sábado, 19 de diciembre de 2009

Desafío a los progres: Yo soy de derechas… ¿y qué?

POR FEDERICO QUEVEDO

Federico Quevedo nació en Hamburgo (Alemania) en 1961 pero se licenció en Ciencias de la Información en España, y ha realizado su carrera profesional en Radiocadena Española, Antena 3 Radio, Europa Press... Además es colaborador de Telemadrid, Popular TV, 'La Mañana' y 'La Linterna' de La Cope y 'El Gato al Agua' en Intereconomía. Autor de los libros 'Pasión por la Libertad' sobre el pensamiento político del ex presidente Adolfo Suárez, y 'El Negocio del Poder' junto a Daniel Forcada, escribió:


MADRID (El Confidencial). De derechas, liberal y católico, para ser más exactos. Y con mucho orgullo. Perdónenme que insista en este tema, pero es que me saca de mis casillas. Verán, como demócrata y liberal, siempre he creído que en la libertad individual como valor supremo –junto a la vida- de nuestra existencia, en el pluralismo como regla de juego de la democracia, y en el respeto a la ideas de los demás como norma de conducta.

Tengo muchos amigos de izquierdas -más de los que los ‘talibanes’ del Pensamiento Único del foro puedan imaginar- con los que discrepo en muchos asuntos, pero hacia los que siento un recíproco respeto por las ideas, principios y valores que ellos defienden y yo defiendo.

Desde luego, ni ellos ni yo caemos en la descalificación personal, ni en planteamientos denigratorios de las ideas del otro. Nunca ninguno de ellos se atrevería a afirmar, como escuche en el otro día en boca de un animal de bellota, que “a los católicos lo que les pasa es que no follan nunca”, porque seguramente cualquiera de estos amigos míos de la izquierda le habría respondido de inmediato que “a ti lo que te ocurre es que te lavaron el cerebro porque no podían lavarte otra cosa de lo pequeña que la tienes”. Las ideas se respetan, las sandeces se menosprecian.

Por desgracia, existe otra izquierda, esa que se llama a sí misma ‘progre’, que se ha ocupado, con bastante éxito hay que decir, de inculcar en la opinión pública una serie de estereotipos más falsos que una moneda de chocolate, pero muy fáciles de aceptar como verdaderos.

Así, ser de derechas, liberal y católico, es sinónimo de ser un facha, capitalista y retrógrado… Un enemigo del progreso, un habitante de la caverna al que hay que extinguir porque resulta un peligro para la civilización. Es más, seguro que unos cuantos de ustedes cuyos nicks son fácilmente reconocibles, estarán pensando en este momento: “Pues claro…”.

Lo cierto es que yo no deseo la extinción de nadie, pero estos que desearían la mía y la de otros tantos millones que comparten más o menos los mismos principios y valores, son considerados unos señores demócratas…

Pero, ¿lo son realmente? ¿De qué tipo de democracia?

¿De una democracia construida a medida de una única manera de pensar, de un solo prisma desde el que observar la realidad de las cosas?

¿De una democracia en la que la izquierda –esa izquierda, no la de mis amigos- expide certificados de ‘demócratas’ sólo a aquellos que acaten sus principios, y que exilia al crudo invierno del ostracismo a quien discrepe?

¿De una democracia en la que se denigran valores que han sido esenciales en la construcción de nuestra civilización occidental y se ensalza el más absoluto relativismo, en la que vale todo con tal de alcanzar cualquier objetivo que uno se proponga porque lo que prima es el principio de que el fin justifica los medios?

¿De una democracia en la que se divide a las personas en ‘buenos’ y ‘malos’, en la que los ‘buenos’ son ellos y los ‘malos’ nosotros?

Pues, francamente, entre ‘su’ democracia, una democracia excluyente, basada en principios totalitarios, irreverente, irrespetuosa, que tiene en el aborto, la eutanasia y el laicismo los elementos esenciales de su ideología ‘progre’, que desprecia las reglas del juego del Estado de Derecho cuando no le convienen, que practica el insulto y en ocasiones la violencia contra el discrepante, que entre imposición y convicción elige lo primero, que fomenta el odio, que busca el enfrentamiento…, entre esa democracia y la democracia del respeto, del consenso, de la sana discrepancia, de la defensa de los derechos esenciales de las personas –la libertad, la vida- como fundamentos del verdadero progresismo, me quedo sin lugar a dudas con la segunda.
 
Y me dirán ustedes, ¿porqué vuelvo a escribir de esto? Pues, francamente, porque la pérdida de ese espíritu conciliador, de ese respeto mutuo que sirvió de base para construir el edificio constitucional, es sin lugar a dudas la consecuencia más grave de este tiempo de frentismo y revanchismo que ha fomentado Rodríguez Zapatero.

