Joaquín Morales Solá
LA NACION
Jueves 17 de setiembre de 2009 | Publicado en edición impresa
Derechos y garantías constitucionales retrocedieron ayer ante la embestida brutal de un oficialismo derrotado en las urnas hace menos de tres meses. Doscientas modificaciones en 160 artículos del proyecto de ley de radiodifusión debieron ser leídas y analizadas por la inmensa mayoría de los diputados en el curso de una sola noche.
El trámite de la ley reconoció el ritmo propio de los que no quieren que se adviertan los contenidos de las leyes. La "madre de todas las batallas", según la belicosa y mezquina definición de Néstor Kirchner, tuvo la impronta, en efecto, de un combate militar con todas sus reglas, incluida una ofensiva constante, insomne y simultánea.
Ese proyecto de ley toca ?y agrede? garantías tan esenciales como la de la libertad de expresión, el derecho a la propiedad y los derechos adquiridos. En el plenario de las comisiones, anteayer, los diputados de la oposición comenzaron a sesionar sin una copia del proyecto definitivo con sus innumerables modificaciones. Los diputados oficialistas terminaron aprobando la iniciativa a mano alzada. Menos de 12 horas después, lo que dura una noche y las pocas horas de la mañana, una sesión especial de la Cámara de Diputados ya estaba tratando el proyecto.
¿Qué tiempo tuvieron los diputados que no integran esas comisiones, que son casi el 90% de la Cámara, de leer y evaluar el proyecto? No hubo tiempo ni respeto. ¿Cómo se podría confiar en la buena fe de los promotores de la eventual ley si todo se pareció más a un arrebato nocturno que a una decisión del Estado argentino? Ese ritmo de fiebre es lo que abre innumerables interrogantes y suspicacias sobre el objetivo final de los Kirchner. Si contaban, como contaron, con una mayoría importante a favor de su proyecto, ¿por qué no aceptaron tiempos mínimos de reflexión parlamentaria, aunque más no fuera para conservar las apariencias? Cabe una sola deducción: temieron que el paso del tiempo descubriera las verdaderas intenciones del proyecto de una ley que posiblemente regulará la relación futura entre el Gobierno y los medios audiovisuales.
La administración de los Kirchner cedió sólo la habilitación de las telefónicas para aplicar el triple play en la Argentina (lo que, en verdad, demorará el progreso tecnológico nacional, porque lo que importa es el contenido y no el transporte), pero no entregó ninguno de los otros dos objetivos que tenía desde el principio. El control sobre los contenidos de los medios de radio y televisión es el primero de ellos. El organismo de control fue ampliado. Sin embargo, la mayoría (4 o 5 sobre 7 miembros) estará en poder de los que gobiernan.
El otro elemento que tendrán los gobernantes, si se sancionara definitivamente esta ley, es la revisión cada dos años del ordenamiento legal que regirá el mundo de la radio y la televisión. Con semejantes recursos, la libertad de expresión en los medios audiovisuales se transformará en un derecho de los que mandan en el Estado. Y la libertad de expresión, si bien se la entiende, es un derecho que protege sobre todo a los críticos del poder más que al poder mismo. El proyecto aprobado anoche por la Cámara de Diputados terminará por enviar al destierro al periodismo audiovisual y dejará a la sociedad a merced de los gustos del oficialismo.
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Se ha dicho que con el apartamiento de las telefónicas el Gobierno renunciaba a la creación de un conglomerado amigo de medios de la mano de una argentinizada Telecom. No es cierto. El desguace al que someterían a los multimedios que ya están (lo que vulneraría seriamente los derechos adquiridos y el propio derecho a la propiedad) dejará en manos seguramente amigas el control de muchos medios que ahora existen y que deberán venderse apuradamente.
Incluso, no debería descartarse un regreso del proyecto Telecom mediante una posterior reforma de la ley de telecomunicaciones, que podría habilitar a las telefónicas a suministrar el servicio de triple play . Si no se adecuara la ley de bienes culturales (separando el transporte del contenido), actualmente vigente y que restringe la propiedad de capitales extranjeros en medios de comunicación, la única beneficiada con esa medida sería una Telecom en manos exclusivamente de argentinos. Se lo mire por donde se lo mire, el proyecto tiene todas las apariencias de un intento agónico y feroz del kirchnerismo para el control y dominio de las comunicaciones de radio y televisión. Es, en materia de libertad de expresión, la regresión más importante de la Argentina desde la restauración democrática.
Sólo un líder mesiánico, solitario y audaz, como lo es Kirchner, podía llevar las cosas tan lejos en cuestiones tan sensibles para la salud y la permanencia de la democracia. Pero cabe hacerse una pregunta: ¿cómo o por qué un líder derrotado consiguió semejante disciplina del peronismo, históricamente alérgico a las derrotas? Hay interpretaciones ciertas, pero aisladas. El kirchnerismo, por ejemplo, llevó al Congreso a muchos legisladores que se formaron en la misteriosa militancia de hace más de 30 años. Ellos sólo acatan la voz del jefe. No la discuten. También es veraz que la mitad del bloque oficialista se irá el 10 de diciembre y que Kirchner, conocedor preciso de las debilidades humanas, ha hecho promesas de beneficios y de puestos oficiales para la hora del disfavor. Capturó diputado por diputado; halagó a cada uno y dejó a cada uno esperanzado y contento. La sociedad, como aconsejaba Bismarck, nunca debería enterarse de cómo se hacen las leyes y las salchichas.
Pero hay un elemento más preciso que todos ellos para explicar la sumisión del peronismo y es la virtual disgregación del propio peronismo. Kirchner ha perdido, es cierto, pero ¿qué líder peronista se ha hecho cargo del liderazgo vacante? Ninguno. La mayoría de sus dirigentes sólo controla pequeñas parcelas partidarias. Y Carlos Reutemann, que podría abroquelar al peronismo, tiene tiempos demasiado lentos para la vorágine que propone Kirchner. El ex presidente puede y sabe construir -por qué negarlo- un océano de poder con apenas un charco de agua. Los peronistas están en condiciones de prescindir de cualquier cosa, menos de la conducción de un líder.
El líder volvió a romper las reglas del juego. El propio Kirchner les había dado a los canales de televisión una extensión automática de sus licencias por 10 años; a esos mismos canales los obligará a vender, si todo le saliera bien ahora, en el plazo perentorio de un año. No es sólo el mundo de las comunicaciones el que se verá seriamente afectado por la falta de inversión; cualquier inversión, en cualquier rubro, se retraerá ante la desconfianza, luego del desconocimiento claro de tantas garantías constitucionales.
Un país chico y sin inversiones, aislado del mundo y del progreso, con periodistas silenciados y empresarios asustados es el que se bosquejó ayer en la Cámara de Diputados. El país perfecto del imaginario kirchnerista.
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