Por Roberto Cachanosky
Especial para lanacion.com
En su desesperada búsqueda por encontrar un indicador económico que muestre algo positivo, la semana pasada Cristina Kirchner habló del superávit de comercio exterior récord, resaltando que ese superávit es positivo para la Argentina porque, argumentando al mejor estilo setentista, nos daba independencia política del exterior. Lo que no aclaró Cristina Kirchner es que en los primeros ocho meses de este año las exportaciones cayeron 24% con relación al mismo período del año anterior y que las importaciones bajaron el 39%. Puesto en otras palabras, el superávit de balance comercial de U$S 12.322 millones no es fruto de una política económica que ha disparado las exportaciones por eficiencia, por el contrario, estas cayeron en todos los meses del período enero-agosto del 2009, sino que es el resultado de una monumental baja en las importaciones. Hasta agosto se llevan importados unos U$S 15.000 millones menos que el año pasado, en tanto que las exportaciones se redujeron, por ahora, en U$S 11.348 millones.
Las bajas más importantes en las exportaciones están en poroto de soja, trigo, aceite de soja, naftas, aceite de girasol y fuel oil entre otros productos. Las exportaciones de productos primarios cayeron el 45% en los primeros ocho meses de este año. Esas que, justamente, le aportan caja al Estado vía los derechos de exportación.
La caída de las importaciones tiene, a mi juicio, dos grandes componentes: la fuerte recesión interna que genera una menor demanda de productos externos, ya sean insumos para producir, bienes de consumo y, obviamente, bienes de capital; y las trabas que está poniendo el Gobierno para permitir el ingreso de productos importados.
¿Por qué causa el Gobierno restringe las exportaciones? La razón es bastante obvia. Ante la fuga de capitales, el tipo de cambio debería haberse disparado. Si consideramos que los U$S 43.000 millones que se fugaron desde el tercer trimestre de 2007 son equivalentes al total de depósitos del sector privado en el sistema financiero, podemos tener una idea de la magnitud de la fuga. ¿Por qué no se disparó el tipo de cambio como en otras oportunidades? Porque el saldo de balance comercial positivo financió la fuga de capitales. Veámoslo de esta manera. Por ejemplo, en el primer semestre de este año, el saldo de balance comercial fue positivo en U$S 9.861 millones, mientras que la fuga de capitales estuvo en el orden de los U$S 11.200 millones, por lo tanto, de esa cifra de dólares demandada por la gente por desconfianza en el Gobierno y en la política económica, U$S 9.861 millones los aportó el saldo de balance comercial, fundado en una feroz caída de las importaciones por recesión y por restricciones arbitrarias de la burocracia. La contrapartida es peor nivel de vida para la población.
Mostrar esta situación como un éxito es como si un banquero, en el medio de una corrida financiera, dijera que a él no lo afectó porque no tenía depósitos en los bancos. En este ejemplo, la suerte del banquero ante la corrida financiera fue su incapacidad para captar clientes que confiaran en él al momento de depositar sus ahorros. Nuestro banquero no zafó por virtud, sino por incapaz. En el caso del Gobierno, evita una estampida cambiaria matando la actividad económica. Para el modelo que aplica Kirchner, la recesión y las trabas a las importaciones, complicando lo poco que queda de producción, es una bendición, algo que entra perfectamente en la lógica del kirchnerismo, que siempre busca tácticas de corto plazo para zafar de las situaciones críticas aunque ello implique cavar un pozo para hundirnos más cuando ya estamos en el piso.
La constante de Kirchner en materia de política económica es enredarse cada vez más. Cuando emitió para tener un dólar caro y la inflación lo devoraba, optó por dibujar el IPC, controlar los precios por mecanismos de dudosa legalidad y prohibiendo exportaciones, generando desabastecimiento y destrucción de sectores productivos. Cuando advirtió que las tarifas de los servicios públicos congeladas llevaban al colapso del transporte y de la energía, se lanzó a repartir subsidios a diestra y siniestra disparando el gasto público y ahora, que la recaudación se les cae, no saben cómo hacer para ajustar las tarifas. Obsérvese el lío que hicieron. Quisieron confiscar la renta del sector agropecuario para financiar un gasto público infinanciable. Cuando no pudieron imponer la 125, eligieron destruir al sector agropecuario. La destrucción del sector agropecuario llevó, entre otros, a una caída fenomenal de los derechos de exportación que le daban la caja. Así que ahora se quedaron con el campo colapsado, la caja que agoniza, el gasto público en niveles récord y sin saber como resolver el problema de las tarifas por miedo a una rebelión de la gente, como ya ocurrió con el intento del tarifazo e impuestazo sobre el consumo de gas. Es la sustitución de políticas públicas de largo plazo por tácticas incoherentes de corto lo que genera cada vez más enredos en la economía. Se hacen las cosas sin pensar o interesarse en los efectos de largo plazo.
El mercantilismo fue una corriente de pensamiento económico que prevaleció entre los siglos XVI y mediados del siglo XVIII. El mercantilismo creía que la riqueza de las naciones estaba dada por la cantidad de oro que tenían en sus arcas las coronas. Ellos veían, en lo que hoy podemos llamar reservas, la riqueza de las naciones. Este pensamiento tan precario fue destruido por las nuevas corrientes económicas de mitad del siglo XVIII que demostraban que la riqueza de las naciones estaba dada por cantidad de bienes y servicios a los que podía acceder la población con su salario. Tener muchas reservas en el Banco Central mientras crece la pobreza y la indigencia no es, justamente, lo que puede definirse como progreso. Creer que la riqueza está dada por la cantidad de oro o reservas que uno puede acumular, sin interesar la cantidad de bienes y servicios que uno puede comprar, es el típico desvío de razonamiento de, por ejemplo, los usureros que se desesperan por ver cómo le sacan un peso más al deudor exprimiéndolo al máximo, mientras disfrutan viendo como acumulan billetes y los acarician cual avaro.
Pero, volviendo al tema del saldo de balance comercial, uno podría decir que ese saldo positivo creciente es el resultado de un fracaso y no de un éxito. Pero claro, ya es costumbre en el matrimonio torturar la interpretación de las estadísticas hasta que confiesen lo que ellos quieren mostrar como un éxito. Porque lo importante no es que la gente esté bien, sino que los números que se informan desde el Gobierno den bien. Sean ciertos, inventados o tergiversados.
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