Sí, señores, yo soy de derechas, liberal y católico. Amo la libertad y la vida, creo en el individuo como expresión máxima de nuestro ser social, y Dios es para mí una guía que, con mis torpezas y mis errores, marca mi existencia y mi relación con los demás. Si de verdad hay alguien que crea, que piense aunque solo sea por un momento, que cualquiera de estas cosas identifica a quien las suscribe como un “facha, capitalista y retrógrado”, es que, o está enfermo, o lo que lleva en el ojo no es una viga, sino la Torre Eiffel entera.














lunes, 7 de diciembre de 2009

¿Está condenado…?



Se lo pregunté a Claudia Rucci y ella rió.


Me lo pregunto en soledad y sonrío.


“El que trajo al loco que se lo lleve…”






Por Juan Carlos Sánchez Dodorico

 
PyD participó del cierre del ciclo anual del Movimiento Productivo Argentino realizado en el Hotel Sheraton de Buenos Aires el 24 de Noviembre. Enrique García-Mansilla y quien firma esta gozamos del asombro. Seré breve, muy breve.


Cuando Claudia Rucci admitió en la nota que coincidía conmigo al reclamarle a Eduardo Duhalde “que el que trajo al loco se lo lleve…” me entusiasmé por conocer íntimamente el MPA (Movimiento Productivo Argentino) fundado en plena crisis post De la Rúa. Quise saber dos aspectos fundamentales: Si contaban con fuerzas suficientes como para revertir aquél trágico error de 2003 y para dónde iban. Le pedí a Enrique García-Mansilla que me alojara en su casa (ofrecida reiteradamente con anticipación) y que dispusiera del día para concurrir al cierre del año lectivo. ¿Qué vimos?

Demasiado, mucho.



Como santafesino, humilde periodista de provincia, saludé a demasiado (demasiados, demasiados) santafesinos de peso político, uno fue Juez hasta hace muy poco sin experiencia política salvo…, otro fue Defensor del Pueblo hasta hace poco con mucha experiencia política. Y muchos más.





Como hombre entrenado en la política también saludé a muchos otros expertos del orden nacional, todos peronistas y algunos arrimados, demasiados.

El contenido final de las disertaciones apuntaban al objetivo que Enrique García-Mansilla anota en su comentario publicado y fue redondeado por el Presidente Honorario del MPA, el Dr. Eduardo Duhalde en su discurso de cierre: “Vamos hacia un gobierno de unidad nacional” –reiteró- poniendo énfasis. Léalo, está publicado en esta edición y no caben comentarios. Todo dicho.


En síntesis: Es posible que Eduardo Duhalde esté condenado a ser Presidente de los argentinos en 2011 por voto popular o en el caso de que no lo crea conveniente o no le den los números, que sea quien facilite el acceso a la Rosada de un hombre del peronismo capaz de interpretarlo. Siempre sostuve que para Duhalde ser Presidente por el voto era causa difícil pero también que Duhalde sería quien habría de poner al que viene. De no ser él, ¿quién?



El ex Presidente tiene algunas culpas que pagar. Lo sabe, sonríe cuando se le dice “que saque al loco…” y no se que dirá cuando se le pregunte si valía la pena por ganar una pelea con Carlos Menem, insertar en la historia argentina a alguien como Néstor Kirchner. Tampoco imagino la respuesta si se le pregunta por qué aguantó hasta ahora para sacárselo de encima, ¿sacárselo?, ¿algo personal?, ¿algo patriótico?


Quizá el interregno en el cual fue Presidente por elección de los legisladores nacionales lo vivió con demasiadas presiones y quizá también dejar el poder de nuevo en manos de Menem hubiese sido un fracaso personal inaguantable. Quizá su anti-modelo era sincero, quizá no soportaba el carisma de Menem, quizá…


Quizá el interregno en el que fue Presidente no le alcanza para su gloria personal, quizá sepa que puede dar mucho más, quizá quiere el bronce, quizá maduró. Quizá…



Quizá el interregno en el cual fue Presidente terminó con una frustración personal y quiera superarla. Quizá… quizá lo único que quiera ahora es “sacar al loco…” Quizá.


Lo que sí se con certeza es que de ese equipo del MPA se puede extraer un buen equipo de gobierno.
Que apuntan a la formación de los cuadros.
Que aproximan sin amontonar.

Que muchos se aproximan con esperanza.

Es posible que esté condenado. Quizá lo quiera, quizá no, quizá no tenga escapatoria.

