qué van a hacer uds. cuando los pobres lleguen al centro de la ciudad?” Y hace días por la radio mostró su preocupación porque todo se salió de madre y no hay políticas de estado que procuren reencauzar el problema.

¿Los pobres son delincuentes por naturaleza? De ninguna manera, pero pobreza y delincuencia van atadas.
El último fallo de la Corte –que a nadie conforma según vengo leyendo y escuchando salvo a los narcos y a algunos funcionarios ricos asociados- abre la puerta al consumo legal. El estado siempre ausente y reclamándole a los ciudadanos que se ocupen. ¿Desarmados? ¡Hasta eso! Nos desarmaron con leyes durísimas para quienes posean armas sin declarar, como si los delincuentes pasaran por el RENAR. Dígame cómo hago para defender mi vida, la de mi familia y mis bienes armado solamente con un bastón.

Este panorama es liviano comparado con lo que pasa en otros barrios, en los cuales se convive con la violencia con la misma naturalidad que con la familia. Es que lo habitual se hace familiar y lo familiar bueno y terminamos aceptándolo todo salvo cuando nos toca en carne propia.

Estos relatos de la vida real vienen a cuento porque un sector del colectivo derechohumanista de Santa Fe ciudad delira denunciando a la policía que cuando ve a alguien con ropas caras y actitudes sospechosas, procede. ¿Qué quieren que haga? ¿Mimitos? Discriminan a los negros por el color, dicen. No es cuestión de colores, es de una sociedad que no se hace cargo de nada y de gobernantes inadecuados. ¿Hasta cuándo?
Finalizo con una pregunta a lo De Greef: “Los padres... ¿Dónde estaban...?

Daniel no sabía que diez años después de su pregunta en una nota magistral viviríamos la experiencia de una sociedad de complacencias, permisiva hasta el suicidio que excusaría la delincuencia con cargo a los normales que laburan, estudian y van a Misa o al templo evangélico. Que aceptaría que Eduardo Ramos esté preso y que Jorge Pedraza sea funcionario público o que Menéndez esté en Bouwer, Carnero Sabol y Renés en Campo de Mayo, von Wernich en el monasterio prisión de Marcos Paz (como él lo llama) y que Bonasso sea diputado; que se pueda abortar con cargo al presupuesto nacional o drogarse impunemente y que prohíba fumar en lugares públicos.

No sabía que los padres quedaríamos amarrados al slogan de los derechos humanos, inermes y acostumbrándonos.
Tan acostumbrados que permitimos que nuestros hijos vivan frente al televisor viendo basura o ante el monitor de la compu y nos parece posmoderno y educativo.
Tan acostumbrados que con un “aprobado” nos basta y sobra para premiar a los chicos porque pasaron de grado.
Tan que si repiten... En fin, es cosa de ellos.

Me pregunto... ¿Dónde estamos los padres?
Me pregunto... ¿Dónde está el Estado?
Los padres sobreviviendo, el Estado entreteniéndonos. Para algo sirve el fútbol gratis y los discursos de Cristina (más divertidos que un mundial aunque aterra pensar que tenemos eso como Presidente).


PD: Aprenda, no deje las pilchas colgadas lejos de su visión en el telo.
PD2: Use bastón.
PD3: Salga de paseo con una llave inglesa en la cintura, no siempre hay un fierro a mano. No abuse, no lleve una maza.


E-mail del autor zschez@ahoo.com.ar
29 Ago 09

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