jueves, 4 de marzo de 2010

La Economía y los Tiempos

Por César Ramón Cuello

Los Tiempos-

Una particular manera de considerar a los tiempos nos dice que el futuro es incierto. Que podemos vaticinarlo, pronosticarlo, planificarlo, etc. Pero, que siempre será abstracto, sin materia. Incluso, cuando se transforma en realidad, deja de ser futuro inmediatamente y se convierte en presente. El futuro no existe sino como una abstracción fruto de nuestra capacidad de razonar.

El presente por su parte, tampoco tiene materialidad, al menos permanente. Porque cada suceso que ocurre se incorpora al pasado en forma instantánea. El presente es absolutamente efímero. Su contenido como tal es fugaz y tiene el inexorable destino de pasar a formar parte del pasado apenas sucede. Pertenecen a nuestro pasado entonces, los frutos de un futuro convertido en efímero presente; el pasado constituye de esta manera el testimonio de nuestra vida. Se trata de mostrarnos lo que fuimos, lo que hicimos. Es el depósito de la experiencia personal y colectiva. Introduciéndonos en él tenemos la oportunidad de estudiar lo que realizamos y lo que dejamos de realizar. Nos permite sopesar, analizar, catalogar, etc., nuestro pretérito quehacer. Esto nos ayuda a entender el por qué del estado de situación en el cual se va desarrollando nuestra vida, a visualizar en qué no fuimos eficientes ni eficaces. Nos proporciona elementos para tener presentes en la planificación del futuro. Todo lo bueno del pasado sirve así, de fertilizante para brindar buenos frutos en el cultivo de nuestras vidas. Y para que esto suceda debemos incorporarle buenas obras y de calidad superior por cuanto en él abrevarán las futuras generaciones.

Nuestro Pasado

Yendo hacia nuestro pasado podemos rescatar la sapiencia de los que organizaron nuestro país luego de más de cuarenta años de luchas intestinas. Podemos ver allí las figuras de grandes hombres que trabajaron para forjar una gran nación; verdaderos paradigmas del esfuerzo fecundo. Podemos ver las acciones que condujeron a Argentina por el camino del progreso y colocaran a nuestra Patria en la línea que ocupaban los países promisorios, ofreciendo un lugar a todos los hombres del mundo que quisieran habitarlo. Nuestros antecesores pusieron luminarias suficientes en el camino a recorrer en busca de los tiempos venideros, donde la paz, el trabajo, el estudio, el amor a la Patria y la riqueza generada por sus hijos, asegurara a todos los argentinos el gozar de un lugar importante en la escala de la civilización.

Nuestra realidad

Pero, muchas de esas luminarias se fueron apagando. Como cubiertas por el manto del misterio, ya que a veces es imposible llegar a conocer las razones que produjeron los hechos que detuvieron la marcha del progreso. Mientras otros pueblos avanzaron tomando los elementos que aportaron la ciencia, la técnica, el fenomenal avance del conocimiento, Argentina aminoró su marcha y casi se detuvo. En nuestra Patria se produjo el insólito fenómeno de dejar de pertenecer a la sociedad mundial para ubicarse en un aislamiento al parecer solamente entendible por vía del absurdo.

Casi la mitad de su población está fuera del sistema social organizado; los recursos que posee están esperando el trabajo que los incorpore al derrotero económico para ubicarnos cada vez en mejores condiciones. Estamos sufriendo muchos inconvenientes hoy en día. Para enumerarlos por orden de aparición podría empezarse diciendo que, desde hace muchos años, un alarmante número de niños nace sin tener la seguridad de que serán bien alimentados para que su desarrollo neuronal sea el adecuado. Esta realidad nos coloca en una dolorosa situación. Una parte importante de la población, cada día mayor, no tiene ni tendrá la suficiente capacidad intelectual para incorporar conocimientos que le faciliten la socialización, madurar hacia la adultez, incorporar una tabla de valores morales que dignifique y procure las herramientas necesarias para el desarrollo personal y familiar sin recurrir a prácticas delictivas en la procuración de satisfacer necesidades; ni al escapismo que se procura con los estupefacientes. Este estado de situación no se produjo por generación espontánea. Sin prisa pero sin pausa, a lo largo de varias décadas, se fue incubando un resultado funesto.