*
No puedo hablar bien de Eduardo Duhalde aunque su discurso presionó mis ansias íntimas de una Argentina respetable y respetuosa. No puedo hablar bien a conciencia porque me debe, como a todos los argentinos -lo reconozcan o no- a Néstor Kirchner. No puedo hablar bien porque el peronismo quería otro presidente por aquellos tiempos de crisis apenas superada, quería a Carlos Menem, el que envejeció desperdiciado mientras la ciencia aflicción se adueñaba de la Argentina. No puedo hablar bien porque los argentinos merecíamos otra cosa. Pero las crisis siempre perfeccionan al hombre. Nadie sale igual de una crisis ni del pecado ni del caos. Nadie sale peor, eso cuando sale y aquí está la responsabilidad de Duhalde: él lo trajo, que se lo lleve… Que nos devuelva la paz.


Cuando se queda en su dificultad, cuando el hombre permanece sin conversión en el entredicho que lo enfrenta a la realidad y a la verdad entonces es cuando es inactivo para sí mismo y para la comunidad, es irrealizable y no realiza; es número, estadística, cliente sin que esta condición tenga algo que ver con su nivel económico y social; es improductivo y es justamente desde esta improductividad percibible que quien conduce debe transformarlo en alguien capaz de dar y entregarse, de comprometerse. No hay teología que valga para explicarlo, es síntoma de la divinidad de la que participa el hombre ser capaz de cortar algo propio para dárselo a otro u a otros. Pero perdimos algo de nuestra relación con la divinidad, de nuestra naturaleza gracias a Néstor Kirchner y eso también es culpa de Duhalde. Por tanto considerarnos servidores de su proyecto, programa o esquema de poder, Kirchner logró que los argentinos gastáramos el alma -algo así como la res pública- en sobrevivir cuando no era necesario. Pues sobrevivir cabe cuando se construye, si no, ¿para qué…?


Y lo peor… ¿Para quién?


¿Qué nos quedó a salvo luego de este estropicio? ¿La persona, la familia, las instituciones, la verdad, la historia, la tradición, la Patria? ¿Qué?

¿Nuestros hijos? Verlos nos hace temer el futuro. Sólo que ellos sufran la crisis en profundidad, que la entiendan a fondo para nunca más repetirla nos brinda esperanza, por eso debemos ser pedagogos de la crisis, maestros que marquen el dolor imborrablemente para que ellos sepan que por lo que pasamos nosotros, nosotros y ellos, no debe repetirse nunca más. Sólo así madurarán y serán positivos y constructores.


Ello implica dureza, negaciones, negarles algo de lo poco o mucho que podemos darle materialmente; marcarles el rumbo hacia la realidad, hacia la verdad, hacia lo natural y propio de la especie: La defensa de los críos, de la familia tal cual la conocen desde los abuelos, de esa Patria querible y no aprovechable, construible y no gastable.

Lo que son y serán nuestros hijos también se lo debemos a Duhalde y a nosotros mismos. Creímos o dejamos de creer o nunca creímos pero aguantamos, soportamos, nos acostumbramos. Ahora llegó el tiempo de cambiar.


Entonces… Duhalde está obligado a “llevarse el loco…” porque puede y quiere.



¿Quién será Presidente? ¿Reutemann, Cobos, Carrió? ¿Quién ganará?


No importa. Como dijo Duhalde en su discurso final eso no importa, importa que vamos hacia un gobierno de unidad nacional y esto es indiscutible porque si no, no habrá que gobernar. Desapareceremos aunque nos quede territorio, bandera, zambas y chacareras. Desapareceremos de la peor manera: Estando, siendo copia o revoltijo, posmodernidad, progresismo y moda. Nada. Existir de tal manera es no ser aunque se esté.



Quien gane, quien venga tiene que reconstruir, comenzar de nuevo sin diferencias, con los kirchneristas a quienes habrá que convertir, con los menemistas, con los radicales, con los socialistas. Que las diferencias queden para el debate y la coyuntura, nunca para las decisiones de importancia.

Anoche en reunión de amigos nos preguntábamos sobre los nombres de quienes gobernarán a partir del 2011 y al final de la noche, de las palabras y del vino concluimos en que no importaba mientas que se reconstruyera. Duhalde, entonces, tiene razón. ¿Está condenado?

