viernes, 30 de octubre de 2009

El asombroso desarrollo de la China actual

Muy lejos de Mao
Por:Marcos Aguinis Para LA NACION Publicado en edición impresa

SHANGHAI.-Desde un piso alto del hotel contemplo la paulatina iluminación de la jungla de rascacielos que ahora enmarcan el histórico y novelesco paseo marítimo del Bund. Allí se han respetado los edificios levantados en los agitados siglos XIX y XX. Pero junto a esos bloques, e inmediatamente detrás, se han erigido enjambres llenos de departamentos y oficinas, cruzados por audaces autopistas en muchos niveles. La iluminación se convierte en una fiesta al anochecer, cuando anonada la incandescencia de los colores oro y sangre, verde y blanco, azul y violeta, cruzados por rayos láser y los movimientos de las fibras ópticas por entre los bloques de vidrio, acero y cemento. Eso resulta minúsculo cuando se asciende a la portentosa torre levantada por César Pelli, desde donde se ve la aguja insolente de la antena de televisión, que deja en ridículo a la torre de Babel. La visión futurista llega a su culminación cuando se da una vuelta en barco por las tranquilas aguas del río Huangpu, en medio de construcciones que compiten en imaginación y creatividad. Son una prueba de que esas cualidades, al liberarse, no tienen límite.
Shanghai, junto al río, se ha transformado en la ciudad más dinámica del país, aunque ya casi no queda ciudad china que no sea dinámica en algún sentido. Shanghai alberga 13 millones de habitantes y disfruta de una expansión económica, universitaria e industrial apabullante. El año próximo se realizará aquí una gran feria internacional que justifica la aparición de edificios que parecen esculturas mitológicas. Ya se pueden ver sus maquetas, así como la puntual fecha de terminación.
El despegue de Shanghai, sin embargo, es reciente en comparación con la antigua y hermosa capital Xi-an (con su cegador ejército de terracota, la acelerada construcción de autopistas y subtes, el cuidado de su patrimonio artístico y la creación de un monumental centro de alta tecnología) o con Pekín, con sus monumentos, hoteles, avenidas y centros comerciales, o con el bosque edilicio de Hong Kong. La diversidad de Shanghai satisface todos los gustos. Brindo un estrecho repaso.
Es asombroso el Museo de Ciencia y Tecnología, con alardes didácticos que enseñan al más ignorante. Cerca, brillan los enormes semihemisferios esmeralda del Museo de Arte Oriental, con enormes salas de teatro, ópera y conciertos. De allí es fácil el acceso a larguísimas avenidas bordeadas de parques, como un Champs Elyseés asiático, y que llevan a lagos y más parques. Próximo al paseo del Bund se conserva el casco histórico, con los jardines Yu y su polícromo bazar, la arquitectura original de centurias pasadas, una sucesión de patios antiguos, artísticos puentes y el famoso salón de té construido en el siglo XVIII por comerciantes de algodón con zigzags en ángulo recto, para que no ingresen los demonios. Tampoco faltan las orquestas callejeras, con instrumentos típicos, ejecutados por músicos vestidos con trajes de época.
Lejos de allí, relaja un paseo por la zona que fue una concesión a Francia tras la guerra del opio, donde abundan los consulados, restaurantes y cafés que parecen llegados de Europa. En los modernos, limpios y baratos taxis se arriba a la avenida Nanjing Pu, la más concurrida de la ciudad, que pronto me resultó asfixiante y no conseguí llegar a la vasta Plaza del Pueblo. Por desgracia, todo no se puede.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando a los judíos que huían de Alemania les cerraban los puertos del mundo sin clemencia alguna, Shanghai, entonces ocupada por los japoneses, les permitió ingresar sin dinero ni documentos. Son misteriosas las razones por las cuales Japón, que no tenía vínculos con los judíos, se empeñó en salvarles la vida y se negó a las demandas nazis de construir una cámara de gas para exterminar el gueto que se había formado en Shanghai. Del gueto no queda casi nada, sino testimonios de su precariedad. Es un capítulo que aún merece investigación.
China es un continente. Y su civilización puede considerarse ininterrumpida desde hace unos 6000 años, punteada por dinastías variadas en política, arte e invenciones. Predomina la etnia han, que algunos estiman en más del 90%. Pero medio cententar de otras etnias son celebradas como prueba de tolerancia y pluralismo. Ahora se temen secesiones y numerosos campesinos han son trasladados hacia el norte manchú, el oeste musulmán y el sur tibetano.
Durante milenios este país inabarcable se consideró el centro del mundo y, según ciertas etimologías, de ese concepto deriva el nombre de China. Afuera estaban los bárbaros. Por eso también se construyó la Gran Muralla, aunque de poco sirvió ante la invasión de los norteños mogoles, que establecieron una propia y breve dinastía.
China dejó entrar la religión budista y se olvidó de su origen indio; también dejó entrar el islam y el catolicismo. Confucio, que vivió unos cinco siglos antes de Cristo, es considerado el filósofo central, que ahora vuelve a tener vigencia porque da mucha importancia a la jerarquía, lo cual es decisivo para mantener el vigor del Partido Comunista, sus líderes y la disciplina que acatan 1300 millones de personas.
