domingo, 13 de septiembre de 2009

¿Distribuir riqueza o ingreso?

Opinión

Ricardo Esteves

LA NACION
Domingo 13 de setiembre de 2009 | Publicado en edición impresa
Existe una gran confusión en la opinión pública respecto al reclamo de una distribución justa de la riqueza o del ingreso. Habitualmente, se utilizan ambas expresiones como si significaran la misma cosa, cuando, en realidad, se trata de conceptos diferentes.

A su vez, la expresión "distribuir" significa repartir entre muchos para destinar lo que se distribuye al consumo. No se distribuye para atesorar el capital ni para invertirlo. Se supone que los que necesitan la distribución es porque sus niveles de consumo no cubren las necesidades básicas.

Es verdad que si hay más consumo se promueve la demanda interna, lo que estimula el uso de la capacidad instalada de las empresas locales hasta el punto de lograr su máxima utilización. Superado ese punto, esa demanda incita la importación de productos elaborados por otras economías, lo que no aporta demasiado a la economía local. Más bien, le resta, al utilizar para su pago divisas siempre escasas. Esa situación podría devenir en virtud si la economía nacional contara con recursos y espíritu inversor para crear nuevas fábricas y aumentar así la producción.

La riqueza es algo estático. Es el patrimonio generado en el pasado y que pertenece a los particulares que lo construyeron, o al Estado, cuando se trata del patrimonio público. Son las propiedades: las casas, los campos, los viñedos, los edificios; o el capital líquido atesorado en moneda local o extranjera. Son también las acciones y los títulos o bonos emitidos por las empresas o los países. Son las empresas, sus fábricas y sus oficinas. Lo conforman, además, los automóviles, las joyas, los barcos, las casas de vacaciones. Todos esos activos, que se fueron generando de acuerdo con la legislación en vigor y tributando los impuestos correspondientes pertenecen legítimamente a sus detentores.

Más allá de que la riqueza en nuestro país está gravada de manera limitada a través del impuesto al patrimonio, desde una visión macroeconómica, para una concepción liberal o social europea (no para el marxismo), destinar ese patrimonio comunitario al consumo -aunque pertenezca a particulares- constituye una aberración. Lo mismo vale para el plano familiar. Si una familia vende su casa para gastarlo en viajes constituye un acto de autodestrucción.

Eso es capital social, lo que marca la solvencia de una comunidad, su reserva y la palanca para poder incrementar el bienestar. Es también el capital que muchos trabajadores (empresarios, profesionales o asalariados) ahorraron para asegurarse una vejez sin sobresaltos.

Sí, en cambio, es totalmente legítimo e imprescindible implementar una justa distribución del ingreso. Esto es, tomar una porción de las rentas y los alquileres, de las utilidades y ganancias de las empresas y las personas, y de los salarios y honorarios elevados que cobren los particulares para repartir a los más necesitados y promover el ascenso de los sectores sociales más postergados.

El cuarto elemento de este análisis (amén de la distribución, la riqueza y del ingreso) es el concepto de justicia. Hay un plano ético de la justicia y otro plano práctico, que no deberían estar disociados.

En el plano ético, más allá de que las verdades éticas resultan a veces evidentes a los ojos, es difícil determinar cuál debería ser el nivel adecuado en que debieran repartirse esos ingresos.

En el plano práctico, el cual debe sujetarse indefectiblemente a lo que resulte más beneficioso para el interés general, es fundamental encontrar un punto de equilibrio para que la porción que se incauta del ingreso del sector privado para ser distribuida no desaliente a la inversión y, a través de ella, el crecimiento del aparato productivo y del empleo. Socialmente, es fundamental que el aparato productivo se desarrolle para que puedan aumentar el ingreso y el empleo, y haya, en consecuencia, cada vez más trabajo y recursos para distribuir.

Si la porción que toma el Estado -por más buenas intenciones que lo muevan- llega a ser tan grande que ahoga la rentabilidad y destruye la confianza de los inversores, no permitirá jamás que se cree el círculo virtuoso del desarrollo. En ese caso, el ingreso se anquilosará, no aumentará, y como mientras tanto la población crece, cada vez será menor la porción de la torta por repartir entre cada argentino. Por eso, y como sucede desde hace algunas décadas, no debe sorprendernos que los argentinos seamos cada vez más pobres, que nuestras ciudades se deterioren y aumenten el desempleo y la violencia.

Desde la política y sin preocuparse por inculcar en la sociedad la visión correcta, resulta más atractivo hablar de distribución de "riqueza", pues este concepto pertenece al vocabulario general; en cambio, "ingreso" es un término que corresponde a la disciplina "economía" y requiere una interpretación.

Además, distribuir riqueza es repartir algo visualizable (significa bienes tangibles, como dinero, casas y autos). Distribuir ingreso es hablar de algo numérico, abstracto.

Al margen de discernir adecuadamente los conceptos, que es algo fundamental, el país debe encontrar un punto de convergencia entre el sentido práctico y el sentido ético de la justicia distributiva, a fin de lograr ser una comunidad capaz de albergar armoniosamente a todos.

El autor es empresario.

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