El aparato productivo es de escasa dimensión para permitir trabajar a todos los que quieren hacerlo. Nuestra economía produce poco, muy poco. Luego, hay poco para distribuir y lo que recauda el Estado en concepto de impuestos para atender las necesidades sociales que no cubre el sistema de precios, no alcanza para mucho. Más de una vez alcanza para poco, como en el pago a los sufridos jubilados, caso testigo si los hay.

Por esta razón, por la pobreza de nuestra economía, los hospitales públicos dejan mucho que desear y los médicos están mal pagos. Lo mismo ocurre con las escuelas de los ciclos iniciales y los establecimientos de instrucción superior. Los edificios y la paga de los docentes dan nada más que para pena. Ni qué hablar de la remuneración y del equipamiento que tienen nuestras policías para combatir el delito que día a día ocupa más lugar en lo cotidiano. Ni de la infraestructura del Poder Judicial que alberga a jueces y empleados también mal pagos. Las fuerzas armadas, custodios de nuestra soberanía, ofrecen un estado de indefensión que nos hace totalmente vulnerables. Las que deben cuidar nuestras fronteras y la riqueza de nuestros mares son meros observadores de los acontecimientos. La red caminera es insuficiente y con serios deterioros lo existente; el sistema de transporte de carga ferroviario prácticamente inexistente y el de energía eléctrica al borde del colapso. Somos un país que, pese a lo que dispone en su territorio, tiene un cuarto de la población en la indigencia y otro tanto rayando en la pobreza. No disponemos de los recursos suficientes para impulsar la investigación y el desarrollo que proporcione tecnología propia. La economía no posee un alto índice de productividad con lo cual los salarios son paupérrimos para la inmensa mayoría de la población. Este panorama grafica brutalmente una cruda realidad: Argentina es un país con recursos naturales considerables, con escaso desarrollo y un pueblo pobre. La pobreza de nuestra economía nos delata además una verdad abrumadora y es que, mientras más pobre es una economía, más pobres son los pobres y más ricos son los ricos y cada vez hay más pobres y menos ricos.

Las razones

Miremos raudamente nuestro pasado para indagar sobre las razones que nos condujeron a estas circunstancias. Todo empezó allá en 1810, cuando llegó a su fin el largo período de tres siglos de explotación y expoliación de los recursos de estas tierras en beneficio de la Corona Española, que al final no le sirvieron para hacer una gran nación. Un puñado de hombres se abrazó a la idea de instalar al nuevo país en el concierto de las naciones. Marchando al compás de la Revolución Industrial y el modelo económico al que había dado lugar la libertad, el respeto por la propiedad privada y la igualdad ante la ley. Una manera de vivir que había prendido en Europa y América del Norte. Que se opuso el resabio del modelo feudo despótico que había ejercido el poder peninsular.

Pero, el modelo que aquellos hombres pensaron para muchos se terminó delineando para pocos, tal nuestra actualidad. A ello contribuyó el error de instalar una constitución unitaria en dos oportunidades, en 1819 y en 1826; un minúsculo remedo del viejo régimen feudo despótico español y que dio un resultado: la Ley de Enfiteusis. Con esta norma se concentró la tierra cultivable en muy pocas manos. El sector agropecuario, dinámico por excelencia como lo era y es en Argentina, no tuvo como protagonistas a millones sino a unos pocos. No se produjo la explosión de riqueza que era posible esperar. Cuarenta años después se cayó en el mismo error. Quince millones de hectáreas de la pampa húmeda ganada a los infieles quedaron en manos de terratenientes a razón de treinta y siete mil hectáreas de promedio por “lote”, adjudicadas en Londres y en París. La tierra quedó en propiedad de algunos cientos de personas cuando debió tener como destino a millones de habitantes. Era éste el camino para que, poco a poco, se fuera conformando una poderosa clase media que en definitiva no existe a pesar de nuestra creencia en tal sentido. Millones de pequeños propietarios en la agricultura y ganadería habrían producido una gran demanda cuya satisfacción, a su vez, habría traccionado el desarrollo de los sectores de la industria y los servicios, impulsando un desarrollo por cierto sustentable Tal como sucedió en el norte de América. La clase media en Argentina no tiene la importancia y cantidad que pudo haber tenido.

