jueves, 29 de julio de 2010

Un poco menos de Federalismo

Por: César Ramón Cuello

Hace unos días la presidenta argentina anunció que se implementará una licencia o registro para conducir único para todo el país. Es decir, se centralizará la función que todavía ejercen los municipios aunque existen Estados que lo tienen provincializado (Mendoza V.Gr.). Es decir, tendremos los argentinos un poco menos de federalismo.

Si ello sucede las provincias y municipios habrán renunciado una vez más a sus derechos y mostrarán que no son capaces de asumir su responsabilidad, admitiendo sumisamente el despojo en su integridad como unidad política organizada.

Algo similar ocurrió en los finales de la década de los cincuenta con el Registro del Automotor.

En aquella oportunidad se dio vida a esa grosera estructura para crear un registro de los vehículos que circulan por nuestras calles y rutas. Todo ocurrió unos meses antes de la entrega del poder por parte de los militares al presidente elegido por los argentinos, Arturo Frondizi.

En esa época de producían unos ochenta mil vehículos al año. En la actualidad el robo anual se acerca a la misma cifra.

La falaz excusa de evitar este delito sirvió para instalar espléndidamente un pingüe negocio que tiene una clientela cautiva por excelencia para prestarle un servicio absolutamente innecesario. La peor y más absurda aberración en un sistema económico. Agravada por el hecho de duplicar el costo de legitimar la propiedad de un bien en beneficio de los amigos del poder.

Los registros seccionales (que son entes privados regulados por el Ministerio de Justicia) se adjudican a socios o familiares de políticos cuando éstos no se los auto adjudican.



Con la aparición de los vehículos automotores se “inventó”, casi inmediatamente, a principios del Siglo XX, el impuesto a la riqueza que significa tributar por el derecho de tener uno de aquéllos.

En un principio dicha facultad de recaudación fiscal la ejercieron los municipios en nuestro país, institución que legitimaba la titularidad del bien. Alrededor de 1950 dicha facultad pasó a ser un derecho de los estados provinciales y cada vez más el impuesto a los automotores fue uno de los principales componentes de la recaudación fiscal.

Este hecho significó un paso más hacia la concentración de recursos y poder que se iniciara a principios de la década de los treinta, cuando se sancionó el Impuesto a los Réditos (hoy Impuesto a las Ganancias) y que iba a tener vigencia por solamente un año, ya que la Constitución Nacional no permitía la instauración de impuesto directos. Y como siempre, en Argentina lo coyuntural pasó a ser estructural. El impuesto a las ganancias es permanente, actualmente con categoría constitucional.

Recursos y Poder son dos elementos que se alimentan recíprocamente. Juntos representan el peor de los peligros respecto de la posibilidad de generar hechos tan perniciosos como la corrupción de gobernantes, negación de la libertad individual y del derecho a la propiedad privada. Siendo éstos últimos los pilares fundamentales en los que se asienta la civilización a partir de su reconocimiento luego de haber sido superada la postración de occidente en la que había caído durante la Edad Media.

Durante este período histórico, tanto los recursos naturales como la riqueza que producían estaban en poder de muy pocas manos, siendo las más importantes los monarcas y señores feudales.

Superada la concentración de riqueza y poder monárquico y feudal con la transferencia del poder político a los sistemas republicanos y la riqueza a manos de los que ejercen actividad económica en todos los niveles (propietarios, empresarios, trabajadores), sobrevino un fenómeno social que significó la reedición del funcionamiento político democrático. Entendiendo por Democracia al “gobierno de los pueblos”, tal como aconteció en Grecia cuando los representantes de los Demos constituían la Asamblea que decidía sobre el destino de las comunidades.

Cada Demo decidía sobre sus necesidades sociales, depositando en el pueblo la toma de decisiones y el manejo de la riqueza local. El control social se ejercía absolutamente sobre los políticos y sus manejos, en la unidad política menor, apelando a la cercanía de los hechos tanto en el tiempo como en la distancia. Todo un exponente de la sabiduría griega.



En nuestros días, los países cuyas siluetas se distinguen en lo más alto del Concierto de Naciones, son aquellos que no renunciaron nunca a dejar el control en lejanas manos, concentradoras de riqueza y poder. Condados, cantones, municipios y comunas administran sus propios recursos y disponen sobre la cobertura de sus necesidades sociales.



Quizás valga el ejemplo rotundo de un pequeño país europeo: Luxemburgo. Políticamente está dividido en tres (3) distritos, éstos en doce (12) cantones los cuales a su vez contienen ciento dieciocho (118) comunas. El número total de habitantes no supera los quinientos mil, lo cual proporciona una población de poco más de cuatro mil por comuna.



Pero, el resultado más prodigioso de esta organización social, con una gran y efectiva descentralización del poder, que incluye el manejo y control de la riqueza social muy cerca de los vecinos, es que Luxemburgo posee el privilegio de ser la comunidad que posee la economía más productiva del planeta: ochenta mil dólares por habitante y por año. Casi el doble de varios de los que se encuentra a la zaga. Con ello se logra un elevado nivel en la calidad de vida. La instrucción, la medicina preventiva y curativa, la seguridad, la justicia, la infraestructura social y los servicios, gozan de buena salud.



En Argentina vamos a dar un pasito más en la ya ancestral tendencia a la centralización, al unitarismo, poniendo en manos del Estado Nacional el otorgamiento de las licencias para conducir y el manejo de los recursos que de ello deriva. Al mejor estilo monárquico. Otro factor de cercenamiento de los derechos de los ciudadanos y un alejamiento mayor de éstos respecto del deber de hacerse cargo de sus responsabilidades.



Así nos va. Hace mucho tiempo que no podemos superar los cinco mil dólares por habitante y por año. Unas quince veces menos que el pequeño Ducado de Luxemburgo.