El taoísmo y su profusión de deidades no tienen conflictos con el budismo. En las numerosas pagodas una cantidad de seres míticos acompañan las diversas imágenes del apacible Sidharta Gautama. Se está produciendo un ascenso de la religión y de las supersticiones, que el ateísmo comunista ha dejado de perseguir. Por el contrario: parecería que constituyeran una parte de la cultura nacional. También se ha vuelto más laxa la vida sexual y familiar. Hasta hace poco era ilegal vivir en pareja sin casarse y el divorcio resultaba impensable. También se espera que afloje la prohibición de tener más de un hijo.
En cuanto a la política, sufre de anemia ante la fermentación del progreso y las perspectivas de movilidad social. Los jóvenes se dedican a trabajar, estudiar e imitan en dosis aún pequeñas la moda punk. Nunca vi tantos McDonald´s, KFC y Starbucks como en China. También he percibido un silencioso malestar con el partido único, porque da lugar a la corrupción, pero pocos se atreven a manifestarlo en voz alta. Lo ha hecho -y merece destacarse- el presidente Hu Jintao mismo, quien la condenó con fuerza. Se sabe, desde que lord Acton acuñó la frase, que "el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". ¿Cuánto tiempo soportará el pueblo chino el avance de la corrupción y la venta de influencias? La economía de mercado significa contratos sólidos, limpia competencia y eficacia de la justicia. Pero con un poder tan concentrado, ninguno de esos factores puede regir con firmeza. Menos en un país como China, donde la única institución que se conoce y ha funcionado es el partido único.
Como argentino y latinoamericano, esta visita a China me presenta dificultades para una evaluación. Recuerdo que Truman Capote había hecho un viaje exótico y le pidieron que enviara sus impresiones. Respondió que no podía, porque su viaje ya llevaba una semana. Para brindar buenas impresiones no hay que tomarse más de tres días o quedarse tres años. Yo recorrí ese pais durante doce días y ahora necesitaría un año, por lo menos. Pero me atreveré a formular algunas reflexiones.
En primer lugar, me apabulló su progreso basado en un diluvio de inversiones. Me dio la sensación triste de que mi país y mi continente se están quedando muy atrás, con los ojos en el pasado y las riquezas dormidas. Me dejó estupefacto la velocidad con que se elevan los rascacielos, se tienden autopistas profusamente iluminadas, se instalan trenes monorriel, se llenan con flores espacios inmensos. La limpieza se extiende como un mantel impoluto por las calles. Hay seguridad para caminar por cualquier sitio y se trabaja noche y día, sin pausa alguna, sino con rotación de turnos. Me impresionaron las ganas de estudiar que tienen los jóvenes y cómo en un país comunista hay severos exámenes de ingreso a las universidades del Estado y se debe pagar una cuota semestral. Quienes revelan capacidad y no pueden pagar firman un contrato de honor para hacerlo después de recibidos. A las universidades privadas van los que no pueden entrar en las públicas. Ser estudiante universitario es una distinción que debe retribuirse con esmero. ¿Hacer política en la universidad? El joven a quien pregunté me miró asombrado: "No, yo voy a la universidad para aprender", dijo.
China no ha celebrado el triunfo del comunismo en 1949, sino la unificación del país y la superación de los incesantes conflictos internos que primero terminaron con el imperio y luego mantuvieron en jaque a la república inaugurada en 1911 por el doctor Sun Yat-sen. El partido nacionalista, el Kuomintang, perdió la guerra civil y se refugió en la isla de Taiwan. Pero ahora parece que el verdadero triunfo no fue de los comunistas, sino de los nacionalistas. China, aunque abuse del rostro de Mao, no es la que quería Mao. Su legado ideológico se pulverizó. Hay una modernización que nada tiene del modelo soviético, aunque persista la impregnación burocrática del partido. En los últimos 30 años de apertura, ha empezado un acercamiento con Taiwan, cuyos principales industriales ya fabrican en el continente. Es probable que en algunos años también esta isla -igual que Hong Kong y Macao- forme parte de "un país con dos sistemas", porque ni siquiera quedará en pie eso de los dos sistemas, sino que predominará el mercado, con un aumento de la democracia.
Como sostuvo El País , las celebraciones del 60° aniversario revelan que China, más que comunista, es ahora nacionalista. Si bien el partido único obtuvo la victoria en todos los frentes, ha tenido la inteligente audacia de adaptarse a los instrumentos del desarrollo, sin ideas anacrónicas. Una película épica que acaba de lanzarse quiere modificar la narrativa y muestra a Mao en un brindis con Chiang Kai-sek y en un momento dice que se debe traer de regreso a los capitalistas. No puede ser casual.
Faltaría contar mucho aún. Pero cerraré el artículo con un colofón: abramos los ojos y aprendamos de quienes ya nos superan de lejos. Dejemos los conflictos menores y aprendamos a privilegiar un serio pensamiento estratégico, como hizo el intrépido Deng Xiaoping.

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