jueves, 13 de agosto de 2009

Circo criollo

Increíble, pero cierto
por Daniel Della Costa (Especial para La Nación)


Debe de haber algún artículo secreto en la Constitución, en la Ley de las XII Tablas, en el Código de Hammurabi o vaya a saber dónde, en el que se exprese, en un lenguaje tal vez críptico pero claro para los mandamás de turno, que en la Argentina el tipo que agarra la manija puede hacer con el país y con sus habitantes lo que le venga en gana. Aun contra la voluntad de éstos, manifestada a través del mejor medio para hacerlo, que no es el cacerolazo ruidoso ni las marchas ni los incordiosos bloqueos de calles y rutas, sino el simple, claro y categórico voto popular.
Porque después de haber manifestado la mayoría de los criollos de esta manera sencilla y civilizada, pero concluyente, que la forma en que son conducidos los asuntos públicos no es de su agrado y que se inclinan por un cambio que apunte, de verdad, a abreviar las penurias de los menos favorecidos por la fortuna -excluyendo, desde ya, el apresuramiento de su paso al mundo de las tinieblas-, evitando la dilapidación de los recursos del Estado y la asignación de fondos a funciones y finalidades que escapan a la comprensión humana, no sólo nada parece haberse corregido, sino que nada tampoco ha cambiado en la actitud casi sobrenatural y distante de quienes habitan Olivos.
Muy por el contrario, y como ocurre con los jugadores compulsivos, que no pueden resistirse al influjo del paño verde, a la atracción de las chaquetillas de colores ni al girar hipnótico de la ruleta, no sólo se ha seguido transitando por el mismo e incomprensible camino, sino que se ha forzado la marcha. Y si quedaron atrás los futuristas trenes supersónicos, las altivas cancelaciones al Club de París y los oleoductos extravagantes, no es porque se haya producido un ingreso, natural y permanente, a la edad de la razón y del sentido común. Nada de eso.
Porque cuando a menesterosos y mendigos, a los que duermen en las calles y hurgan en los tachos, se los sigue contando de a cientos de miles; cuando los pobres rebasan las estadísticas truchas y la mayoría de los jubilados que habitan en consorcios ganan ya menos que los porteros de esos mismos edificios; cuando el desempleo real se burla de las estadísticas y no alcanza a disimularlo el sobreempleo en la función pública; cuando se exprime de cualquier manera a los particulares para tapar los crecientes agujeros del Presupuesto, y cuando, por fin, se factura a los usuarios el precio lleno y un poco más de los servicios, porque las arcas fiscales están agotadas; pues en ese mismo momento y al tiempo que se revela el escandaloso déficit que padece Aerolíneas, al matrimonio gobernante, el mismo que ha acrecentado escandalosamente su fortuna, se le ocurre, nada más y nada menos, que proponer que el Estado acuda en auxilio de los clubes de futbol. Garantizándoles la bicoca de 600 millones de pesos anuales, a cambio de hacerse cargo, a través de la red oficial, de la transmisión por TV de los partidos. Lo que sólo se puede calificar de esta manera: ¡de Ripley!
"Ojo, maestro -dijo el reo de la cortada de San Ignacio-, que Lupin no es ningún gil. De esta, o sale otra vez presidente de la República o, si le falla, puede aspirar a presidir el club de sus amores. Lo que no está nada mal -reflexionó enseguida- porque el país seguro que se salva y los de Racing fija que se van al bombo."

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