Por César R. Cuello
Son notorios dos aspectos que nos presenta la realidad pre
eleccionaria. Uno de ellos es el optimismo en buen grado que exhiben los
candidatos en sus presentaciones públicas. Si bien debe aceptarse como una táctica
para inducir votos, para un observador que sigue el proceso y tiene acumulada
experiencia en el tema, deduce, por un lado, que realmente el candidato cree en
las manifestaciones del público cuando lo alienta a continuar avanzando y
seguir haciendo lo que está haciendo. Sus convicciones, su entusiasmo, lo
colocan en el plano de esa especie de delirio que poseen los políticos y creen que
el triunfo los acompañará al final de la contienda cívica. Por otra parte,
aquél observador advierte que las mismas personas que alientan a unos hacen lo
propio con otros, sin que ello implique la intención aviesa de engañar. Al fin
y al cabo si consideran medianamente honesto a quién se candidatea, el aliento
sirve como una especie de agradecimiento por dedicar parte de su vida, o toda,
a hacer política, que no es ni más ni menos que trabajar para cambiar la
realidad con el objeto de mejorar la calidad de vida de la población. El grado
de optimismo de los ciudadanos podría equipararse en este caso al del político.
Esto recuerda la confesión de un militante de un partido de
izquierda que con hilaridad recuerda que estas circunstancias relatadas las
había vivido más de una vez. Honestamente, junto a sus camaradas de ruta, creía
en el triunfo augurado por los vecinos a quiénes habían visitado. Quedar en la
cima del escrutinio era lo que esperaban. Claro que al final del recuento de
votos aparecían las cifras de la realidad: Partido Uno l78 votos; partido Dos
l23 votos; partido Tres, 66 votos, partido Cuatro 22 votos, partido propio 3
votos. Así y todo, este resultado no los amilanaba y por décadas sufrían y
siguen sufriendo la misma experiencia. Cosas de la borrachera política.
El otro aspecto que exhiben los políticos en campaña es nada
más ni nada menos el que encuadra los problemas detectados en la comunidad, y
la promesa hecha con todo énfasis que tienen en sus manos o en su futura gestión
las soluciones. Claro que, invariablemente, se ocupan de no especificar cómo
llegarían a concretarlas, ni en qué tiempo ni a qué costo. Este fenómeno
acontece con todos los candidatos, sea cual fuere la agrupación política a la
cual pertenecen.
Estas circunstancias vistas según sea el lado que ocupe el
observador o el papel que juegue el protagonista, merecen anotar la importancia
que tiene hacer fenomenología frente a las cosas, hechos o fenómenos que se nos
presentan. Es decir, tener visión crítica de la apariencia para no caer en la
falsedad de los cálculos y no albergar expectativas favorables falsas en ningún
caso. Porque como dicen los filósofos, actuar como tal significa, no tanto
valorar la naturaleza de los hechos, sino tener conocimiento de la naturaleza
de los hechos. Y es que hacer fenomenología debe llevarnos a conocer los
condicionamientos que dan lugar a los mismos. De otra manera corremos el serio
peligro de asignar valor nada más que a la apariencia; y muchas veces las
apariencias engañan.
Más de una vez se es testigo de juicios provenientes del
análisis de la apariencia sin recurrir a ver que existe detrás de ella. Por
ejemplo, asignar a una potencia extranjera que realiza inversiones en un país
menos desarrollado, la calidad absoluta de bienhechora debido al aparente
progreso que habría generado aquella actividad económica. Hacer fenomenología
en este caso supone establecer con la mayor claridad posible los
condicionamientos que dieron lugar a la actividad y concatenar los resultados.
En el caso de potencias europeas en nuestro país se les suele asignar aquel rol
como consecuencia de haber incorporado el ferrocarril, introducido mestizaje
vacuno y bovino, semillas, haber construido puertos, instalados centrales
eléctricas, conceptos administrativos y todo cuando pudo diseñar y dar forma
concreta a un aparato productivo. Analizando nada más que la apariencia no
podríamos decir otra cosa que debe valorarse como positiva su incursión en el
territorio nacional.