E-mail del autor zschez@yahoo.com.ar


06 Dic 09














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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Una sociedad condenada

Por Roberto Cachanosky


Especial para lanacion.com


"Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegido contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada." Esta frase, que parece escrita para la Argentina actual, pertenece a Ayn Rand, escritora estadounidense nacida en Rusia, que en 1957 publicó un famoso libro titulado La rebelión de Atlas 
La novela, a lo largo de sus más de mil páginas va describiendo cómo los burócratas, los empresarios prebendarios y los dirigentes sindicales van ahogando la actividad económica en una carrera enloquecida por apoderarse del fruto del trabajo de los demás. Ayn Rand recurre sistemáticamente a la palabra saqueo y saqueadores, para describir a aquellos que usan el monopolio de la fuerza del Estado para, siempre bajo argumentos de solidaridad social, apropiarse del ingreso de la gente productiva. El final de La rebelión de Atlas es obvio. Si son pocos los que producen y muchos los que consumen y, encima, a los pocos que producen el Estado los agobia con impuestos, regulaciones, extorsiones y demás medidas compulsivas, el sistema económico termina colapsando. Pero lo más grave ocurre cuando los pocos que producen, como sucede en La Rebelión de Atlas, deciden refugiarse en una zona de EE.UU. fuera del alcance de los burócratas. En ese momento, no queda nadie para producir y los burócratas entran en desesperación dado que ya no tienen cómo conseguir recursos para "redistribuir solidariamente" porque los que producían se cansaron de ser saqueados. Es más, los corruptos entran en pánico porque tampoco tienen a quien "coimear" ante la ausencia de producción.
Quien haya leído La rebelión..., tal vez coincida conmigo, que hoy la Argentina tiene una fuerte coincidencia con el libro de Ayn Rand. La burocracia ahoga la capacidad de innovación de la gente productiva con múltiples y arbitrarias regulaciones. A diario nos enteramos de escandalosos casos de corrupción, el dinero no fluye a los que se esfuerzan y producen y el Estado utiliza cuánto medio tiene a su alcance para destruir empresas, o bien ahogarlas financiera y económicamente mediante controles de precios para luego estatizarlas con el objeto de beneficiar a unos pocos amigos del poder o simplemente para vengarse de quienes no piensan como los gobernantes.
Hoy, el argentino siente que no tiene futuro. No visualiza un mediano y largo plazo que le permita planificar su desarrollo. Se limita a levantarse todas las mañanas y ver cómo puede hacer para sobrevivir.


¿Por qué ocurre esta situación de angustiante incertidumbre? Porque el Gobierno, por las razones que fueran, se ha transformado en una cuadrilla de demolición de la economía y ante cualquier opinión contraria, amenaza con avanzar con la máquina topadora para dejar más escombros, regulando, presionando, prohibiendo, etc.
En nombre de la solidaridad social se destruyeron la industria ganadera y láctea; el escaso mercado de capitales que quedaba confiscando los ahorros que la gente tenía en las AFJP; y el sector agrícola, que ha terminado concentrándose en la producción de soja, porque pocos son los que apuestan a producir trigo y otros granos. ¿Qué otra cosa son los US$ 45.000 millones de dólares que se han fugado de la Argentina desde el tercer trimestre de 2007 que una Rebelión de Atlas ante la voracidad del Gobierno? El monto fugado es casi equivalente al total de depósitos del sector privado en el sistema financiero. ¿Cuántos créditos podrían darse hoy a tasas más bajas si el Gobierno no hubiese destruido la seguridad jurídica con sus constantes avances sobre la propiedad privada?


Con las cuentas fiscales haciendo agua, ¿quién va a animarse a traer sus ahorros a la Argentina si sabe que se lo pueden confiscar en cualquier momento bajo el argumento de la soberanía nacional y las políticas redistributivas?


¿Quién puede invertir un peso en la Argentina, si luego no sabe si va a poder exportar, lo van a obligar a vender a precios que no le cubren los costos o lo esquilmarán a impuestos?


Cuando uno ve la evolución de los indicadores económicos confiables y observa la constante decadencia en forma de más desocupación, pobreza e indigencia, no puede menos que menos que pensar si toda la Argentina no es, inconscientemente, una gigantesca Rebelión de Atlas por la que los que quieren producir están saturados de tanta burocracia e incertidumbre en las reglas de juego y comienzan a bajar los brazos, dejando de invertir y de producir más eficientemente, porque saben que cuánto más esfuerzo hagan ahí estará el Estado para hacer fluir el dinero hacia quienes trafican favores.


Bajo esta política de ahogar la producción y la capacidad de innovación, la Argentina tiene, en palabras de Ayn Rand, "una sociedad condenada". Y solo podrá salir de esa condena el día que para producir no haya que tener la autorización del que nada produce, cuando el dinero fluya hacia quienes producen en vez de ir a los traficantes de favores y cuando la gente laboriosa esté protegida por la ley, en vez de que la corrupción sea la protegida.
Dicho en otros términos, nuestro problema económico es sólo un emergente de valores totalmente distorsionados por los que el trabajo y la inversión han dejado de ser recompensados para ser castigados