La declamada vocación capitalista para poner al país dentro de dicho sistema en el escenario mundial se vio frustrada pese al esfuerzo en tal sentido por parte del General que ganó la guerra del desierto. Luego de su muerte, sus seguidores fueron borrados del mapa político y a renglón seguido tuvo lugar un acontecimiento que dio por tierra otra posibilidad de hacerlo. Se produjo la estatización del petróleo (1907) en vez de respetar el derecho a la propiedad privada de los titulares de los terrenos en cuyas profundidades se encontraba y se encuentra el hidrocarburo. Es que la explotación masiva del petróleo en manos privadas argentinas, generando propietarios ricos incorporándolos a la clase media, habría arruinado el gran negocio que significaba la importación del carbón de piedra (hulla) desde la Rubia Albión (Inglaterra). Para entonces todas las fraguas del país, las calderas y las máquinas ferroviarias lo utilizaban invariablemente. Se cercenó así, definitivamente puede afirmarse, la posibilidad de producir no solamente el desarrollo de la actividad extractiva sino también el industrial que florece durante y después del tratamiento del hidrocarburo mediante la destilación.

Luego vino el punto de partida de la inexorable degradación de la calidad de la enseñanza universitaria, que tenía la base de la Ley 1420, mediante la reforma universitaria de 1918, que llegó a imponer la aberración que significa que alumnos gobiernen la universidad. Esto es como si el hijo asumiera como jefe de la familia. Se desnaturalizó el rol del estudiante que, lógicamente, consiste en nada más que estudiar. Y de ahí en más sobrevino el corporativismo instalado a partir de 1930, cuya institucionalización se produjo con la asonada de Onganía en 1966, sellando hasta nuestros días el funcionamiento económico social de nuestro país. Se terminó de aceitar el corporativismo que funciona sobre la base de la corporación empresaria prebendaria del Estado, la sindical, la política y la militar (que actualmente prácticamente no tiene protagonismo).



Las consecuencias

Todo ello hizo que la economía no se rigiera por las leyes que le son propias y con una normativa legal sin cambios intempestivos, con el reconocimiento de la libertad y la propiedad privada. No contó con el amparo de una organización social congruente con el sistema económico. Esto es, respetando el derecho a gobernarse que tiene cada comunidad (federalismo) y evitando la concentración de poder tanto político como económico para lo cual hay que ajustarse a la forma republicana de gobierno y evitar los monopolios.

La rara mezcla de cosas buenas con medidas no tanto, ha hecho que en la actualidad mantengamos la mediocridad de nuestro espectro social y la pobreza de la economía y del pueblo. Es menester señalar que algunos países gozan de los beneficios del grado de civilización al que ha llegado la humanidad. Nosotros no. Ello se debe a que no generamos la suficiente riqueza para atender necesidades de consumo e inversión. Solamente somos capaces de producir cinco mil dólares por habitante y por año, medición hecha detrayendo las falacias de las cifras oficiales. Otras naciones logran más de cincuenta mil, es decir, diez veces más.



Lo que debemos hacer

Para llegar al nivel de cincuenta mil dólares de producto por habitante y por año necesitamos incrementar considerablemente el producto de nuestro esfuerzo.

Vista la distancia que nos separa de esa cifra el futuro aparece como patético. Para duplicar el producto de nuestra economía es necesario que durante diez años la misma crezca en forma sostenida al siete por ciento anual; o seis con crecimiento del diez por ciento. Si quisiéramos multiplicarla por diez y así alcanzar a los que están en la punta, necesitamos veintitrés años creciendo al diez por ciento o treinta y cuatro haciéndolo al siete.

Algo muy difícil de lograr. Pero como para llegar a cualquier meta es necesario iniciar el recorrido, debemos empezar a transitar el camino del progreso, aunque previamente debamos asumir nuestra pobreza con la altura y humildad que ennoblece y merecen las circunstancias. Algo que nuestros más encumbrados economistas no mencionan para nada. De lo contrario, seguiremos poseyendo magros recursos, escuelas de pobres, hospitales de pobres, policía de pobres, justicia de pobres, caminos de pobres, comunicaciones de pobres, transporte de pobres, salarios de pobres. Seguiremos administrando pobreza con todo lo que ello implica. Seguiremos siendo un pueblo pobre en un territorio con abundantes recursos.

Tenemos que proponernos ser un pueblo rico. Para lograrlo hay que trabajar duro durante un largo tiempo





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