Por César Ramón Cuello
Los economistas en general, y los que son candidatos en
particular, además de los cabeza de listas que competirán en las próximas
elecciones legislativas, nos “informan” que rápidamente pueden lograrse las
soluciones para superar la situación socioeconómica cuyas características nos afligen;
el simple análisis que lleva a cabo la mayoría de los argentinos agrupados en
el setenta y ocho por ciento que repudió o no acepta al gobierno nacional, las
tiene internalizadas. Las afirmaciones en cuanto a la rápida solución declamada
se basan, en casi todos los casos, en los recursos que posee Argentina, en una
generalidad que incluiría a los humanos y materiales.
Si tomamos literalmente dichos anuncios es posible pensar que
no se diferencian en mucho de las afirmaciones de los miembros del gobierno que
nos dicen que estamos en el mejor de los mundos superando a países como Canadá,
Australia y Estados Unidos de América; la naturaleza falaz de estos dichos y la
poca consistencia que poseen las que pregonan que en breve lapso podemos llegar
a un buen puerto (nadie habla de plazos para lograr objetivos) hace que ambas
posiciones nos ubican lejos de poder pensar que el paso de una posición a otra
será fácil y en el corto o cortísimo plazo.
No existe lugar en el planeta que no ofrezca recursos para
que los habitantes de cualquier territorio puedan obtener de ellos la
satisfacción de sus necesidades, tanto individuales como sociales. Para lograrlo
se trata nada más que de incorporar el trabajo necesario y los medios que
permitan el mejor rendimiento de este factor, incluyendo la tecnología. Es una
verdad de Perogrullo que los habitantes de Argentina tienen disponibles todos
los factores de la producción. Pero, como sucede siempre, obtener buenos
resultados depende de cómo se los utilice o, lo que es lo mismo, cuál es la
base filosófica que le da forma a la organización social y económica, cuestión
que escapa al análisis que se pretende realizar en esta nota.
La realidad de Argentina nos dice que su sistema económico
proporciona alrededor de cinco mil dólares por habitante y por año, más allá de
las cifras distorsionadas que proporciona la información oficial. Luego, si
quisiéramos llegar a disponer veinticinco mil por cada uno de aquellos
habitantes, y con ello acercarnos a mitad de camino de las naciones que están
en punta en el concierto internacional, tendríamos que multiplicar por cinco la
capacidad de producir o, al revés, disminuir a un quinto la población, esto es,
brindar los beneficios de la actividad económica a unos ocho millones de
personas. Esta opción es, lógicamente, imposible de concretar y por lo tanto,
es nada más que una ilusión poder mejorar en el corto plazo la calidad de vida
de los argentinos.
También tiene las mismas características la pretensión de
multiplicar por cinco el resultado de la actividad económica para llegar al
nivel de ofrecer veinticinco mil dólares anuales por cada habitante.
Consideremos que para duplicar en el término de diez años los cinco mil dólares
que actualmente se producen sería necesario que crezca el aparato productivo en
forma sostenida a una tasa del siete por ciento anual; una verdadera utopía. Nunca sucedió tal
fenómeno en nuestro país y es muy difícil, tanto como imposible, que ello acontezca
dadas las condiciones en que se presenta el panorama socio económico. Se deja
para el razonamiento del lector calcular que tiempo sería necesario que
transcurra para llegar al nivel que hemos propuesto.
Tengamos presente que el relato referido al crecimiento del
cual se hace ostentación en estos tiempos por parte de los gobernantes, se
trata más que nada de un rebote proveniente de las depresiones en que
periódicamente cayó la actividad económica; sin que ello represente una nueva dimensión
relativa del aparato productivo. Es que luego de alcanzar el nivel máximo de
producción y productividad que ofrece la dimensión del sistema, invariablemente
siempre hemos arribado a un amesetamiento que se ha presentado como recurrente
en los últimos sesenta años.
Actualmente padecemos los efectos de una emisión monetaria
prácticamente descontrolada que se traduce en una perversa inflación; estado
deplorable en la infraestructura productiva (caminos, ferrocarriles,
comunicaciones); déficit financiero
estatal, insuficiencia de recursos energéticos (petróleo, gas y electricidad),
reservas en caída libre y trece millones de personas y familiares fuera del
aparato productivo que viven de planes de ayuda, pensiones y jubilaciones y sin
aportar trabajo efectivo, eficiente y eficaz al proceso económico, que nos deja
con pocos recursos humanos para aplicar;
tenemos carencia de ahorro interno y no podemos recurrir al externo (mercado
internacional de capitales) fruto de la falta de confianza; la frutilla del
postre es la inseguridad personal (que mata) y la jurídica, que desalienta y
expulsa la inversión extranjera Todo esto nos entrega la imagen de un país cuya
recuperación se enfrenta a un largo y penoso tránsito en el futuro. Donde una
muy buena parte de la población sufrirá las consecuencias de una pésima
conducción estatal y una corrupción desenfrenada no solamente en el sector
gubernamental, ya que cuenta con la complicidad de la otra parte del cohecho,
que provoca una pobreza infernal.
Recordemos que la economía proporciona los recursos para
enfrentar la satisfacción de necesidades de todo tipo entre las cuales
encontramos la de brindar instrucción adecuada a los habitantes, salud,
seguridad y justicia. No es esperable que ocurra el milagro de que llueva maná
El análisis precedente nos evidencia que aun colocando a la Nación
en el sendero del trabajo ordenado, manteniendo en el tiempo políticas y
valores morales que nos permitan superar el penoso estado de situación en que
nos encontramos, el camino a recorrer será muy largo y sacrificado.
La Plata, 29 de agosto de 2013