miércoles, 18 de septiembre de 2013

Ver detrás de la apariencia




Por César R. Cuello
Son notorios dos aspectos que nos presenta la realidad pre eleccionaria. Uno de ellos es el optimismo en buen grado que exhiben los candidatos en sus presentaciones públicas. Si bien debe aceptarse como una táctica para inducir votos, para un observador que sigue el proceso y tiene acumulada experiencia en el tema, deduce, por un lado, que realmente el candidato cree en las manifestaciones del público cuando lo alienta a continuar avanzando y seguir haciendo lo que está haciendo. Sus convicciones, su entusiasmo, lo colocan en el plano de esa especie de delirio que poseen los políticos y creen que el triunfo los acompañará al final de la contienda cívica. Por otra parte, aquél observador advierte que las mismas personas que alientan a unos hacen lo propio con otros, sin que ello implique la intención aviesa de engañar. Al fin y al cabo si consideran medianamente honesto a quién se candidatea, el aliento sirve como una especie de agradecimiento por dedicar parte de su vida, o toda, a hacer política, que no es ni más ni menos que trabajar para cambiar la realidad con el objeto de mejorar la calidad de vida de la población. El grado de optimismo de los ciudadanos podría equipararse en este caso al del político.
Esto recuerda la confesión de un militante de un partido de izquierda que con hilaridad recuerda que estas circunstancias relatadas las había vivido más de una vez. Honestamente, junto a sus camaradas de ruta, creía en el triunfo augurado por los vecinos a quiénes habían visitado. Quedar en la cima del escrutinio era lo que esperaban. Claro que al final del recuento de votos aparecían las cifras de la realidad: Partido Uno l78 votos; partido Dos l23 votos; partido Tres, 66 votos, partido Cuatro 22 votos, partido propio 3 votos. Así y todo, este resultado no los amilanaba y por décadas sufrían y siguen sufriendo la misma experiencia. Cosas de la borrachera política.
El otro aspecto que exhiben los políticos en campaña es nada más ni nada menos el que encuadra los problemas detectados en la comunidad, y la promesa hecha con todo énfasis que tienen en sus manos o en su futura gestión las soluciones. Claro que, invariablemente, se ocupan de no especificar cómo llegarían a concretarlas, ni en qué tiempo ni a qué costo. Este fenómeno acontece con todos los candidatos, sea cual fuere la agrupación política a la cual pertenecen.
Estas circunstancias vistas según sea el lado que ocupe el observador o el papel que juegue el protagonista, merecen anotar la importancia que tiene hacer fenomenología frente a las cosas, hechos o fenómenos que se nos presentan. Es decir, tener visión crítica de la apariencia para no caer en la falsedad de los cálculos y no albergar expectativas favorables falsas en ningún caso. Porque como dicen los filósofos, actuar como tal significa, no tanto valorar la naturaleza de los hechos, sino tener conocimiento de la naturaleza de los hechos. Y es que hacer fenomenología debe llevarnos a conocer los condicionamientos que dan lugar a los mismos. De otra manera corremos el serio peligro de asignar valor nada más que a la apariencia; y muchas veces las apariencias engañan.
Más de una vez se es testigo de juicios provenientes del análisis de la apariencia sin recurrir a ver que existe detrás de ella. Por ejemplo, asignar a una potencia extranjera que realiza inversiones en un país menos desarrollado, la calidad absoluta de bienhechora debido al aparente progreso que habría generado aquella actividad económica. Hacer fenomenología en este caso supone establecer con la mayor claridad posible los condicionamientos que dieron lugar a la actividad y concatenar los resultados. En el caso de potencias europeas en nuestro país se les suele asignar aquel rol como consecuencia de haber incorporado el ferrocarril, introducido mestizaje vacuno y bovino, semillas, haber construido puertos, instalados centrales eléctricas, conceptos administrativos y todo cuando pudo diseñar y dar forma concreta a un aparato productivo. Analizando nada más que la apariencia no podríamos decir otra cosa que debe valorarse como positiva su incursión en el territorio nacional.
Pero, ¿cuáles fueron los condicionamientos que promovieron esa actividad económica?  Tengamos en cuenta que la acción empresaria en el sistema dentro del cual desarrollaron su actividad estaba el propósito de lucro, rasgo principal de la filosofía capitalista. Esta condición empresaria no es para nada deleznable. Al contrario, debe defenderse tal concepto porque hace al desarrollo del mejor sistema económico conocido hasta nuestros días. Siempre y cuando la moral sea la trama que sostenga la actividad y no implique el abuso de la capacidad económica para obtener provecho obsceno, utilizar la fuerza proveniente de actitudes reñidas con la ética como el soborno; y que los resultados en los negocios depare ganancias para una sola parte. En nuestra Patria se dio que los inversores extranjeros siempre tuvieron ganancias, muchas veces garantizadas, “aguamiento” de capitales, manejo discrecional de sistemas tarifarios en beneficio de los intereses de connacionales o socios eventuales y perjuicio para productores locales, sistema de trabajo rayanos en la esclavitud, taponamiento de actividades que podrían competir y proveer de productividad a la economía (Petróleo en Comodoro Rivadavia y en Cacheuta); y en cuanto a la contrapartida en el negocio, ni siquiera la parte del ratón quedó en estos lares. De la explotación del tanino en los quebrachales del Noroeste que les produjo ingentes ganancias, sólo dejaron miseria extrema; los ferrocarriles fueron abandonados prácticamente en el peor estado con la máscara de facilitar la nacionalización y otro tanto con la industria frigorífica. Ocurrió lo mismo en todos los sectores donde actuaron ya que no promovieron nunca la reinversión necesaria habida cuenta de la repatriación de capitales a los países de origen que cerraron sus economías luego de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, junto a la intención de invertir para obtener utilidades traían consigo la intencionalidad, que se constituyó en hechos, para recurrir a métodos reñidos con la moral si era necesario para alcanzar los propósitos empresarios. La debilidad del país frente a la fortaleza del propio era el arma más poderosa para conseguir sus designios. Y desaparecieron cuando las condiciones coyunturales no eran favorables.
Aunque pueda decirse que mal de muchos es consuelo de tontos, la realidad mundial en la post guerra nos muestra idénticos resultados en todo el planeta: En India, Colonias Africanas y del Lejano Oriente, Egipto, Cercano Oriente, Caribe, no quedó más que la miseria generalizada luego de haber más que explotado, exprimido, los territorios y utilizado a sus poblaciones. Y una verdad dolorosa es que una vez replegados, en sus países de origen pusieron todo el empeño para lograr el recupero del deterioro que produjo la conflagración mundial en ellos y quedó en el olvido, más que las necesidades de los pueblos, la gratitud que debían a los países explotados. Si tenemos en cuenta lo que está escrito en La Biblia: “Por sus frutos los conoceréis”, quizás entonces nunca alcanzaron el rango de benefactores.
La cultura del trabajo de la población argentina, fruto de la inmigración europea y la capacitación lograda con su sistema de instrucción implantado por hombres como Belgrano, Avellaneda, Sarmiento, Roca y Estrada, sostuvo los magros resultados obtenidos hasta el presente.
Por todos estos acontecimientos sería bueno que los habitantes pudieran hacer fenomenología frente a las propuestas políticas en este período eleccionario; para elegir bien y subir al menos un escalón en la larga y empinada escalera que debemos recorrer para alcanzar un futuro venturoso.
La Plata, 16 de setiembre de 2013 (A 58 años del derrocamiento de Perón)

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