Pero, ¿cuáles fueron los condicionamientos que promovieron
esa actividad económica? Tengamos en
cuenta que la acción empresaria en el sistema dentro del cual desarrollaron su
actividad estaba el propósito de lucro, rasgo principal de la filosofía
capitalista. Esta condición empresaria no es para nada deleznable. Al
contrario, debe defenderse tal concepto porque hace al desarrollo del mejor
sistema económico conocido hasta nuestros días. Siempre y cuando la moral sea
la trama que sostenga la actividad y no implique el abuso de la capacidad
económica para obtener provecho obsceno, utilizar la fuerza proveniente de
actitudes reñidas con la ética como el soborno; y que los resultados en los
negocios depare ganancias para una sola parte. En nuestra Patria se dio que los
inversores extranjeros siempre tuvieron ganancias, muchas veces garantizadas,
“aguamiento” de capitales, manejo discrecional de sistemas tarifarios en
beneficio de los intereses de connacionales o socios eventuales y perjuicio
para productores locales, sistema de trabajo rayanos en la esclavitud,
taponamiento de actividades que podrían competir y proveer de productividad a
la economía (Petróleo en Comodoro Rivadavia y en Cacheuta); y en cuanto a la
contrapartida en el negocio, ni siquiera la parte del ratón quedó en estos
lares. De la explotación del tanino en los quebrachales del Noroeste que les
produjo ingentes ganancias, sólo dejaron miseria extrema; los ferrocarriles
fueron abandonados prácticamente en el peor estado con la máscara de facilitar
la nacionalización y otro tanto con la industria frigorífica. Ocurrió lo mismo
en todos los sectores donde actuaron ya que no promovieron nunca la reinversión
necesaria habida cuenta de la repatriación de capitales a los países de origen
que cerraron sus economías luego de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, junto
a la intención de invertir para obtener utilidades traían consigo la
intencionalidad, que se constituyó en hechos, para recurrir a métodos reñidos
con la moral si era necesario para alcanzar los propósitos empresarios. La
debilidad del país frente a la fortaleza del propio era el arma más poderosa
para conseguir sus designios. Y desaparecieron cuando las condiciones
coyunturales no eran favorables.
Aunque pueda decirse que mal de muchos es consuelo de tontos,
la realidad mundial en la post guerra nos muestra idénticos resultados en todo
el planeta: En India, Colonias Africanas y del Lejano Oriente, Egipto, Cercano
Oriente, Caribe, no quedó más que la miseria generalizada luego de haber más
que explotado, exprimido, los territorios y utilizado a sus poblaciones. Y una
verdad dolorosa es que una vez replegados, en sus países de origen pusieron
todo el empeño para lograr el recupero del deterioro que produjo la
conflagración mundial en ellos y quedó en el olvido, más que las necesidades de
los pueblos, la gratitud que debían a los países explotados. Si tenemos en
cuenta lo que está escrito en La Biblia: “Por sus frutos los conoceréis”,
quizás entonces nunca alcanzaron el rango de benefactores.
La cultura del trabajo de la población argentina, fruto de la
inmigración europea y la capacitación lograda con su sistema de instrucción
implantado por hombres como Belgrano, Avellaneda, Sarmiento, Roca y Estrada,
sostuvo los magros resultados obtenidos hasta el presente.
Por todos estos acontecimientos sería bueno que los
habitantes pudieran hacer fenomenología frente a las propuestas políticas en
este período eleccionario; para elegir bien y subir al menos un escalón en la
larga y empinada escalera que debemos recorrer para alcanzar un futuro
venturoso.
La Plata, 16 de
setiembre de 2013 (A 58 años del derrocamiento de Perón)
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